De las armas a las urnas, se lanza en Colombia la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común

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Katu Arconada|
Después de cinco días de reunión y deliberaciones se cerró el Congreso de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, Ejército del Pueblo (FARC-EP), para dar paso al nuevo partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común (FARC).

Los días de congreso, en el Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, situado en el centro de Bogotá, a menos de tres kilómetros en línea recta del Palacio de Nariño, residencia oficial del presidente y sede del gobierno de Colombia, han reflejado la intensidad de distintas culturas políticas que confluyen en el partido. Principalmente dos: la de los guerrilleros de los diferentes bloques (mediante los que la guerrilla ejercía el control territorial de parte del país) y la de los militantes del Partido Comunista Clandestino Colombiano (PC3), expresión política de las FARC en áreas urbanas.

Después del trabajo en comisiones, el último día de debate fue inaugurado por Ernesto Samper, ex presidente de Colombia. El también ex secretario general de la Unión de Naciones Suramericanas dio la bienvenida a la política a la ya ex guerrilla con un discurso en el que apostó por un socialismo del buen vivir (con menciones a Bolivia y Ecuador), en el que se dé un valor agregado a los recursos naturales, se impulse la economía campesina y el reparto de la tierra y se tengan relaciones bajo un horizonte sur-sur.

La jornada final del congreso tuvo varios momentos de discusión. Uno de los puntos centrales fue la orientación ideológico-política del partido que iba a nacer. La definición final, aprobada en votación, fue la de una organización que recoge los principios y elaboraciones teóricas de las derivadas del pensamiento crítico y libertario, así como de las experiencias que a partir de ellas se han elaborado tanto a escala mundial como de América Latina, especialmente las formuladas por los fundadores de las FARC-EP Manuel Marulanda y Jacobo Arenas. Todo ello con una orientación clara, destinada a superar el orden social capitalista vigente.

Otro momento de votación importante fue para definir el nuevo nombre y logotipo del partido. En este caso, aunque se barajaba la alternativa de Nueva Colombia, se decidió por mayoría mantener el acrónimo FARC, siglas históricas, en una decisión que intenta mantener la cohesión interna de la hasta ahora organización político-militar, aunque probablemente tenga un costo negativo en la percepción urbana. Junto al nombre, un nuevo logo que simboliza una rosa moderna con una estrella roja en su interior, ya criticado en redes sociales por su semejanza con la tradicional rosa de la socialdemocracia.

Pero el momento culminante del congreso tuvo lugar cuando los mil 100 delegados votaron por la dirección del nuevo partido político. Antes ellos, la decisión de escoger a las 111 personas que deben integrar la dirección, una urna y dos tarjetones; uno rojo, con 111 nombres propuestos por el Estado Mayor Central de las FARC, y otro verde, con más de 50 nombres que se habían ido proponiendo durante los días del congreso. El resultado, más allá de la cantidad de votos a cada candidato, consolidó la dirección de 111 propuesta por el Estado Mayor Central, con los principales cuadros políticos del secretariado de las FARC-EP en los primeros lugares: Iván Márquez, Timoleón Jiménez, Pablo Catatumbo, Joaquín Gómez, Pastor Alape o Ricardo Téllez, entre otros.

El propio momento de la votación fue histórico para buena parte de los participantes en el congreso, quienes, como afirmaban con emoción, en sus décadas de vida y militancia en las FARC, era la primera vez en su historia que depositaban un voto en una urna. A partir de ahora serán muchas las veces que lo tengan que hacer en un partido que tiene asegurados por los Acuerdos de La Habana cinco senadores y cinco diputados en la Cámara de Representantes para la legislatura 2018-2022.

Una vez clausurado el congreso fundacional del nuevo partido, con la elección de su dirección y presentado la organización naciente en un acto político-cultural en la plaza Bolívar de Bogotá –nada es casualidad–, donde la intervención principal estuvo a cargo del antes comandante en jefe Timochenko, hoy Timoleón Jiménez, las FARC enfrentan una serie de desafíos que tienen que encarar en esta nueva etapa de lucha política y electoral.

El principal es consolidarse como referente político no sólo en determinadas zonas rurales del país, sino, sobre todo, en lo urbano, donde trabajan cientos de organizaciones sociales y políticas en diversos ámbitos, el de los derechos humanos, civiles o políticos; género e identidad sexual; economías alternativas, y un sinfín de luchas territoriales.

Para ello cuentan con cierta aceptación en determinados sectores de la sociedad colombiana, que una encuesta de Gallup Colombia, divulgada durante los días del congreso, coloca en 12 por ciento, dos puntos por encima del 10 de aceptación que tienen los partidos tradicionales entre la sociedad colombiana, mientras la imagen negativa en 84 por ciento es algo menor que 87 puntos porcentuales de los partidos.

Ese descrédito de los partidos políticos tradicionales es una oportunidad, pero también entraña muchos riesgos, el de la normalización política y la institucionalización, que las FARC van a tener que enfrentar en el futuro cercano, incluidos los incumplimientos del gobierno en varios puntos de los Acuerdos de La Habana y el paso de miles de guerrilleros a la vida civil, muchos de ellos sin haber podido disfrutar de su juventud debido a la guerra.

Y es que, como nos comentaba la ex guerrillera Isabela, a cargo de la zona veredal Antonio Nariño, durante una visita a ese territorio de paz situado en Icononzo, Valle de Tolima, construir la paz es muchas veces más difícil que hacer la guerra.