Ataque terrorista, show, desesperación de opositores y sus patrocinantes
Álvaro Verzi Rangel|
En Fuerte Paramacay no hubo ningún alzamiento militar: fue un acto desesperado de una derecha fracturada que intenta manotazos de ahogado con una evidente conducción y financiamiento desde el exterior, en momentos que pierde capacidad de movilización y también política ante la puesta en marcha de la Asamblea Nacional Constituyente.
Violencia, show, desesperación: En realidad la operación terrorista fue la de imponer una narrativa de ingobernabilidad y fractura en el estamento militar, un imaginario colectivo –sobre todo internacional- de resistencia al gobierno de Nicolás Maduro. Para ello, más importante que la veintena de hombres armados, era la acción de medios internacionales, como agencias de noticias y CNN en español, para proyectar un nuevo ciclo de violencia en las calles de Venezuela.
Los ataques contra instalaciones militares en Venezuela vienen siendo utilizados como táctica armada y de terror por parte de opositores. No es la primera vez: ya con anterioridad se han registrado ataques armados contra la Base Aérea de La Carlota y alcabalas de Fuerte Tiuna, ambas en Caracas. El fin último pareciera ser el robo de armas, aunque en el camino queden vidas mercenarias y de soldados.
A la luz del ataque armado del piloto de helicóptero Oscar Pérez sobre la sedes del Tribunal Supremo de Justicia y Ministerio del Interior a fines de junio, y la violencia armada en estados andinos -fronterizos con Colombia- el pasado 30 de julio (día de la elección de constituyentes), el conflicto parece derivar hacia la creación, entrenamiento y financiación de grupos mercenarios (en especial desde el exterior), más profesionalizados en aplicar tácticas de sabotaje y guerra social.
La mayoría de los implicados en el ataque terrorista son mercenarios travestidos con prendas militares, posiblemente comandados por el ex capitán de la Guardia Nacional Juan Carlos Caguaripano, quien desertó en 2014 por estar involucrado en intentos fallidos de sublevación. Recordemos que este mismo plan en su momento fue ejecutado en Siria y Libia para promover intervención militares de Estados Unidos y la OTAN.
Ese mismo año el Tribunal Militar 3°, a cargo del fiscal militar Elías Placencia, emitió orden de captura en su contra luego de determinarse que él y el general de división Oswaldo Hernández, intentaran reclutar a oficiales de la aviación para derrocar al presidente Nicolás Maduro. En esa ocasión hubo tres detenidos, dos generales de la Aviación y capitán retirado de la GNB. Caguaripano, conocido como “Lucas”, se dio a la fuga hacia Estados Unidos.
La opositora Patricia Poleo, residente en Miami, dio a conocer en esa oportunidad a través de las redes sociales, un video en el que el excapitán daba su apoyo al plan insurreccional La Salida, que comandó -y por el que actualmente paga condena en reclusión domiciliaria- Leopoldo López, acción que dejó de 43 muertos.
Por ello no extraña que el senador estadounidense Marco Rubio, artífice junto a Bob Menéndez de las sanciones más pesadas de EEUU contra Venezuela desde 2014, celebrara el ataque armado. Rubio es financiado por corporaciones armadas, fondos israelíes y compañías petroleras en Venezuela como ExxonMobil, señaló una investigación del Observatorio en Comunicación y Democracia.
El imaginario de una guerra civil se viene construyendo desde hace meses, lamentablemente desde la derecha y también desde la izquierda intelectual. Instituciones y ONGs de los centros de poder hegemónicos de EEUU y Europa -International Crisis Group y David Smilde, analistas para el New York Times- han ido dándole forma y legitimidad a un posible conflicto armado gestionado por actores locales y externos a Venezuela, vía expedita para el saqueo de sus riquezas por las corporaciones trasnacionales.
Toda esta acción está acompañada desde el domingo 30 de julio por un asedio de declaraciones y comunicados, extorsión y amenazas a personas y gobiernos (catorce de ellos acompañan la posición de EEUU en la Organización de Estados Americanos). El canciller estadounidense Rex Tillerson, dijo el 3 de agosto que había que generar las condiciones para terminar con el chavismo, o sea que está dispuesto a apoyar y financiar una la guerra sucia por parte de un ejército privado trasnacional.
Tampoco puede pasarse por alto los actos de beligerancia del gobierno de Juan Manuel Santos sin tener en cuenta que Colombia es un enorme mercado de armas y mercenarios de la cual pueden echar mano la oposición venezolana, de sólidos lazos con el expresidente Álvaro Uribe y grupos paramilitares, para amplificar operaciones similares.
Factores políticos y militares de EEUU y Colombia
Lo cierto es que sólo con una articulación dentro de esta guerra no convencional, entre la oposición venezolana y factores políticos y militares de EEUU – Comando Sur y algunos parlamentarios-, se puede entender el indefinido desarrollo de esas acciones vandálicas y armadas.
El Jefe del Comando Sur estadounidense, el almirante Kurt Tidd admitía que “Con los factores políticos de la MUD hemos acordado una agenda común, que incluye un escenario abrupto que puede combinar acciones callejeras y el empleo dosificado de la violencia armada bajo un enfoque de cerco y asfixia”.
Y agregaba: “También hemos acordado utilizar la Asamblea Nacional como tenaza para obstruir la gobernanza, convocar eventos y movilizaciones, interpelar a gobernantes, negar créditos, derogar leyes. Si bien en la situación militar no podemos actuar ahora abiertamente, con las fuerzas especiales aquí presentes (en el Comando Sur), hay que concretar la ya anteriormente planificada para la fase 2 (tenazas) de la operación…”
Tidd hizo referencias a entrenamientos con la Fuerza de Tarea Conjunta Bravo, y “a Leticia en Colombia, como lugar de Operaciones Avanzadas (FOL) con proyecciones sobre la región central de Venezuela donde se concentra el poder político-militar, para luego enumerar los activos militares dispuestos para la operación”.
Demás está decir que el dinero que se recauda con estas acciones es enorme y más si tenemos en cuenta la cantidad de instituciones y figuras políticas que se han lanzado contra Venezuela con la mira fija en obtener buenos dividendos, al menos ya prometidos por los dirigentes de la oposición, en el hipotético caso (hoy negado) de acceder al poder con su ayuda.
Solamente la NED y la USAID destinaron el pasado año cerca de 7,5 millones de dólares en programas sobre gobernanza, medios de prensa y redes sociales en Venezuela, más allá de que para este año el gobierno de EEUU aprobara 5,5 millones de dólares para la llamada democratización de Venezuela. En total, se estima que los fondos de “ayuda humanitaria” al terrorismo opositor superará los 20 millones de dólares en 2017.
Esta disposición de recursos provocó el interés de Rubio que, ante la pérdida de base electoral y financiera, busca entre los acaudalados venezolanos y la ultraderecha de Miami el apoyo financiero y político que ha perdido entre su base tradicional. Entre los contribuyentes de Rubio está el presidente de la conocida institución lobbista Fundación Nacional Cubano-Americana (FNCA), Jorge Mas Santos, uno de los cubanoamericanos más ricos del país con una fortuna cercana a los 600 millones de dólares.
Rubio fue intermediario en el encuentro sostenido entre Trump, Uribe y Andrés Pastrana para tratar dos temas: la intervención en Venezuela y los acuerdos de paz entre el gobierno colombiano de Juan Manuel Santos con las FARC-EPC y el ELN, señalaron los medios de prensa estadounidenses y colombianos, mientras el presidente Santos ordenaba a su canciller elevar al Secretario General de la ONU la petición de que atienda el “serio conflicto de gobernabilidad en Venezuela”, buscando internacionalizar un conflicto interno.
Los vínculos con el poderoso lobby anticubano han sido fundamentales para su ascenso político. En su Miami natal, Rubio forjó alianzas políticas con los `kingmakers’ cubano-americanos y llegó a ser presidente de la Cámara de Representantes de Florida. Luego fue senador. Su meta, tras fallar ante Trump en la campaña de 2016, es llegar a la Presidencia de Estados Unidos antes de los 50 años.
Primero se refería a sí mismo como el hijo de exiliados, palabra que usan quiénes huyeron de la isla tras la Revolución de 1959. Luego cambió la cronología de los eventos y dijo que sus padres llegaron en 1956, antes de la revolución. Nunca ha viajado a Cuba y –fiel a sus patrocinantes- sigue proponiendo volver a congelar las relaciones diplomáticas con la isla, una estrategia que nunca tuvo éxito. “Mi problema es cuando la gente regresa y dice, `visité Cuba y es un lugar hermoso, la gente está feliz, el gobierno es muy bueno’. Eso es lo que me preocupa”, señaló al Sun Sentinel.
Algunos críticos supusieron que su carrera política había muerto tras su derrota ante Donald Trump en las primarias de la Florida. Ahora busca, encaramado en los millones destinados al derrocamiento de Nicolás Maduro, rehacer su carrera a la Casa Blanca, aunque ese camino esté empedrado de víctimas venezolanas.
*Sociólogo venezolano. Investigador y codirector del Obervatorio en Comunicación y Democracia, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).