La silla rota, una visión que advierte las consecuencias de la guerra
Eduardo Camín|
Hace veinte años, en un caluroso mes de agosto en la ciudad de Calvino se daba cita el artista suizo Daniel Berset junto a Louis Geneve, ambos creadores ha pedido de Hándicap Internacional construyeron este monumento a las puertas del Palacio de Naciones Unidas en Ginebra.
La obra en cuestión fue construida a partir de 5,5 toneladas de madera y consiste en una silla gigante de 12 metros de altura, y muestra una de sus cuatro patas rota. Esta obra simboliza la lucha contra las minas antipersonales esparcidas en más de ochenta países y que han asesinado y mutilado a decenas de miles de seres humanos y otros seres vivientes. La silla rota es una escultura que actúa como un recordatorio de las minas terrestres y bombas clústers. Una visión que advierte de las consecuencias de la guerra frente al constante flujo de políticos, hombres de estado, gobiernos y visitantes que se dan cita en los Organismos Internacionales y la sede europea de la Organización de Naciones Unidas.
En realidad todos pueden participar en la farsa y fingir ser honrados en el escenario mundial del humanismo, entre las violaciones de los convenios internacionales, o la generación marcada por el espectro de la desocupación masiva o la ignominia de los bombardeos, medidos por el barómetro de los daños colaterales cuyas víctimas inocentes son mujeres, niños y viejos. La guerra transformada en una prerrogativa o mérito del capricho de una superpotencia, es en realidad el testimonio de nuestra imbecilidad y cobardía.
Pero los caminos de la paz actual tal vez necesiten de muchas sillas rotas, para generar conciencia y tratar de mejorar las condiciones de la jungla de cemento, en el que vivimos es decir el mundo y nuestro entorno, nuestros pueblos y ciudades, donde muchos nadan en el desorden producido por el caos de la vida, en las tropelías y en la violencia callejera, en los baños de alcohol y drogas, en la fumarola del consumo enajenado.Y todo ello, genera un mar de inmensos sufrimientos humanos y un oleaje de injusticias, que nos inquietan, que nos hace perder el norte. Empecemos por la autenticidad, de la paz, ante tanto diluvio de mentiras que nos ahogan y de mercaderías sin denominación de verdad que nos sumergen.
Estamos en el derecho de pedir derechos para sí, pero también en el deber del deber de ayudar a los demás. ¿Cómo se explica tantas bolsas de pobreza en un mundo de ricos? ¿Todas las personas y todos cuentan con la misma tutela judicial? ¿Sólo los pobres son injustos? ¿Cómo se explica que en las cárceles la inmensa mayoría sean pobres o enfermos generados por esas bolsas de pobreza? El egoísmo actual nos puede.
Solo la libertad, alimentará la paz y la hará fructificar cuando, en la elección de los medios para alcanzarla, los individuos se guíen por la razón y asuman con valentía la responsabilidad de las propias acciones. ¿Qué responsabilidad se le pide a esos que ejercen algún tipo de poder, ya sea legislativo, ejecutivo o judicial, que en vez de servir, se sirven de la libertad que propugna la constitución , y meten la mano en el dinero de todos los contribuyentes para su uso particular?
En esto el tiempo actúa muchas veces como las lenguas de Esopo siendo lo mejor y lo peor de las cosas, el agente de la creación y el de la destrucción donde suscita lo nuevo y acumula las ruinas.
Desde luego, la senda hacia la paz sólo tiene un sentido, la defensa la promoción y la aplicación de los derechos humanos fundamentales de todos y para todos. Sin embargo, no hay que ser ciego, para ver que cada día la vida humana vale menos en todo el mundo. Y esto es gravísimo, cuando se pierde u olvida la ley moral universal, el sentido común, y los principios.
Por ello, se necesitan personas con ejemplaridad para ejercer la autoridad pública, de la que tanto carecemos. Esa es la cuestión. Para desgracia y lamento de todos, la frecuente indecisión de los que ejercen el poder, sobre el deber de respetar y aplicar los derechos humanos, acarrea decepciones por esa falta de garantías. Cuando un gobierno o un país manifiestan de forma altiva “que tenemos la mejor Constitución”, cómo se entiende, que proliferen tantas desigualdades. La pregunta que se impone es la siguiente: ¿qué tipo de igualdad puede reemplazar esta desigualdad o qué tipo de orden jurídico puede frenar tanto desorden, para dar a todos los ciudadanos la posibilidad de vivir en una auténtica libertad, en una verdadera justicia y con garantías de seguridad?
Estas preguntas, que no son meras retóricas literarias, no se tratan de una sobreestimación de la coyuntura actual, fruto de la megalomanía del pensamiento periodístico sino de una constatación meditada, una situación de hechos que se avala con signos palpables.
Con otras palabras, la cuestión de la paz, no puede separarse de la cuestión de la dignidad y de los derechos humanos. ¿Cabría, pues, dinamizar una constitución que fomentase una nueva organización de toda la familia humana, en un mundo globalizado como el actual, para asegurar la paz y la armonía entre los pueblos por dispares que sea su identidad cultural? Pero cada día la gobernabilidad del mundo occidental nos aporta una fantasía nueva y nuestros humores se mueven con los del tiempo, ya que los pensamientos de los mortales mudan según las conveniencias, fluctuando entre diversos criterios.
Pero ninguna actividad humana ha de estar fuera del ámbito de los valores éticos. Debe haber una relación inseparable entre el compromiso por la paz y el respeto de la verdad por el otro, cualquiera que sea su forma de vida. La imparcialidad de los sistemas jurídicos y la transparencia de los procedimientos democráticos, sin duda, deben dar a los ciudadanos el sentido de seguridad, la disponibilidad para resolver las controversias con medios pacíficos y la voluntad de acuerdo leal y constructivo que constituyen las verdaderas premisas de una paz duradera.
Si se examinan los problemas profundamente, se debe reconocer que la paz no es tanto cuestión de estructuras, como de individuos humanos, que han de entenderse desde el diálogo y el respeto mutuo, puesto que esta vida tiene una dimensión comunitaria.
Pero dada la inestabilidad en el globalizado nuevo (des) orden mundial, en un cuestionado concierto de naciones, debemos ser capaces de condenar sin ambigüedad al “poder de la sinrazón», violador en múltiples ocasiones del derecho internacional… para poner fin a esta barbarie belicista, sin quedar encerrados en la lógica de la inercia legal del anquilosamiento o egoísmo de algunos países frente a la atonía de otros.
Debemos generar pues, las condiciones esenciales, para que la rosa de la calma nos bañe de encantos pacifistas. Tal ambiente es posible cuando existe la autenticidad en la mirada, cuando la justicia y la libertad llena los caminos de poesía. Solo así se podrá responder a las necesidades de cada momento histórico… el desafío actual generado por las guerras debe ser vencida con el arma de la eficacia atinada e irrenunciable de las movilizaciones, abordando las discusiones de forma seria y coherente por la PAZ.
*Jefe de Redacción Internacional Hebdolatino