MonteÁvila cerca del medio siglo
Laura Antillano|
Editar libros no es tarea fácil, conlleva una serie de consideraciones que revisten diferentes oficios y tienen aspectos relativos a decisiones de contenidos y propósitos y que conducen a definir los productos como objetos cuyo diseño, tamaño, género de papel, tiraje, cuidados de supervisión en la creación de los mismos y posteriormente distribución, señalan caminos y oficios múltiples.
A Venezuela vino desde el Uruguay don Benito Milla, un editor de larga data, y creó la editorial MonteÁvila hacen 48 años; por supuesto que con un entorno apto para la circunstancia, y la premisa de que se inventaba la editorial oficial del Estado venezolano.
Así, MonteÁvila Editores ha tenido una larga historia, y en su definición se han integrado una serie de criterios que, en épocas diferentes y con variados resultados, han determinado cambios en su hacer, y generado la participación de una variopinta reunión de intelectuales para la definición de los caminos a seguir de su combate por la lectura en el país y fuera de él.
Personalmente tengo un afecto especial por la editorial, dado que publiqué mi primer libro a los 18 años en ella, un volumen de cuentos, La bella época, que recibió muy generosas notas (demasiado generosas), de gente como José Balza , Luis Alberto Crespo, Roberto Lovera De Sola o Ida Gramcko, entre otras. Y la mayor parte de mi escritura en diversas décadas se dio a conocer a través de MonteÁvila; pero las razones de nuestra empatía van mucho más allá de eso.
Los criterios que generaron colecciones como la llamada Estudios, han sido certeros y brillantes; fue por esa colección que supimos de autores como J.M. Briceño Guerrero, Marthe Robert, Tzvetan Todorov, Philippe Sollers, nuestro Domingo Miliani. Leímos el estudio de Julio Miranda sobre 30 años de cine venezolano, los hermosos ensayos de Douglas Bohórquez Del costumbrismo a la vanguardia. La narrativa venezolana entre dos siglos o Teresa de la Parra. Del diálogo de géneros a la melancolía, La información internacional en América Latina de Eleazar Díaz Rangel.
Lo que venía de fuera y lo que se alimenta desde adentro del país para enriquecernos y abrirnos puertas y preguntas. La Colección Altazor ha sido otro gran éxito; toda la obra de Francisco Massiani la leímos siempre en MonteÁvila, un gran poeta como Pedro Francisco Lizardo lo descubrimos allí, a Ángel Eduardo Acevedo, Reynaldo Pérez Só, Carlos Brito, Luis Alberto Angulo, la Antología Surrealista de la Poesía de nuestra América, de Floriano Martins, y tantos y tantas otras. Por la Colección Continente tuvimos la selección de cuentos venezolanos contemporáneos en edición bilingüe, y por Las formas del fuego, a los maravillosos cuentos de la periodista-narradora Annel del Mar Mejías.
Llegó Carlos Noguera y creó esas maravillosas colecciones: Biblioteca Básica de Autores Venezolanos, incluyendo narrativa, poesía, ensayo, dramaturgia, y tuvimos reediciones de Rajatabla de Luis Britto García y Buenas y malas palabras de Ángel Rosenblat, o la obra teatral de César Rengifo y la de Rodolfo Santana. Con colores que identifican el género del libro por colección y obras de arte de nuestros más destacados artistas plásticos como portadas. Se crearon los premios para autores inéditos y de allí se dieron a conocer nuevos escritores, inclusive en el género de los libros para niños (colección que debía reactivarse).
Milenio Libre fue otro logro importante de la gestión de Carlos Noguera, con libros como La palabra amenazada de Ivonne Bordelois (imprescindible para entender el acto poético), o Delegando el poder en la gente, de Marta Harnecker.
¿Quién puede negar la importancia de la Colección El Dorado? Cuyo público más certero es el de los jóvenes liceístas a la búsqueda de autores de distintas décadas de nuestra literatura, que deben leerse siempre. Vimos recientemente la reedición de Memorias de Mamá Blanca, de Teresa de la Parra, en esta colección, con prólogo de Douglas Bohórquez, y nos alegró saber que la colección sigue su curso.
Igual añoramos la colección de ediciones bilingües de la Warairarepano, que agrupaba relatos de nuestros pueblos originarios, incluyendo un CD con la narración en castellano y la otra lengua correspondiente (colección creada por Rafael Rodríguez Calcaño y Beatriz Bermúdez Rothe y asesoría lingüística de Esteban Emilio Monsonyi). La que podría retomarse en ediciones más sencillas. En fin.
MonteÁvila Editores es un bastión de “cuarto bate” en la historia de la lectura en Venezuela y debe mantener ese norte como una tradición.