El marketing agresivo que se le puede volver en contra al macrismo

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 Luis Bruschtein|
Decenas de pibes en la Diagonal Norte que hacen un contrapunto performático entre caceroleras desquiciadas y Madres de Plaza de Mayo. Ocupan media cuadra. Otra: decenas de pibes y pibas en un larguísimo acoplado. Posan como si estuvieran colgando de los globos amarillos que llevan atados al cuello. Los ahorcados tienen cartelitos en el pecho: Uno dice salarios, otro dice maestros, otro empresas recuperadas, trabajadores, científicos y así en una larga lista que recorre el acoplado.

La Chilinga se abre paso con decenas de tambores de rojo en la vanguardia y decenas en retaguardia. En el medio, decenas de bailarines de negro danzan una especie de alegoría que empieza con un estallido de vida y culmina con la muerte. Y en el centro de esa multitud oceánica, la bandera inmensa, de varias cuadras, con las fotografías de los desaparecidos y miles de personas compungidas que la levantan. En la cabeza de la marcha, un puñado de ancianas con el pañuelo blanco, algunas en sillas de ruedas, otras con bastones y andadores, son las que no quisieron moverse en la Trafic con las que se trasladan y se empeñaron en acompañar la manifestación a pie.

Detrás hay despliegue de banderas, multitudes que las siguen y animan y todo se resume en ese puñado de ancianas, donde la historia explota y llena de sentidos a la multitud, a la ciudad, al país, en esos pasos pasitos cada vez más titubeantes que retumban. Los padres se las señalan a sus hijos, para que algún día puedan decir que las vieron marchar y en ese diálogo de padres a hijos se teje la historia, se crea un sentido que impregna a la sociedad.

Mientras cientos de miles comulgaban en ese ritual poderosamente emotivo,  en los medios circulaba una foto de los diputados de Cambiemos con las dos consignas que les parecieron más importantes para la fecha: “Nunca más a los negocios en los Derechos Humanos” y “Nunca más a la interrupción del orden democrático”. En ningún lado figuran las palabras tortura, secuestro, desaparecidos, terrorismo de Estado ni golpe militar. Están contra la “interrupción del orden democrático” y todo lo demás, secuestros, desaparecidos, asesinatos, torturas, violaciones, secuestros de bebés, todo lo demás es el “negocio” de los derechos humanos, no algo que cometieron las Fuerzas Armadas que habían usurpado el poder.

Había diputados radicales en la foto detrás de esos carteles. Arrastrados por esa cerrazón a los derechos humanos, radicales que en su momento se destacaron como Ricardo Gil Lavedra o el mismo Leandro Despouy fueron arrastrados a convalidar la persecución ilegal y arbitraria contra Milagro Sala lanzada por otro radical, el gobernador jujeño Gerardo Morales. Y la Libertad de Milagro Sala fue una de las consignas centrales del masivo acto por los derechos humanos. Hay un hilo conductor entre esos carteles provocativos, donde las violaciones a los derechos humanos parecen no tener importancia, y el maltrato y la persecución a mansalva contra la dirigente social jujeña. Si no tuvieron importancia las monstruosidades de la dictadura, obviamente tampoco la tienen las violaciones que se cometan ahora. Para los que no lo entienden, la importancia de los actos del 24 de marzo, está en esa enseñanza: lo que no se repudia, se repite, y lo que se olvida también.

Cientos de miles en las calles y un gobierno que no lo encaja. Alguno se asustará y otro le restará importancia. Pero ni el asustado ni el desinteresado entre los Ceos del gobierno entiende. Cientos de miles de personas los interpelan, les reclaman. Nunca estuvieron en un lado ni en el otro. Antes les parecía fácil y ahora no se dan cuenta de la lógica de un diálogo que los excede. Hicieron campaña con el diálogo porque los aconsejó el director de marketing, y lo real hasta ahora ha sido la imposición o el repliegue cuando chocaron con una fuerte resistencia. El diálogo es otra dimensión que se relaciona con la política. No son dos personas que se hablan sin escucharse y sin siquiera pretender entenderse.

El diálogo es la dimensión de la política de la que el PRO reniega como política. Millones de personas en las calles durante el mes de marzo, por un lado. Y un gobierno encerrado por el otro. Dos poderes sin contacto, sin puentes. Algún puente o interacción implicaría punto de contacto, política y diálogo, aunque no se encuentren dos personas. La protesta multitudinaria y muy enojada y un gobierno sordo ha sido el escenario este mes de grandes movilizaciones.

La provocación frente a la marcha por los derechos humanos parece gratuita. El gobierno de Cambiemos se pone por fuera del proceso de maduración que la lucha por los derechos humanos le imprimió a la transición democrática en Argentina. Un proceso que ha sido reconocido y alentado en todo el mundo. Hay discusiones que están saldadas en la sociedad después de un gran esfuerzo. Pero quedan grupos minoritarios, relacionados con los militares represores, que se han resistido esos avances. Y Cambiemos se hace cargo de estos reclamos tan injustos y minoritarios. Cuando se habla de la justicia de una sola cara, se olvida de la terrible persecución que sufrieron desde el primer momento por el Estado terrorista los que ellos definen como “la otra parte”.

Han sufrido cárcel, secuestros, tormentos, muerte, persecución y destrucción de sus familias. No hubo un solo momento en que “ese sector”, la guerrilla, la militancia popular, dejara de ser perseguido por el Estado. Lo que se hizo con el retorno de la democracia fue terminar con la impunidad del Estado terrorista. No existe Justicia de una sola cara. Eso es un invento para denigrar el fin de la impunidad de torturadores y represores. Hubo dos caras de la supuesta Justicia, y una fue muchísimo más cruel e ilegal que la que se les aplica ahora a los represores. La sociedad ha podido entenderlo. Cambiemos se hace cargo de un reclamo injusto, sectorial minoritario y reaccionario, porque al hablar de justicia de una sola cara, niega el terrorismo de Estado y la justicia de hecho que ellos aplicaron desde el Estado, lo cual es inapelable e innegable como sabe cualquier jurista.

De hecho varios de sus voceros intentaron hacer negacionismo con la cantidad de desaparecidos. No les interesaba esa discusión. Pero les servía para desprestigiar y hacerles perder credibilidad a los organismos de derechos humanos porque cuestionan sus políticas, como ahora que reclaman por la libertad de Milagro Sala. Con esas estrategias en las que participan activamente los radicales que están en el gobierno, echan tierra al impulso que el ex presidente Raúl Alfonsin imprimió a los derechos humanos al comenzar esta difícil transición democrática. Hubo peronistas, socialistas y radicales que lucharon contra la dictadura y la repudiaron. Pero también hubo peronistas, radicales y socialistas que la respaldaron. Los que están ahora se emparentan con ellos al provocar las vergonzozas denuncias de la CIDH por el avasallamiento de la justicia para perseguir en forma ilegal a una dirigente opositora.

La consigna de “Nunca más a los negocios en los DD.HH.” busca el mismo fin de desacreditar a las víctimas de la represión por las reparaciones materiales que recibieron y que son reconocidas como acciones genuinas y legales en todo el planeta en situaciones similares. Si algo se hizo por fuera de la ley, tienen que hacer la denuncia correspondiente por ese caso o casos concretos. Hacer una denuncia genérica como hizo Mauricio Macri, y ahora los diputados de Cambiemos, solamente busca difamar y desprestigiar.

En ese contexto hostil de la gestión macrista que denuncia de corrupto a cualquiera que se le oponga, la manifestación por el 24 de marzo fue una expresión de gente enojada con este gobierno. Igual sucedió con los cientos de miles que marcharon con los maestros, con las decenas de miles que lo hicieron con los movimientos sociales, con las mujeres del “Ni una menos” y con los cientos de miles que movilizó la CGT.

Todo lo que se oponga a Cambiemos es denigrante o corrupto sea sindicalista, ex presidente o dirigente de los derechos humanos o de los movimientos sociales. Con esa estrategia de difamación y afrenta gratuita –y la mayoría de las veces infundada– han creado la famosa grieta. Fue una estrategia marketinera de oposición que les resultó efectiva.

La han empezado a usar ahora desde el gobierno. Termina funcionando al revés: la imagen de Cristina y Néstor Kirchner se repetía hasta el infinito tanto en las columnas organizadas como en los asistentes por su cuenta. Cuando las medidas económicas acorralan a la gente, esas estrategias de marketing agresivo se revierten en su contra y generan mucho odio. La gente sale a la calle con bronca porque además se siente insultada. Más que con otros gobiernos. Es un gobierno que enloda y persigue a sus opositores y esa estrategia es como gobernar sobre un barril de pólvora.

*Subdirector de Página12, Argentina