“¡Tenemos Patria, dame dos!” Los “ricos” y sus “nuevos lujos” en tiempo de emergencia económica
Lenin Brea y Luis Salas-15yúltimo|
La Gelatteria Cine Citta es un local de consumo suntuario del sur-este de Caracas, y diríase que uno de los lugares de moda de la ciudad. Lo que resulta todo un detalle en un país en el que la gran mayoría está haciendo lo que puede para arreglársela con el diario.
Sin embargo, lo que llama la atención no es solo que un establecimiento de consumo “lujoso” (luego veremos el por qué de las comillas) prospere en tiempos de vacas flacas. Después de todo, fenómenos como este son observables no solo en Venezuela [1], sino en todo lugar donde acontece una crisis económica [2]. Lo que da su toque mágico a Cine Citta, aquello que la diferencia de sus competidores, es su capacidad para aprovecharse de la crisis mutando para captar una demanda insatisfecha y transformando con esto el carácter mismo de dicha demanda. En tal sentido, hay que decir que no solo es un negocio que se dedica a la especulación, sino que lo hace de una manera eficaz, dinámica e imaginativa, por lo que no nos extrañaría si gente inteligentuda lo promoviera como paradigma de “visión empresarial en tiempos de crisis”.
El concepto comercial
La Gellateria Cine Citta se ubica en la parte baja de Bello Monte, en el Centro Polo, conocido conjunto residencial del sur-este capitalino, construido en los años 80 con la idea integrar en un solo espacio comercio y vivienda. La Gellateria abrió sus puertas en noviembre de 2015, días antes que la recientemente inaugurada estación del Metro. Pero la visión de negocios que encarna no pasa por la elección oportuna del lugar y del momento para iniciar sus operaciones.
Cine Citta se promociona como un lugar para los amantes de la buena comida y bebida italiana. Su nombre y la temática que define su concepto comercial posiblemente hagan alusión al estudio cinematográfico homónimo que se encuentran en Roma. Lo que es más seguro, es que la palabra “heladería” escrita en el idioma de aquel país, reconocido por su tradición culinaria, es signo de distinción: allí no se vende el simple helado, sino gellato.
No obstante ofrecerse con un local destinado a personas de buen gusto, que se distinguen socialmente del resto de los mortales porque saben disfrutar de la comida gourmet y consumen delicatesses, el decorado tiene ese aire prefabricado, impersonal, frío y pulcro de las franquicias tipo Planet Hollywood: un fondo de cerámica roja y negra, iluminación de neón, sillas y mesas de metal y plástico con estampados en vinil que promocionan los platos que allí se sirven, paredes decoradas con imágenes blanco y negro de las estrellas “clásicas” del celuloide estadounidense, y una serie de estatuas “cómicas” de tamaño natural definen un espacio difícilmente acogedor, aunque notoriamente limpio y con apariencia de respetabilidad. Además de algunas vidrieras, mostradores y estantes, el mobiliario lo completan unas pantallas ubicadas sobre el mostrador principal del sector de restaurante donde promocionan las más recientes producciones cinematográficas para el consumo masivo, y pasan películas infantiles. En su conjunto, la composición que forman estos elementos proyecta la imagen de un espacio no tanto extranjero o foráneo, comoimportado.
En cuanto a las mercancías que se expenden, ofrece una relativamente amplia gama de servicios culinarios: además de gellateria es panadería, pizzería, charcutería y “bodegón”. Entrecomillamos la palabra porque se trata de un bodegón [3] muy original, en el cual casi no se venden mercancías lujosas sino –y este es el motivo de esta nota– toda una gama de productos de consumo masivo que por obra de la especulación y la guerra económica se han convertido en nuevos lujos.
Así las cosas, lo primero que llama la atención al visitante del local es el espacio donde se venden los huevos y las latas de atún: justo afuera de la entrada/salida del local. A este espacio lo llamamos “zona liminar” precisamente porque ocupa un espacio que excede los limites formales y visibles del negocio. Allí se coloca una mesa con un mantel y un empleado uniformado, como para que no se pierda la fantasía ante la exposición de unas pilas de cartones de huevos o latas de atún envueltos en papel celofán. En ocasiones este dispositivo se sirve de su propio punto de venta, lo que parece muy práctico, pero también usa el del sector de restaurante, de manera que el cliente entra para pagar y retira su mercancía afuera tras enseñar el tique.
Sobre la razón de ser de este parapeto es evidente que no se trata de encubrir o negar la relación entre el local y el negocio. Si se considera que se trata de bienes de primera necesidad y consumo masivo, se tiene una primera pista sobre la función de este artilugio. Sirve para promocionar, para poner a la vista de todos una mercancía que mucha gente no esperaría encontrar en un local de consumo suntuario y gusto exquisito. No obstante, por el precio de las mercancías se puede decir que el objeto de esta exposición es la población definida por un nivel de ingresos de medio a alto: un cartón de huevos cuesta –al momento de nuestra visita– 4.500 Bs., más caro que en el resto la ciudad. Las latas de atún se venden en combos de tres a un precio que es competitivo con el de las grandes cadenas de supermercados. [4]
Pero hay otra razón para vender las mercancías como lo hacen: las latas de atún son de fácil sustracción, por lo cual necesitan de una vigilancia especial. Se trata del mismo motivo por el cual en los supermercados pasaron de los estantes a las vidrieras. Los huevos, por su parte, son delicados, por lo que se hace necesario vigilar su integridad. Además si se toma en cuenta que se trata de productos básicos, y en el caso de los huevos que su precio no solo es ilegal sino que es evidentemente especulativo, se comprenderá que allí donde los expenden es más fácil controlar un posible conflicto y si este se agravase bajar la santamaría.
El razonamiento que guía este y otros aspectos similares del negocio son tomado de esa fuente de saber para lo bueno que es la economía neo-ortodoxa: si una persona dispone de dinero y hay “escasez” de un producto tenderá a comprarlo a cualquier precio si lo consigue [5]. La aplicación de este principio de psicología económica se evidencia en la evolución de esta faceta del emprendimiento: los vecinos de la zona refieren que esta mutación tuvo lugar a los pocos días del decreto presidencial que reguló el precio de los huevos y de su correlativa desaparición de los otros establecimientos de la zona. Con la relativa regularización del abastecimiento del producto en los otros locales del sector (claro está, a precios ilegales) su venta en la gellateria se ha hecho más bien intermitente, encontrándose allí el producto unos días sí y otros no.
El sector restaurante y las terrazas
Del sector de restaurante no hay mucho qué destacar. Funciona a la vez como una panadería común en la que el cliente pasa por la caja, entrega el tique en el mostrador y degusta en la terraza de su preferencia, pero también existe la posibilidad de ser atendido en la mesa. No sorprenderá que los precios de los platos que allí preparan sean elevados. Los siguientes datos bastarán para hacerse una idea del nivel de ingreso requerido para consumir en el local. Un café grande cuesta casi tres veces más que en otros lugares de la zona, y hasta cuatro veces más que en el centro de Caracas. Una comida para cuatro personas (un plato por persona, más bebida) cuesta por lo menos un salario mínimo, con bono de alimentación incluido. De las terrazas lo que destaca es la sensación de seguridad creada por lo opresivo del espacio. La terraza 1 colinda con las portentosas rejas negras y el muro que delimita al Centro Polo. La terraza 2 está en una zona oscura y se dirá que aislada del mundo, ya que se ubica detrás de las escaleras que comunican los dos niveles del centro residencial. Adicionalmente unas barandas de metal hacen imposible el acceso directo desde los espacios foráneos al local.
El bodegón y el depósito
A diferencia del área de restaurante donde el movimiento es libre y nada regula la entrada o salida de los clientes, excepto por el tradicional mecanismo del tique, la entrada al bodegón y al depósito está regulada por un torniquete, y la salida por las cajas registradoras. Una vez adentro los anaqueles y la forma como están distribuidas las mercaderías definen un circuito que orienta la circulación de los clientes. Al menos dos vigilantes cuidan de la mercancía.
Del área de bodegón lo que llama la atención es que allí no se encuentran “delicateses”, excepto quizás por los productos de la charcutería, pero estos no son los más llevados por los clientes. Sacando estos, la mercadería está compuesta por aceite, arroz, azúcar, café, caraotas blancas y negras, mayonesa, salsa de tomate.
En el espacio que hemos llamado “depósito” se venden productos de higiene y uso personal como champú, pañales y tampones. Llamamos a este espacio así porque no parece que originalmente estuviese destinado al acceso público. Más bien da la impresión de que fue habilitado para la venta como parte de los cambios realizados para aprovechar la situación económica.
Ahora bien con respecto a los precios de estas mercancías estos rebasan incluso a los de los bachaqueros más refinados. Como nuestra observación terminó el 1 de agosto recurrimos aquí a una comparación con respecto a los precios que para el momento tenían productos similares ubicables en supermercados. [6]
Se resalta que los productos que se venden en el bodegón/depósito no tienen nada de especial en tanto que son de consumo masivo. Lo único que los distingue de sus similares y competidores es la marca (masiva aunque no distribuida o elaborada para consumo en Venezuela) y el hecho de que tienen la información en otros idiomas. Su categoría está determinada por los signos que dan cuenta de que son importados.
Destaca además que todos o casi todos estos productos son socialmente considerados como de consumo básico. De hecho la mayoría pertenecen a la canasta básica del Venezolano, según el INE. Ahora bien, en este local no hay desabastecimiento ni colas, los productos están allí se diría que impacientes, esperando a que se los lleven, cosa que para su satisfacción sucede con regularidad. Pero lo que hace aun más sorprendente este milagro es que a 500 metros queda un supermercado de consumo masivo donde las colas están a la orden del día.
Si es verdad que los anaqueles repletos de productos son signo de equilibrio entre oferta y demanda, entonces tenemos aquí un caso de equilibrio perfecto. Lo que hace posible esto parece ser el precio de las mercancías, al ser impagable para las clases de ingresos medios y bajos, con lo cual, además, pierden todo atractivo para los emprendedores del bachaqueo común. Si esto es así el equilibrio entre oferta y demanda expresado en el abastecimiento pleno tendría como condición de posibilidad la exclusión del consumo de amplios sectores sociales.
En el mismo sentido, en la medida en que algunas clases sociales tienen privilegios de acceso a los bienes básicos y de consumo masivo, los cuales están basados en su poder de compra, podemos hablar de elitización del consumo. En esencia es lo mismo que sucede con la compra de bienes bachaqueados, los cuales tampoco escasean si se tiene el dinero para comprarlos en los mercados “secretos” que están a la vista de todos, o mediante contactos que prefieren la venta al por mayor. De manera que se puede afirmar que en el momento presente el desabastecimiento es relativo al nivel de ingreso.
Por último, es significativo que en la actualidad la parte más activa del negocio en su conjunto es precisamente el bodegón/depósito el cual provee de abundante clientela al área de restaurante. El recorrido de un cliente por lo general empieza por el área de bodegón/depósito para luego pasar al área de restaurante y salir más tarde con unas bolsas estampadas con una “carita feliz” y el mensaje Happy buy. La actividad de la zona liminar, por su parte, ha decaído con el tiempo, pero se mantiene [7]. Lo relevante de esto es que el motor del emprendimiento es la parte más especulativa y rentista del mismo.
Con base en lo dicho se puede afirmar que como negocio la Gellateria Cine Citta es solo una adaptación ingeniosa y mucho más descarada de la forma “clandestina” del bachaqueo. De hecho parte esencial de ese plus de satisfacción que oferta el local a su distinguida clientela pasa por hacerse partícipe del descaro con que opera. Y es que el ingenio del emprendedor en este caso radica en cómo se las arregla para satisfacer a unas clases con dinero que a pesar de la “crisis” quieren hacer de su consumo básico algo más. La evolución del bodegón/depósito es similar a la de la zona liminar en tanto que representa una adaptación a las circunstancias, basada en el reconocimiento de una demanda o poder de compra. Si en un principio la intención fue vender delicatesses a una clase asalariada que en general era retribuida en forma suficiente como para acceder a ellas, ahora vende productos básicos de categoría a unas clases ansiosas de ostentar su poder de compra.
Las clases medio altas
¿Cómo es posible que un local de consumo suntuario prospere en medio de una “crisis económica” como la que atraviesa Venezuela? ¿Quiénes son las clases que demandan lo que el local ofrece y sostienen el consumo sobre el cual cabalga?
En la medida en que la situación actual puede definirse como un proceso de “transferencia de los ingresos y de la riqueza social desde un(os) sector(res) de la población hacia otro(s) por la vía del aumento de los precios”, siendo que “esta transferencia se produce desde los asalariados hacia los empresarios, pero también desde una fracción del empresariado hacia otra fracción de los mismos” [8], el resultado de esto tiene que ser lógicamente el enriquecimiento de un sector de la sociedad a costa de los otros.
La clase social que se enriquece es, principalmente, la que concentra los medios de producción y el capital, y por ende dispone de un amplio poder de mando, tanto sobre la producción/importación como sobre la distribución de las mercancías. Claro que no queremos afirmar que el nicho de mercado que es aprovechado por nuestro emprendedor se compone por el consumo particular o privado de los representes del gran capital. Pero para circunscribir la demanda en cuestión es necesario comprender que el funcionamiento de las grandes maquinarias oligopólicas y transnacionales que operan en el país requiere de lo que D. A. Rangel, siguiendo a J. K. Galbraith, llamaba tecnoestructuras [9], es decir, de capas burocráticas estratificadas de ejecutivos, técnicos y operadores que realizan las funciones de dirección y administración en aquellas empresas y conglomerados. Adicionalmente están las tecnocracias de las medianas y pequeñas empresas que se benefician del proceso de despojo de las clases asalariadas mediante la prestación de variados servicios a los grandes emporios.
Están además las tecnoestructuras de las empresas públicas y de aquellas que prestan servicios al Estado, y los miembros del sector de la burocracia estatal que por sus funciones están íntimamente vinculados con el sector privado. Son las capas medias de estas tecnocracias las que componen el poder de compra efectivo que hace posible y rentable el emprendimiento. A la composición de esta demanda se suma una capa de pequeños propietarios de emprendimientos comerciales y de prestación de servicios profesionales que han salido beneficiados, por ahora, en la lucha contra sus rivales por la apropiación de los salarios privados y la riqueza pública, y por último está la capa de la sociedad que vive de rentas y otros ingresos no productivos y no vinculados al trabajo.
Dada su posición en la escala social, definida por su función servil con respecto al capital y su sumisión con respecto a un ingreso que les permite distinguirse del resto de la sociedad, llamamos al conjunto formado por estos sectores “clases medio altas”. Aunque el conjunto que definen es heterogéneo y se pueden encontrar una pluralidad de matices en sus disposiciones, creencias y modos de hacer, esta clase tiene en común tanto el disponer de un nivel de ingreso medio alto como la forma en la cual gasta sus excedentes.
De su nivel de ingreso puede decirse que es alto porque representa un salto con respecto al siguiente escalón inferior. Teóricamente es posible sostener que su ingreso se indexa a la inflación e incluso la supera dado que estas clases disponen, por su posición, de cierto poder de mando sobre las empresas que administran y las funciones –no las personas que las cumplen– que realizan son imprescindibles para su buen funcionamiento. Pero si se trata a fin de cuentas de un ingreso medio alto es porque representa una nada con respecto al ingreso de sus superiores (las altas gerencias, juntas directivas, etc.) por no hablar del de sus verdaderos amos.
Con respecto a la forma como gastan su ingreso, un dato destacable es que la actitud general de los consumidores del sector de bodegón/depósito se basa en quejarse de forma ostensible de los precios para acto seguido llevarse de igual manera, esto es, de forma ostensible, los productos. Unívocamente estas quejas son contra el gobierno y jamás contra el emprendedor, y una de las locuciones preferidas es la afirmación irónica: “¡Tenemos Patria!”. Alguien podría pensar que esta actitud obedece a una politización del consumo, pero en realidad no es esto lo que sucede. Las quejas tienen el sentido de exhibir el propio poder de compra a pesar de la “crisis”. Si identifican al gobierno como el causante de la mala situación más allá de eso no pasa nada, la queja no tiene por objeto ni resultado ninguna acción política, y ninguna relación resulta del encuentro de estos consumidores más allá del pavoneo de lo que cada quien se lleva a su casa. En su conjunto esta clase es y se siente la heredera de aquella cuyo habitus [10] se estructuró en los periodos de abundancia económica del puntofijismo y que llegó a destacar porque gastaba la renta que se apropiaba, en Margarita, Miami y otras metrópolis del mundo, bajo la consigna “¡ta barato, dame dos!”. De hecho, si sustituimos el primer par de la consigna por el mentado en la actualidad observamos que el sentido de ostentación de la expresión se redobla:
¡Ta barato / dame dos!
¡Tenemos patria / dame dos!
Se puede argumentar que en realidad los clientes compran todo lo que pueden para protegerse de la inflación. Pero si esto fuese así y su conducta se redujese a un cálculo racional orientado al ahorro, adquirían los productos por la vía del bachaqueo “clandestino”. El consumidor que compra en el local busca algo más que abastecerse de productos básicos: ostentar su poder de compra. Por eso el rasgo verdaderamente genial del emprendedor es haber sabido hacer del local un pequeño Miami en el este de Caracas donde se respira el aroma de lo importado.
A modo de conclusión
La descripción-etnografía precedente se circunscribe al ámbito del intercambio. Esto implica que nos mantuvimos al margen del “taller oculto” donde tiene lugar la producción de plusvalor, para quedarnos en la “superficial y ruidosa escena” donde, “a la vista de todos”, se encuentran como iguales el poseedor de mercancías para la venta y el poseedor de dinero para la compra: el primero queriendo transformar su mercancía en más dinero del que invirtió en ella y el otro queriendo que su dinero se torne en mercancía para el consumo individual, sea este mediato o inmediato, productivo o improductivo.
Sin embargo es posible decir que en lo que toca a la expropiación de plusvalor el emprendimiento opera con los métodos estandarizados de explotación intensiva de la fuerza de trabajo que usan los restaurantes de comida rápida, en los que parte del esfuerzo requerido pasa por tener presta una sonrisa y estar dispuesto a calarse cualquier expresión de humanidad de los clientes. La diferencia es que aquí los consumidores vienen a llevarse no solo bienes, sino además y principalmente categoría, por lo que esperan un trato consonó con su clase. Como es de suponer la gran mayoría de los que allí trabajan pertenecen a las clases trabajadoras y tienen ingresos mínimos. El resto pertenece a la tecnoestructura que administra el local. De hecho al emprendedor o a los emprendedores no los vimos nunca, y si pararon por allí no actuaron como tales.
Pero no solo nos mantuvimos al margen de la producción de capital que tiene lugar mediante la explotación de la fuerza de trabajo directamente empleada en el negocio. También fue preciso no saber nada de su parte especulativa, si es que existe, la cual, según lo observado, sería la verdaderamente viva. Sobre la manera como este capital se transforma en divisas para la importación de unos bienes que cuestionan la distinción entre necesarios y lujosos, sobre cómo llegan esas mercancías al país, sobre cómo se vuelven a transformar los bolívares obtenidos por su venta en sus similares y cuasi equivalentes foráneos, es algo de lo que tampoco supimos nada.
Tampoco supimos de la estructura de costos sobre la cual se determinan los precios de los productos importados, cosa que hubiese sido útil para saber el margen de ganancia del emprendimiento, pero en todo caso ¿no sucede con este local lo mismo que en el comercial de la tarjeta de crédito, esto es, que la experiencia de comprar productos básicos y masivos pero importados y degustar platos internacionales en un local que parece traído de otro lado, como si el cliente se “hubiese ido demasiado” de Venezuela, “no tiene precio”?
Es posible formular una hipótesis teórica sobre lo que sucede, cuya importancia pasa por desbaratar la apariencia de que este negocio produce dinero a partir del dinero, es decir, el valor que se apropian los dueños del emprendimiento no sale de la simple transformación de los bolívares en divisas y luego viceversa, mediando la venta de la mercancía. Es decir, es posible que este, como muchos negocios que tienen acceso a divisas públicas, usen una parte de ellas para cubrir sus necesidades de bolívares mediando el mercado negro, y recurran a otras prácticas especulativas parecidas. Pero independientemente de que esto sea así o no, la ganancia de este emprendimiento se forma a partir de la captura del ingreso de las clases medio altas, sea este un salario o no. Como estas dan su dinero de buena gana y como parte de un ritual de distinción que tiene su base material en la ostentación del poder de compra, o lo que sería lo mismo de un poder de gasto [11], no se puede hablar por ese lado de injusticia, y la cosa es más bien risible.
En cuanto al poseedor de mercancías para la venta, la observación estuvo enfocada en la mercancía, en su clase y en su precio. Tuvo especial importancia el examen de su distribución en el espacio. Llama particularmente la atención el que la diferenciación de clase se exprese de forma funcional en la distribución de las mercancías en el espacio del local. Dicho de otro modo, el funcionamiento del negocio reproduce espacialmente la situación actual de la estratificación social, cosa que es más evidente cuando se coloca en su contexto social: las clases de mayor poder adquisitivo consumen en el bodegón/depósito y en el área de restaurante. En el primer espacio se adquieren productos básicos escaseados cuyos signos de distinción o categoría son su ser de productos importados y, claro es, su precio. En el segundo espacio se degustan productos culinarios cuya delicadeza y exquisitez es igualmente indicada por su costo y procedencia. Las clases de nivel de ingreso medio consumen en la zona liminar productos nacionales o que no tienen la categoría de importados y cuyo precio es competitivo con el de otros negocios, pero por supuesto, puede que de vez en cuando algunos representantes de este estrato accedan al restaurante. Por su parte las clases de ingresos bajos tienen muy poco que hacer en este lugar como consumidores. Aunque nada les impide la entrada, los precios de los productos y servicios delimitan una frontera de acceso, por lo que solo tienen presencia allí como fuerza de trabajo y en particular como servidumbre. Ya un poco más afuera del negocio –en los dos supermercados próximos al Centro Polo– hace vida tanto el lumpenproletariado que se dedica al bachaqueo como la gente a la que no le queda otro remedio que jugársela en la cola [12], y aun un poco más allá, en la esquina donde muchos comercios de la zona botan la basura, es posible observar esa forma de vida constituida por la parte de la sociedad que como consecuencia de la “crisis” ha perdido todo acceso a la distribución de la riqueza social.
Notas
[1] En una nota reciente de esa autoridad sobre el buen gusto que es la revista Producto se afirma que el consumo suntuario en el país es “frágil pero latente”, con lo cual se quiere decir que este ha bajado pero aún subsiste ubicándose entre un 2% y 3% del total nacional. Nos informa además, en palabras de Luis Vicente León, que aunque los estratos A y B superan aquella cifra, su consumo ha bajado entre un 8% y 10% dado que “cayó el índice de confianza en la calidad y prefieren viajar, porque todavía tienen esa posibilidad de hacerlo y encontrar afuera mercancía de mejor calidad y con mejores precios”. Se puede inferir de lo anterior que si el consumo de los estratos elevados ha bajado en el país, esto es porque van a realizarlo al exterior, lo que implica que no ha caído su nivel de ingreso, sino que incluso parece factible que haya aumentado. Tómese en cuenta que según nos informa la revista para comprar un pasaje aéreo en una agencia de viajes prestigiosa hay que disponer de entre 800$ a 2.500$. Además solo puede ser adquirido con cargo a una tarjeta de crédito en el exterior. Del consumo que aún realizan estos estratos en el país puede hacerse uno una idea por los precios que allí se anuncian: por ejemplo unas yuntas para camisa valen 18 mil bolívares y claro está que no tiene mucho sentido comprarlas si no se tiene cuando menos una camisa, un traje, corbata, y zapatos de un costo que le haga justicia a las piezas. Pero la situación de la gente de buen gusto comienza a ser desesperada una vez que el gobierno ha aumentado los impuestos al lujo, con lo que es posible que se vayan del país para no volver. Lo que más llama la atención de esta nota es que se afirma que muchos productos que antes no eran considerados de lujo comienzan a serlo debido, claro está, no a su calidad sino a sus precios. Con esto lo que se afirma es que se está dando una elitización del consumo, término del que hablaremos adelante.
[2] Por ejemplo referenciamos dos noticias, la primera sobre el consumo de autos de lujo en España la cual tiene como ventaja no proceder de un medio de comunicación político, y la segunda sobre el consumo de los ibéricos en restaurantes y hoteles. Esta segunda “noticia” es simplemente tendenciosa, primero porque atribuye la “crisis” a un déficit fiscal que no existía antes de la “crisis”, y segundo porque no discrimina ni diferencia entre los diversos estratos sociales o clases. Esta nota tiene, pues, un sentido moralista que apunta a culpabilizar a los españoles en su conjunto por el consumo suntuario de los estratos altos.
[3] Del término “bodegón”, cuando es usado para describir los espacios comerciales donde se venden productos de lujo, se puede decir que es en sí mismo señal de distinción por oposición a la simple “bodega” del “barrio”. El uso del término “abasto”, más común en las clases medias, es también un intento de diferenciación en la escala social con respecto a la bodega. No sabemos en qué medida sucede con el término que su significación sea propia de Venezuela y quizás esté ligada al rentismo de los años 70. Sucedería algo similar con el uso de “barrio” para referirse a las zonas populares por oposición a “urbanización” o “Country”.
[4] Los precios fueron registrados hasta el 1 de agosto de 2016.
[5] El modo de producción capitalista es el primero del que se puede decir que produce escasez. Las llamadas sociedades de subsistencia son un mito de la economía neo-ortodoxa. Con base en la evidencia histórica y etnográfica puede verificarse que todas las sociedades humanas de las que se tiene noticia han producido excedentes, salvo en casos muy excepcionales debido a la influencia de factores externos y azarosos. Lo que sucede más bien es que estos excedentes no se inviertan de forma racional en el aumento cualitativo y cuantitativo de la producción y menos con la finalidad de concentrar la riqueza. De como se ha usado este excedente es un tema amplio y del cual aquí nos interesa un punto en específico vinculado a la idea de lujo y la práctica del consumo de ostentación. Con respecto a este punto en específico las ideas generales que guían este texto pueden encontrarse en dos trabajos de Georges Bataille, La parte maldita. Tratado de economía general y “La noción de gasto” de las que hablaremos adelante. En cuanto a la cuestión de los excedentes hay abundante bibliografía, pero un buen punto donde empezar, además de los libros ya referidos, es el clásico Ensayo sobre el don, de Marcel Mauss. Sobre la cuestión de la producción de escasez y el capitalismo es posible referenciar el poderoso trabajo conjunto de G. Deleuze y F. Guattari y en particular El anti Edipo y Mil mesetas.
[6] Es importante aclarar dos cosas: la primera es que la mayoría de los productos que allí se venden están en presentaciones para la venta al por mayor, la segunda es que solo usamos para la comparación productos de los que tuviésemos una referencia de precios segura.
[7] En la actualidad, es decir, dos meses después de la que fuese nuestra última visita la zona liminar, ya ocupa parte del patio del Centro Polo, donde se ha instalado un toldo para atender a los comensales los fines de semana.
[8] Luis Salas Rodríguez. (2015) 21 claves para entender la guerra económica. Fundación Editorial El perro y la rana. Caracas. República Bolivariana de Venezuela.
[9] Domingo Alberto Rangel. (1972). La oligarquía del dinero. Editorial Fuentes. Caracas. República Bolivariana de Venezuela.
[10] Para el concepto de habitus ver la obra de Pierre Bourdieu y en particular La distinción. Crítica social del juicio. (1989). Además la obra del autor ha tenido influencia en este trabajo por cuanto define el campo cultural como un juego de relaciones de poder entre las clases sociales cuyo objeto es la hegemonía y la mayor participación en la distribución y usufructo del capital social y cultural. Dicho de otro modo, los gustos, preferencias y disposiciones en materia cultural no son una expresión de la individualidad, sino de la posición de clase y su manifestación tiene por objeto participar en la disputa por el capital social, esto es, colocarse en la posición dominante. Así, el consumo cultural distingue a unas clases de otras, con lo cual se quiere decir que las diferencia de las demás, pero también que las posiciona en la jerarquía social. La cultura es así un campo de lucha por la distinción como signo de altura y prestigio social. Sin embargo la obra de Bourdieu está enfocada en la producción de lo que podemos llamar alta cultura, es decir las formas socialmente reconocidas y legitimadas como refinadas o exquisitas, como por ejemplo las llamadas bellas artes. Por otra parte esta lucha tiene como espacio un conjunto de instituciones donde se legitiman las prácticas culturales mediante la producción y reproducción de discurso y saberes legitimantes, como las críticas de los diversos géneros artísticos. Dicho esto se comprenderá que este trabajo solo toma la idea y conceptos generales de la obra de Bourdieu. De hecho nuestro objeto de estudio no es exactamente el campo de la cultura ni menos el espacio de la que hemos llamado alta cultura. A nosotros nos ha interesado específicamente el consumo suntuario como praxis de distinción. Lo que a Bourdie le interesa no son tanto las formas como las clases sociales gastan su riqueza ni el sentido de la ostentación que hacen cuando gastan; no es tanto la distinción como efecto de un consumo público dispendioso, sino las formas, instituciones, mecanismos, prácticas y discursos mediante los cuales las clases sociales legitiman sus prácticas culturales en función de apropiarse el capital en general y distinguirse/posicionarse en el campo social. En nuestro caso el consumo no lleva aparejado un discurso legitimante avalado institucionalmente, ni está vinculado a la producción de saber y discurso, sino a lo sumo del discurso comercial-publicitario como el que articula la revista Producto. En el mismo sentido lo que está en juego en nuestro caso no es el consumo de bienes culturales, sino algo socialmente más vinculado a la frivolidad. En el mismo sentido no se trata de objetos refinados en el sentido en que lo es una obra de arte. No obstante podemos delimitar aquí el gusto de las clases medio altas, en tanto que lo importado es considerado por ellas como refinado y de buen gusto, es decir, es signo de distinción.
[11] Como dijimos arriba las ideas generales sobre las que se sustenta este trabajo las tomamos de la obra de Georges Bataille y en particular de La parte maldita y “La noción de gasto”. Se entiende por “gasto” o “consumo improductivo” aquel que niega la utilidad y destruye el valor de la riqueza. Dicho de otro modo, aquella forma de consumo que la retira del intercambio y de la producción para someterla a una destrucción (consumación) pública y fastuosa. La función social del gasto resulta de la destrucción gratuita de la riqueza y puede definirse en principio como una forma de catarsis social. Serían ejemplos de gasto las grandes fiestas precapitalistas como los carnavales, bacanales y saturnales y en particular aquellas en las que el orden social se invierte; también la construcción de monumentos e edificaciones con fines religiosos o rituales; los sacrificios y algunas formas del espectáculo, el combate y la guerra. Pero el gasto también tiene una función vinculada al ejercicio del poder y la política. En las sociedad precapitalistas que dividen jerárquicamente y se basan en formas complejas de división del trabajo, el ejercicio del poder y la posesión de riquezas están vinculados a la obligación de gastar en determinados momentos la riqueza de la forma antes dicha. Pero el mismo ejercicio del poder está vinculado no solo a la ostentación de la riqueza y su consagración a la inutilidad, sino a su destrucción o don. El caso paradigmático es el de una institución arcaica denominada Potlatch en la cual los contendores destruyen o donan su riqueza públicamente para humillar al rival y forzarlo a realizar un gasto mayor como contrapartida. En el capitalismo según Bataille:
“En tanto que clase poseedora de la riqueza, que ha recibido con ella la obligación del gasto funcional, la burguesía moderna se caracteriza por la negación de principio que opone a esta obligación. Se distingue de la aristocracia en que no consiente gastar más que para sí, en el interior de ella misma, es decir, disimulando sus gastos, cuando es posible, a los ojos de otras clases. Esta forma particular es debida, en el origen, al desarrollo de su riqueza a la sombra de una clase noble más potente que ella. […] Los burgueses han denunciado las prodigalidades de la sociedad feudal como un abuso fundamental y, después de apropiarse del poder, se han creído, gracias a sus hábitos de disimulo, en situación de practicar una dominación aceptable por las clases pobres. Y es justo reconocer que el pueblo es incapaz de odiarlos tanto como a sus antiguos amos, en la medida en que, precisamente, es incapaz de amarlos, pues a los burgueses les es imposible disimular tanto la sordidez de su rostro como su innoble rapacidad, tan horriblemente mezquina que la vida humana queda degradada solo con su presencia”.
Queda claro que en nuestro caso no estudiamos la burguesía sino una parte de la pequeña burguesía y una parte de la clase que aspira al estatus y posición de aquella. La diferente aptitud frente al gasto que hay entre estas clases podría explicarse por el deseo de las clases medio altas de manifestar su poder económico. Pero quizás habría que investigar si la aptitud frente al gasto de unas y otras clases no tiene un matiz especial determinado por el tipo de capitalismo que practican, el cual se define por su posición en la división del trabajo global. Mucho se ha hablado de las diferencias entre la burguesía de las metrópolis y las burguesías periféricas desde el punto de vista de la producción. Las reflexiones de Fannon, en Los condenados de la tierra, ya clásicas. Sin embargo que conozcamos no se ha puesto la misma atención desde el punto de vista del consumo. Puede que a un capitalismo especulador, dependiente, importador y, en una palabra, parásito, corresponda un modo de gasto suntuario mucho menos hipócrita y disimulado que sus pares metropolitanos o del centro. Claro que por esto su conducta no es menos vil ni mezquina, sino todo lo contrario.
[12] Es posible poner en duda la tesis de que la mayoría de la gente que hace colas es bachaquera. El dato es sospechoso por su procedencia, y a pesar de que no existe comprobación ha sido acogido sin crítica. No está de más recordar que fue lanzado junto a dos tesis. 1) Que el bachaquero es nada más que un revendedor. 2) Que el bachaquerismo implica una distribución del ingreso entre los más pobres, razón por la cual la situación social no “explota”. Por un lado al calificar como simples revendedores a los bachaqueros, se olvida el lado criminal y mafioso del negocio por el cual la gente tiene que mamarse la cola. La segunda tesis es, ciertamente, más interesante. Afirma que no ha ocurrido una explosión social porque una parte de las clases que solo pueden acceder a un trabajo retribuido con salario mínimo combaten la inflación mediante el bachaqueo. Dicho de otro modo, trabajando como “revendedores” indexan su ingreso a la inflación. Para saber en qué medida es factible que el bachaqueo sea una forma de redistribución de la riqueza, habría que determinar la proporción de las clases en cuestión que bachaquea en relación a la que no lo hace. Da la impresión de que la parte que bachaquea es mínima en relación a la que tiene varios trabajos y mata cuanto tigre se le aparece, por no hablar de otros resuelves. Si esto es así, la tesis de que el bachaqueo es redistribución no es simplemente intelegentuda sino que además homologa la totalidad de la clase trabajadora de bajos ingresos al bachaquerismo y lo hace mediante una metonimia. Quizás no está de más explicitar que si bien podría ser verdad que es posible indexar el ingreso a la inflación mediante el bachaqueo –cosa que es dudosa– esto necesariamente hace más pobre al sector de la pobrecía que no bachaquea y a la población asalariada en general, con lo cual aumentaría el malestar en general y las probabilidades de la tan esperada explosión.