Turbulencia en Brasil no deja ver el futuro de Dilma Rousseff
Eric Nepomuceno|La Jornada
Este martes se confirmó que cualquier previsión relacionada con el futuro de la mandataria brasileña, Dilma Rousseff, puede perder sentido rápidamente; tal es la volatilidad del ambiente político. En un escenario turbulento y confuso resulta muy difícil adoptar tácticas de emergencia, y las estrategias de ambos bandos se revelaron, hasta ahora, insuficientes para definir con anticipación los resultados buscados. Ni siquiera Lula da Silva, negociador extremamente hábil, logró conquistar terreno mínimamente seguro, al menos hasta ahora.
Luego de la derrota sufrida el lunes, cuando por 38 votos a favor y 27 en contra la Comisión Especial de la Cámara de Diputados recomendó aprobar la destitución de la presidenta, gobierno y oposición tratan de trazar los pasos siguientes. El resultado, aunque esperado, dejó un sabor amargo a los oficialistas, que esperaban una distancia menor.
El enfrentamiento entre Rousseff y el vicepresidente Michel Temer es de antagonismo explícito y virulento. Temer conspira con la desenvoltura de quien sabe que no hay cómo recuperar el diálogo ni la convivencia, sea cual fuere el resultado. Con eso, las posturas se hicieron más radicales.
Los cabilderos de Dilma siguen presionando a los legisladoresindecisos. El gobierno ofrece, como moneda de cambio, puestos y cargos si logra mantenerse. La oposición insinúa lo mismo en una nueva presidencia.
Nadie confía en nadie, ni quien ofrece ni quien se compromete. La velocidad a que suceden los acontecimientos sirve de combustible para mantener la temperatura política en elevadísimos niveles.
Ya no se trata de un panorama un tanto movedizo que cambia cada dos o tres días: la verdad es que Brasil vive momentos frenéticos, y el escenario turbulento puede llegar a cambiar dos o tres veces en un solo día.
Hasta el lunes por la mañana, por ejemplo, la sensación general era que el gobierno había logrado contener la marea opositora. El resultado en la Comisión Especial de la Cámara de Diputaods, pese a lo esperado, fue una cubetada de agua fría. Por más que Lula da Silva reitere, como hizo en un acto multitudinario aquella noche en Río, que lo que importa es la votación en el pleno, creció, principalmente entre los partidos medios y pequeños que se decían indecisos, la sensación de que la derrota de Rousseff se acerca más.
Ayer, dos defenestraciones fortalecieron el optimismo de los que defienden el golpe institucional: el Partido Progresista (PP), que cuenta con 47 diputados –la cuarta bancada en la cámara baja– y el Partido Republicano Brasileño (PRB), que ocupa 22 escaños, rompieron con el gobierno.
Sin embargo, las peculiaridades insólitas del escenario político brasileño atropellan cualquier lógica: lo decidido ayer no significa, necesariamente, que el golpe institucional sumó 69 votos. Una cosa es lo que determina el partido y otra lo que hacen los honorables diputados. A cambio de algún puestito o un carguito mínimamente relevante, algunos o muchos legisladores pueden muy bien votar en apoyo a la mandataria. Y es precisamente sobre eses supuestosindependientes que los negociadores de Rousseff se lanzan con manos ávidas.
Un detalle interesante: el PP es el partido con mayor número de involucrados en las investigaciones de la Operación Lavado Rápido, que combate la corrupción llevada a cabo por las constructoras en estatales. Y el PRB responde directamente a la Iglesia Universal, la más rica y poderosa de las sectas evangélicas, cuya influencia en el Congreso es grande. ¿Qué clase de identidad política o ideológica pueden tener con el PT?
La verdad es que nadie puede prever nada a estas alturas del temporal: ni los que preconizan el golpe institucional, ni el gobierno.
Así, cada bando traza su línea de acción. El presidente de la Cámara de Diputados y vigoroso defensor del golpe, Eduardo Cunha, determinó que la votación decisiva empiece a las dos de la tarde del domingo. Primero llamará a votar los diputados del sur, más propensos a la destitución. Con eso pretende presionar a los indecisos, ya que el principal respaldo al PT está en las bancadas del norte y noreste.
Cunha eligió el domingo porque pretende llenar las calles del país con los que defienden el golpe. La Globo, emisora abierta que integra el mayor conglomerado de comunicación de América Latina, transmitirá la votación en directo. Por primera vez en décadas no habrá futbol en un domingo brasileño: cualquier arma sirve para presionar a los diputados a votar la destitución de Rousseff. Los 54 millones y medio de votos obtenidos en 2014 valen menos que el deseo de alcanzar por el golpe institucional el poder que les fue negado en las urnas.
Sin embargo, y en una demostración de creciente movilización, el PT, los movimientos sociales y agrupaciones cercanas al partido también se lanzarán a las calles. Habrá presión de los dos lados.
El horizonte permanece indefinido. Y si no hay consenso ni en una dirección ni en otra, queda claro que, gane quien gane, será muy difícil alcanzar niveles mínimos de gobernabilidad para sacar el país de la profunda crisis en que se encuentra, con la peor recesión en más de medio siglo, con proyecciones alarmantes para la economía y con el Congreso paralizado.
Lo más inquietante es que, de aquí al domingo, semejante panorama puede empeorar aún más.