Chávez y la subversión de la economía
Luis Salas Rodríguez
Qué Chávez siempre estuvo varios pasos por delante de todos los políticos de su tiempo no es hoy día un secreto para nadie, ni siquiera –y tal vez sobre todo- para sus enemigos. Pero que estuvo varios pasos por delante de los economistas de su tiempo no es una idea tan compartida.Y sin embargo, pasa al mismo tiempo que tal vez sea en lo económico donde Chávez no solo más se destacó sino que influyó más, dada el innegable impacto que la mejora de las condiciones de vida de los venezolanos bajo la década chavista ha tenido a nivel mundial, pero a su vez -y en el mismo sentido- por lo que ha significado hacerlo torciendo el espíritu de los tiempos y la sabiduría convencional de los “expertos” económicos.
“Una de las grandes desviaciones del capitalismo es pretender separar a la economía de lo político o de lo social; es como si alguien pretenda quitarle el oxígeno al agua y pretender decir que eso es agua. Una economía que esté desarraigada, descontextualizada de lo político y social realmente no es economía. la economía s una ciencia fundamentalmente social y política, no tecnocrática”
Hugo Chávez. Clausura I Congreso de Economía Social, 2009.
En efecto, la imagen de un Chávez economista o de un pensamiento y una praxis económica de Chávez resulta para muchos “expertos” –incluyendo (y últimamente sobre todo) varios de sus ex ministros de economía y/o planificación – algo así como un oximorón. Y es que ¿cómo puede asegurarse semejante cosa si la verdad real es que nunca pasó por ninguna escuela de economía, en especial aquellas donde se graduan los “expertos”, o dado todos los problemas que enfrenta hoy la economía venezolana? Y sin embargo, no solo pasa que el primer argumento es inútil cuando se considera que casi la totalidad de los pensadores económicos más grandes e influyentes, jamás -o solo circunstancialmente- pasaron por alguna escuela de economía y menos por las más presuntuosas, sino que ante el paso del tiempo y en el contraste con la realidad, las ideas, pronósticos, diagnósticos y propuestas económicas de Chávez han mostrado una resistencia y vitalidad que ya quisieran los “expertos” para cualquiera de sus habituales sabidurías. Incluso hoy día, a pesar de todos los retos económicos que enfrenta el chavismo y las perversiones derivadas de la guerra económica, no caben dudas que su economía política sigue mostrándose superior a la de sus antagonistas.
Este hiato entre la imagen que los economistas convencionales tienen de Chávez y la realidad efectiva tanto de su pensamiento como de su praxis, tal vez se explique si recordamos una caracterización que Joan Robinson –la gran economista inglesa- hacía de la ventaja intelectual que Michal Kalecki tenía sobre Keynes. Y es que según la Robinson, Kalecki aventajaba a Keynes por una sola única razón fundamental: que siendo polaco y no inglés no sufría de (de)formación neoclásica, cosa que éste si y mucho, por lo que la libertad de su pensamiento se veía limitada por el hecho de tener que pelear primero contra las ideas viejas “que entran rondando hasta el último pliegue del entendimiento de quienes hemos sido educados en ellas” antes de abrirse a las nuevas. Cambiando todo lo que haya que cambiar, el que Chávez no haya sido economista o no haya sido atrapado por las ideas convencionales de los economistas convencionales le dio una ventaja intelectual y política estratégica: pudo rápidamente abrirse a las ideas nuevas pero sobre todo leer la realidad por la realidad misma y no por lo que dicen los manuales que debe ser.
Lo cual no quiere decir que careciera de formación económica o basara su accionar en el puro empirismo pragmático. Lo que quiere decir es que al alejarse de los convencionalismo y las ideas dominantes –que, como bien enseñó Marx, son dominantes porque son las ideas de los intereses dominantes- gozó de una gran libertad de pensamiento, acción y creación. Desde este punto de vista, tal vez sea el mismo Keynes quien pueda darnos la clave para entender esto cuando dice en alguna parte de su Teoría General, que el objetivo del análisis económico no es proveerse de un mecanismo o método de manipulación ciega que nos de una respuesta “infalible”, sino dotarnos de un método organizado y ordenado de razonar sobre problemas concretos, luego de lo cual alcanzamos una conclusión provisional aislando los factores de complicación uno a uno, teniendo que volver sobre nuestros pasos lo mejor que podamos para dar cuenta de las probables interacciones de dichos factores.
Lo contrario para Keynes y que es de hecho lo habitual en el razonamiento y quehacer de la economía convencional, es una simple mixtura pseudomatemática tan imprecisa como los supuestos originales que la sustentan, que permite a sus víctimas perder de vista las complejidades y interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos tan pretensiosos como inútiles. Por esa heterodoxia –que en su momento fue considerada una herejía- todo el mundo recuerda a Keynes mientras olvidó el nombre de sus contendientes y enemigos. Heterodoxia que lo empató con la más noble de las tradiciones de pensamiento econímico que va desde los griegos y pasa inclusive por “burgueses” como Hume y Smith, hasta llegar a sus más altas cumbres con Marx para irradiar hacia figuras tal disímiles como un Galbraith, un Noyola o un Furtado hasta llegar a nuestro tiempos.
Chavez ya brilla con luz propia -para decirlo utilizando la fórmula convencional- y de hecho, ya de por sí todo el mundo sabe y recuerda su nombre, mientras a duras penas recuerda el de los enanos que lo han adversado y terminará a la larga por olvidarlos. Y en buena medida eso se debe -pésele a quien le pese- al éxito de su política económica, que no ha sido el resultado de ningún modelo preestablecido sino de un proyecto histórico surgido en primera instancia como reacción al fracaso del –éste si- modelo neoliberal y capitalismo paráisto dependiente del siglo XX. De hecho, en buena medida a lo que asistimos en estos momentos es a los efectos secundarios no deseados del éxito de dicho proyecto, efectos no deseados que se mezclan con la reacción del viejo modelo pero especialmente y sobre todo de sus viudas y herederos, negados -como todo bloque histórico decadente- a aceptar su superación histórica y prestos a sacrificar todo lo que haya que sacrificar -menos sus privilegios- para evitarlo.
A este respecto, y ya para cerrar esta nota que más que de análisis funge de breve homenaje y cumpleaño feliz al presidente Chávez, me gustaría traer a colación una cita de Serrano Mancilla que tiene la virtud de expresar en pocas líneas la fortuna histórica de su pensamiento y praxis económica:
“Sin corto plazo, no hay largo plazo”. Esta premisa fue primordial para Hugo Chávez desde sus inicios. La deuda social venezolana, ocasionada por las décadas perdidas neoliberales, fue tan grande que impedía pensar en cualquier transformación estructural desde el primer momento. La urgencia fue solventar la paupérrima coyuntura. Según la economía dominante, con su séquito de expertos técnicos, la pobreza es simplemente un dato económico en cualquier ecuación matemática; no contempla la correlación de fuerzas políticas que explica el empobrecimiento de las mayorías ni su gravedad social. Chávez zanjó ese mundo económico hegemónico, y al revés: no hay futuro sin remediar el presente. La tarea inminente fue implementar una economía humanista que satisficiera las necesidades básicas del pueblo venezolano a la mayor brevedad posible. Así, a contracorriente del tsunami neoliberal, la política económica de la Revolución Bolivariana se dedicó a erradicar la pobreza (Cepal), reducir el desempleo a niveles históricos (7,2 por ciento en febrero 2014), mejorar la equidad del ingreso (PNUD), aumentar el salario mínimo real, acabar con el hambre (FAO). Esto, mal que les pese a muchos, es eficacia económica socialista. Sanear la deuda social a máxima velocidad es señal de una eficiente política económica que empleó los ingresos públicos: más del 60 por ciento del PIB hacia la inversión social. No hay magia ni milagros: construir viviendas y tener una educación y sanidad pública y gratuita es costoso y requiere muchos bolívares y dólares.”
En alguna ocasión Chávez hizo una analogía muy interesante al decir de sí mismo que funcionaba como un distribuidor de corriente como esos que usan los vehículos para generar la chispa del encendido que los hace andar. Pero en su caso, decía, se trataba de redistribuir el poder político y económico, de desconcentralo y hacerlo llegar a aquellos que no tenían poder. En esa misma línea de pensamiento, a la hora de su muerte el presidente Chávez se aprestaba a avanzar hacia la toma definitiva del comercio especulador y la democratización del aparato productivo altamente monopolizado, cartelizado y transnacionalizado, condición necesaria para seguir avanzando en la línea descrita más arriba de una economía y un país más justos, democráticos, productivos e independiente.
Eso fue lo que anunció Chávez en su famosa alocución Golpe de Timón, días antes de partir a Cuba para una nueva sesión se tratamientos de la cual no se recuperó. Frente a eso, la derecha de dentro y fuera reaccionó con su feroz guerra económica. Guerra que todos y todas quienes nos debemos al legado de Chávez tenemos el deber histórico no solo de enfrentar junto al presidente Maduro sino de vencer, arrebatándole a esa derecha esa última colina donde no por casualidad es más fuerte. Y la forma de hacerlo es hacerlo como Chávez, es decir, subvirtiendo de los convencionalismos de los economistas y “expertos” del fraude inocente y no tan inocente, de los pragmatismos nuevos y viejos y dando horizonte estratégico a una situación que es posible, justamente, cuanto más imposible parece.