No seas boludo
Temir Porras – Notiminuto
“Quiero convertirme en el primer presidente negro de los argentinos. Votame. No seas boludo”. Así cierra sus cuñas de campaña en internet Omar Obaca (anagrama imperfecto de Barak Obama), candidato satírico a las elecciones presidenciales argentinas del 2015. Obaca, por supuesto, promete resolver todos los problemas de su país, pero sobre todo promete hacerlo con soluciones absurdas, que siempre resaltan alguna supuesta característica negativa de los argentinos, con el objetivo evidente de que se rían de sí mismos mientras se ríen un poco de la política.
Acabar con la inseguridad disfrazando a todo el mundo de policía para confundir a los choros, o hacerle pagar más impuestos a los hombres conforme más grande “la tengan”, porque así se van a pelear por pagar más que los demás, son sólo algunas de las decenas de propuestas contenidas en el programa de Obaca. En su cuña sobre el programa económico, el candidato insiste una y otra vez, pesadamente, en que “él tiene un plan”, y cuando al fin llega el momento de develarlo, muestra un plano de la Reserva Federal de los Estados Unidos, y comienza a explicar que “el plan” es entrar por los conductos de aire acondicionado para llevarse “toda la guita” de los yanquis. Algo de antiimperialista tiene el candidato Omar Obaca.
Y confieso que con eso del programa económico y la precariedad del “plan” de Obaca, no me hizo falta ser argentino para sentirme un poco aludido, como venezolano en primer lugar, y luego, como militante de izquierda. Porque una de las preguntas legítimas y necesarias que todo venezolano puede y debe hacerse con respecto a la economía es precisamente ¿cuál es el plan?
Si volteamos hacia la derecha, ni siquiera podremos ver la película de acción que nos promete Obaca, con un plan perfecto para ejecutar el robo del siglo con técnicas y habilidades dignas de “Misión: Imposible”. En medio de lo que se supone ser una de las más graves crisis económicas de nuestra historia reciente, la derecha está sumida en cuerpo y alma en un patético “reality show” político penitenciario. Con sus componentes de culebrón latinoamericano. Las “chicas” del “reality” lloran y patalean por lograr la libertad de sus “chicos”, y el objetivo es justamente convertir el drama en el centro de la política.
El fondo no importa. Lo que cuenta es que el chico Leopoldo tiene la barba larga y que el chico Daniel tiene parálisis de riñón, o que la chica Lilian llora con su bebé en brazos y la chica Patricia se hizo un tatuaje nuevo y se cortó el cabello. La derecha venezolana vive mentalmente en la Polonia de Lech Walesa o la Checoeslovaquia de Vaclav Havel, pero en lugar de obreros e intelectuales tiene cámaras GoPro y cuentas de Instagram, y por supuesto lucha contra una dictadura tan virtual como el mundo 2.0 donde se enfrenta a ella. La competencia por que una imagen de este “reality” se haga viral es tan feroz, que algunos al parecer están dispuestos a lograrlo haciendo expresamente el ridículo, como el chico Richard y su episodio loco de la camiseta de la Vino Tino con los colores y el escudo de España. Preguntarle a esta derecha qué piensa de la economía es inútil, pues sólo es capaz de responder con franelitas blancas, rosarios, fotos cenitales de chicas abrazadas haciendo pucheros, y un plan, pero para que los chicos se escapen de la celda y despojen del poder a la tiranía, al estilo de la serie Juego de Tronos. De resto, los economistas liberales venezolanos (siempre hay que decir valga la redundancia) no proponen nada que no haya dicho ya Milton Friedman hace 60 años y que no haya fracasado ya en América latina con el Consenso de Washington en las décadas de los 80 y 90 del siglo pasado.
Volteando esta vez hacia la izquierda, el panorama es ciertamente menos desolador, pero no menos complejo. Empezando porque la izquierda en Venezuela está en el poder y, en principio, eso le exige aportar respuestas concretas a los problemas económicos aquí y ahora. Siempre en principio, la izquierda, el chavismo en Venezuela, no debería tener mucho tiempo para dejarse distraer por el reality show, y sin embargo podemos constatar que éste finalmente desvía considerablemente la atención y los esfuerzos del gobierno, dejando a veces la impresión de que se siente más cómodo ocupándose de eso que de otras cosas más complejas. Pero volviendo a la substancia, la izquierda en Venezuela por lo menos le ha dado una vocación a la economía, que es la de luchar contra las desigualdades sociales y erradicar la pobreza. De hecho, conforme se han acentuado las dificultades macroeconómicas, también se ha ido acentuando esta vocación social de la economía en boca de los principales voceros del gobierno, el Presidente Maduro en primer lugar. Dos ejemplos muy claros. El primero, el de los dólares. Con la merma de los ingresos en divisas como producto de la disminución de los precios del petróleo, la respuesta inequívoca ha sido que los recortes en la asignación de dólares se operarían en todas las áreas menos en las de atención prioritaria a las capas más desfavorecidas. En resumen, las divisas son del pueblo, no de los pelucones, y en consecuencia fluirán hacia las políticas sociales, no hacia todo lo demás. El segundo, el acento discursivo puesto en que, a pesar de todas las dificultades, se continúa protegiendo el valor del salario, se continúa invirtiendo cuantiosos recursos en las misiones y grandes misiones, y en las políticas sociales en general.
En cuanto a la visión general del funcionamiento de la economía, el énfasis se ha puesto en la necesidad de producir cada día más, y en que la Revolución acogerá con los brazos abiertos a cualquier iniciativa, incluso privada, que se comprometa sinceramente con el fin de incrementar la producción de bienes y servicios en nuestro país. Pero es precisamente aquí donde la Revolución necesita tener un plan bastante más sofisticado que el del candidato Omar Obaca, y pensar que le corresponde crear las condiciones básicas para que esto pueda suceder. El plan económico no puede ser que la Revolución se dedique exclusivamente a asegurar políticas sociales gracias a la renta, y deje el resto de la economía librada a sí misma como una jungla, bajo la única premisa de que cada quien se las arregle para ver cómo produce con una inflación de 3 dígitos, un mercado de divisas totalmente especulativo y una normativa hecha para funcionar en un mundo paralelo.
Un ejemplo muy distante del de Omar Obaca, la “Reforma y Apertura” de Deng Xiaoping en la República Popular China, demuestra que la construcción de una economía “socialista de mercado”, es decir donde la propiedad pública es predominante pero donde se liberan todos los mecanismos posibles para fomentar la producción y el intercambio de bienes y servicios, requiere una conducción política del más alto nivel, además de enfocar toda la estructura del Estado hacia la consecución de ese fin. El gran aporte del proceso chino a la izquierda es haber develado que no hay nada tan planificado y conducido políticamente como una economía de mercado, y que los objetivos de la economía siempre deben estar supeditados a los de la política. En Venezuela parecemos haber descubierto sólo la última parte, sin haber asimilado la primera, que es efectivamente la que mayor esfuerzo organizativo requiere. La buena noticia, es que Venezuela tiene grandes ventajas para lograr en mucho menos tiempo lo que han logrado nuestros amigos chinos. Primero, que ellos ya transitaron ese camino, y que podemos inspirarnos de sus aciertos y sus errores. Segundo, que tenemos una renta petrolera que nos permite anular parcialmente el conflicto entre capital y trabajo a la hora de financiar nuestras políticas sociales. En concreto, no tenemos el requisito previo de penalizar con impuestos a los productores para financiar políticas sociales. Y tercero, tenemos mecanismos democráticos (que ciertamente hay que perfeccionar) de conducción y control del Estado y del capital público. ¿Qué nos hace falta entonces para empezar? Tal vez sea decirle cariñosa pero insistentemente a nuestro gobierno, al estilo de Omar Obaca: “Che, reformá la política económica, no seas boludo”.