El Club de los “atemperados”: derechas y nuevas derechas en América Latina
Esteban De Gori – Gisela Brito, CELAG
Ese lenguaje político no marcado políticamente se caracteriza por la retórica de la imparcialidad, a su vez marcada por los efectos de simetría, equilibrio y término medio, y apoyada por un ethos de las buenas maneras y la decencia que evita las formas más violentas de la polémica, la discreción, el respeto explicito hacia el adversario, en suma, todo lo que pone de relieve el rechazo de la lucha política en tanto que lucha.” Pierre Bourdieu
El neoliberalismo y el capitalismo globalizador durante los años 90 introdujeron algunas novedades a destacar en el universo político.
La primera: propusieron un conjunto de medidas para las crisis de deuda en América Latina y una propuesta alternativa a los Estados de Compromiso (pensemos en Brasil, Argentina, México, Perú, Ecuador, Venezuela, entre otros). Estas medidas, estabilizaron la economía produciendo una profunda transferencia de recursos de los trabajadores a los sectores del capital.
La segunda: reconfiguraron los sistemas políticos. Por un lado, borraron las fronteras ideológicas que existían entre partidos. Tanto el comunismo, como la estrategia revolucionaria armada ya no oficiaban de contrabalanceo, ni de promesas de futuro. Partidos reformistas y socialdemócratas en América Latina y Europa se apropiaron de los valores y propuestas neoliberales (por ej.: el peronismo, el priismo, la socialdemocracia brasileña, el torrijismo panameño, los adecos venezolanos, etc.) y se confundieron con partidos de derecha que se incluyeron en esta transformación política y tecnológica. De esta manera, espacios enfrentados por décadas compartieron un universo común de preocupaciones y medidas económicas (entre ellas, la estabilización macroeconómica, la reducción de la inversión pública, las privatizaciones, etc.). Pero debemos advertir que este nuevo tiempo no solo empujó la transformación de los partidos de derechas o socialdemócratas, sino que a algunos de ellos los desplazó de la escena política. Aparecieron nuevos partidos de derecha que pudieron conducir los requerimientos del capital financiero y de la globalización.
Estas agrupaciones se incorporaron en el sistema político con cierta fuerza, como Cambio 90 en Perú; Cambio Democrático en Panamá; Sociedad Patriótica en Ecuador y luego, Primero Colombia. A su vez, tenemos la experiencia de Brasil donde un partido minoritario de derecha accedió al Estado (Partido de la Reconstrucción Nacional, con Collor de Mello), o como la UDI, que gracias a su despliegue territorial llevo a la presidencia –varios años después–‐ a Piñera en Chile.
La tercera: partidos y líderes que se enrolaron en el neoliberalismo se transformaron en espacios y agentes neoconservadores con importante apoyo electoral (Menem, Salinas de Gortari/Zedillo, Fernando Henrique Cardoso, Gaviria/Samper, Wasmosy/Cubas Grau). Con dicha legitimidad transformaron el Estado, privatizaron bienes públicos, empoderaron a los bancos y desarrollaron medidas económicas y políticas que a mediano y largo plazo diagramaron sociedades excluyentes (pobreza, desigualdad, migración). No solo eso, recrearon una cultura de consumo que atravesó a todos los sectores y clases sociales. La hegemonía cultural y política fue relevante en la mayoría de los países y la aparición de movimientos sociales no logró erosionarla, como sí lo hicieron las condiciones políticas (disensiones internas, luchas entre elites gubernamentales) y económicas que los mismos gobiernos neoconservadores desencadenaron.
Cuarta: la desarticulación de los actores tradicionales que organizaban el conflicto social o que tenían cierto peso en el mismo (sindicatos, campesinos, cooperativas, etc.). Muchos de estos actores perdieron peso específico en la compulsa política y quedaron relegados frente al crecimiento y acción de los movimientos sociales. Este proceso estuvo signado por la “desafiliación” institucional y partidaria, poniendo en crisis viejas identidades políticas, con lo cual el lazo político se tornó más débil y pragmático.
Quinta: las derechas nuevas y viejas –como las izquierdas que reivindicaban la lucha armada–‐ encontraron en la democracia un orden viable para desarrollar sus intereses. La democracia –como forma de regular la competencia politica–‐ se transformó en un bien común entre actores. Ésta, durante estos años, se asoció al “mercado” y a su crecimiento. Por tanto, el proteccionismo y los derechos sociales fueron expulsados de la agenda discursiva del neoliberalismo. “Mercado” y “Democracia”, no solo fueron parte de una retórica, sino es la fórmula que permitió a viejas derechas asociadas a sectores desestabilizadores o golpistas competir en el sistema político y, paradójicamente, ayudar a consolidar la democracia.
Sexta: se fortalecieron y crearon nuevos actores económicos. Entre ellos, los vinculados a las empresas privatizadas y a las instituciones bancarias. Los bancos asumieron un lugar preponderante en el sistema económico, como algunos grupos vinculados a la importación y a ciertas exportaciones específicas. Estos actores empoderados por los nuevos modelos económicos se incluyeron en la lucha de intereses y en la definición de decisiones políticas. Inclusive, acumularon un fuerte poder económico y político que se mantiene hasta la actualidad.
A otros tantos actores empresariales, el proyecto neoliberal los perjudicó y –según cada país–‐ podemos observar cómo los gobiernos neoconservadores optaron por subsidiarlos en algunos casos. Unos quebraron y otros debieron subsistir a costos muy altos. Séptima: el neoliberalismo no fue un bloque de medidas que se realizaron de manera homogénea en los diversos países. En cada país se produjeron acuerdos, negociaciones y presiones de diversos grupos que dieron forma al sistema político y económico.
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