Fundamentos de Gobierno Popular: la claridad de Maduro
Roland Denis – Aporrea
¿Si hablamos de Gobierno Popular en que nos fundamentamos?. Partamos de una declaración tan simple como brutal de parte de Nicolás Maduro: “la clase obrera no esta en capacidad de asumir el control de la economía nacional”, palabras dichas precisamente el 1 de Mayo frente el movimiento obrero.
Como Poder que emite un juicio absolutamente arbitrario, estas palabras de Nicolás pueden haber sido dichas en el nacimiento de los Estados hace 500 años por cualquier rey europeo decidiendo frente a las cortes quien de los campesinos libres estaba en condición de asumir propiedad de tierras. En su lógica y razón como poder que monopoliza la soberanía de un pueblo, el Estado sigue siendo exactamente el mismo, con reyes coloniales o presidentes socialistas. No hay viejos Estado coloniales, luego unos capitalistas, unos imperialistas, hasta llegar a unos especies de Estados salvadores socialistas; como estructuras que se colocan al margen de toda obediencia frente a un supuesto soberano que les da legitimidad para ejercer el mando, el Estado es exactamente el mismo desde su invención hasta hoy: hay gobernantes y hay gobernados, igual que hay trabajadores y hay patrones, y punto, ese es el orden de división social del poder y del trabajo. No hay mas o menos Estado que la tuerca que aprieta y garantiza este ordenamiento mundial del poder. En este caso Nicolás determinó, porque le dio la gana y el Estado le da el poder para ello, que los trabajadores no pueden ser sus propios patrones y punto, no están en capacidad y punto. Que luego tenga la desverguenza de seguir llamándose socialista y “presidente obrero”, es otra cosa.
La de Nicolás es una frase lapidaria que sirve para entender en este caso la enorme distancia que hay entre el poder de Estado, como estructura única de mando absoluto y el sujeto político que precisamente ha sostenido y corporizado -es el cuerpo vivo- de la voluntad de quebrantamiento por lo cual un hombre como Nicolás dispone de la presidencia de la República, siendo un hombre que en principio actúa de acuerdo a un legado revolucionario específico. En otras palabras representa algo que desde el Estado debe matar: la revolución social, y esto no solo le ocurre a Nicolás, en igual medida fue el vaso de agua en que se ahogó el propio Chávez.
Pero es también una frase que ha podido decirla cualquier jefe comunista o socialdemócrata en los últimos noventa años, desde el momento en que comienza a ser reemplazado el poder soviético de base en la URSS, por los funcionarios del partido-Estado de Stalin, o cualquier gobierno socialdemócrata reprimiendo a la clase obrera mientras el fascismo inundaba Europa. La evolución del movimiento socialista mundial indujo políticamente a los estallidos antisistémicos comunistas a “asaltar el poder” y hacerse Estado, con la ilusión de tomar en sus manos una estructura política creada por la burguesía emergente desde el siglo 15-16, para acelerar el tránsito de su liberación. Es el equivalente a lo que hubiesen sido unos siervos y artesanos comerciantes tomándose las monarquías y los mandos eclesiales, y con reyes y cardenales puestos por ellos, acabar con el feudalismo. Ya la burguesía luego de ensayar los dominios de estos poderes antaños, a la final supo que esto era un absurdo, había que inventar un aparato de poder distinto, para eso consagraron el principio del Estado-Nación. Pero el movimiento comunista salvo las tendencias consejistas y anarquistas que quedaron marginadas, no (indistintamente de todas las advertencias hechas por sus creadores Marx, Engels, Lenin, Gransci, Mariátegui, Trostky, Mao, etc). Hicieron lo que ya la burguesía supo que era un absurdo y por lo cual destronó a los reyes y acabó por completo con el poder monáquico-feudal, mientras que socialistas y comunistas conservaban lo que la burguesía inventó. Un perfecto absurdo que ha terminado históricamente en un gran fracaso, no solo acá en todos lados si de revolución social y libertaria hablamos.
El jefe de Estado, o el Estado en su conjunto, decide, por derecho a monopolio de juicio, lo que somos y lo que podemos ser. El poder constituido antes de ser un simple monopolio de armas y recursos, es el que define las condiciones y posibilidades de una realidad, de acuerdo por supuesto a su entendimiento e interés, que en ningún momento habrá de fundirse con el sujeto político que le delegó su soberanía. Todo Estado -ya los teóricos del fascismo lo sabían perfectamente y ahora lo ratifican muchos de los filósofos mas radicales como Agabamen, es un “Estado de facto”-, es la “la nuda vita” romana, donde unos cuantos decidirán la condición de vida del conjunto colectivo. Aquí esta la prueba, en este caso Nicolás decidió: somos demasiado imbéciles para gobernarnos a nosotros mismos y producir colectivamente lo que necesitamos…amén, se ha dicho; la democracia queda para los lloriqueos y pataleos sucesivos después que el poder defina de facto; a la final un juego a estas alturas totalmente mediatizado y terriblemente impotente; mientras el voto, déjenlo tranquilo que es un comercio más.
Pareciera por tanto que tenemos una tarea, llámenla o no de la “revolución bolivariana”, y es demostrarnos a nosotros mismos y frente a todas estas élites que han tomado el mando sobre el poder de Estado (los “hijos puta de Pancho Villa”), que por el contrario el único “buen gobierno” posible es el que se haga por fuera totalmente del desastre capitalista y estatista que ellas representan, y para lo cual como oposición o gobierno se toman y se riñen la maquinaria de Estado. Maduro no dijo algo propio, simplemente de una manera brutalmente sincera, asumió de lleno lo que han sido en todos los fracasos del socialismo real e irreal en el mundo. La misión restauradora, el “termidor” permanente que han significado los grupos representativos de las clases subalternas frente a sus diversos procesos de liberación, una vez ubicados en el poder de Estado y sin “otro poder” que los limite y le imponga obediencia a ese Estado.
Hay solo una salvedad que tenemos que tomar en cuenta. Los socialismos estatistas históricamente, más o menos despóticos, comunistas o socialdemócratas, abrieron las condiciones de un desarrollo industrial formidable absorbiendo una enorme masa de trabajo que aceleró lo que ya Marx hablaba como “subsubsión real del trabajo al capital”, cuando todo el trabajo entra a formar parte dentro del sistema de valorización del capital y no solo una minoritaria masa obrera. Es el goce que hoy viven las élites capitalistas en Rusia, Europa del Este, Vietnam o China después del heroico despliegue productivo del socialismo estatal y las luchas de liberación nacional, a lo mejor dentro de poco mas pequeñitos vendrán los cubanos y coreanos. Mientras que por el lado de nuestro “socialismo burocrático-bachaquero” se ha hecho todo lo contrario. Se ha desconectado por completo el trabajo, destrozando su organización social industrial, destrozando el enorme potencial creativo y productivo planteado en un principio, llevándonos de más en más a una situación del “salvese quien pueda”, la hegemonía de los capitalismos corrupto-mafiosos, las organizaciones paraestatistas, la violencia endógena y pare de contar. Un fracaso terrible en el doble sentido: el desarrollo de una sociedad y su despliegue libertario, donde lo único que les queda por aclamar e inflar publicitariamente son resultantes de una inversión de gasto público que hoy con el desfalco, la hiperinflación y el deficit fiscal, se viene al piso poco poco.
Con mucha más razón y derecho tenemos que construir un sistema de Gobierno Popular por fuera de esta maquinaria del desastre que ya no le quedan sino unas casas nuevas que reivindicar, y que muchos vivos se las llevan por cierto. Y esto no se puede justificar diciendo que somos una sociedad rentista, corrupta, individualista, porque todos los capitalismos y por tanto -dada la globalización- todas las sociedades son así en sus condiciones específicas. Es el fracaso gerencial y ético de una dirección política, y que en los últimos 3 años ha terminado de defenestrar lo que ya era una camino plagado de errores, con visos en muchos casos personales de ser unos “soberanos traidores” que hoy conservan el poder a punta de lealtad sumisa, monopolio mediático, pistola y dinero.
¿Todo el poder para el pueblo?
Llegados a estas condiciones debemos estar conscientes que el camino, sino se quieren fracasos definitivos, y el “salpique” productivo y autogobernante que aún tenemos tenga algún sentido, pues convirtámoslos no en aventuras marginales, sino en una propuesta estratégica para un proceso mucho las largo y duro de lo que se suponía. La experiencia que hemos tenido como izquierda (y extrema izquierda) en el poder de Estado, al menos aquí, solo ha servido para confirmar lo que ya en medio de advertencias teóricas, deducciones e intuiciones, frutos de las pequeñas experiencias revolucionarias que vivieron, nos dijeron los grandes movimientos y cabezas proféticas del movimiento comunista respecto al Estado burgués. El hecho es que por muy frustrante que sea el presente, y yendo mucho más allá del del marxismo en sí, sobretodo sacándonos de encima el panfletario marxista-leninista tanto revisionistas como extremos, podemos seguir situándonos dentro del espíritu de esas consignas que nacieron en los años ochenta y noventa: “no hay pueblo vencido…todo el poder para el pueblo”. La consignas originales son esas verdades que nace de irrupción de masas que mas adelante apuntan a una estrategia general: ya llegó la hora de comenzar el debate para su establecimiento.
Partamos de un hecho fundamental: el movimiento de resistencia antisistémico, es decir, comunista, sigue vivo. Chiapas zapatista y Rojava en el Kurdistán son sus joyas mas hermosas, combativas y creativas en estos momentos. Las premisas son las mismas que hace 170 años cuando nació: una irrupción libertaria proletaria-rebelde y en armas, un escenario igualitario de construcción de nueva sociedad infinitamente múltiple, un poder asambleario, desconcentrado hacia abajo y concentrado en su dirección colectiva, y un intrincado entramado de alianzas, solidaridades y relaciones que construyen la hegemonía del sujeto revolucionario más allá de sus territorios de control. Pero por doquier, ese movimiento antisistémico se hace presente, piensa, resiste y fabrica nuevas realidades, redefine sus caminos convirtiéndose en una escuela mundial de la liberación.
Mucho se ha buscado en Venezuela el escenario de concreción del propósito mundial emancipatorio. Del mundo entero han venido acá tratando de encontrarse con esa promesa hecha por nosotros mismos como artesanos de la revolución bolivariana. No es exactamente una medalla de oro la que hemos obtenido, algunos reconocimientos y solidaridades frente a experiencias de poder popular interesantes, pero de más en más es la izquierda institucionalizada mundialmente la que se pronuncia por y desde Venezuela. Esa “otra sociedad”, es decir, esa “otra política”, ya no existe real y oficialmente, es su la retorica izquierdista, antinorteamericana mas que anticapitalista, enlazada con la geopolítica comandada por China y Rusia las que les interesa, aunque últimamente con el apoyo por la diplomacia venezolana en las Naciones Unidas al genocidio en el Yemen por parte de Arabia Saudita y el apoyo de EEUU, eso también está cambiando. Venezuela ha mermado en extremo su lugar profético para convertirse en un apoyo táctico, débil y dudoso para muchos, de una izquierda envejecida que todavía respira desde los códigos de la guerra fría. Un proyecto soberanista en última instancia que es lo que le queda como izquierda de Estado, y que por supuesto hay que resguardar, pero pierde gran parte de la trocha alcanzada como revolución social.
Esto nos obliga a reimpulsar el proceso revolucionario original, hecha y fracasada la experiencia estatista, distributiva, rentista, por parte de una izquierda aliada al movimiento militar nacionalista que finalmente se los chupó la misma lógica de Estado en su propias características nacionales. Fundamentar este reimpulso supone bajo las premisas de Lenin, “un paso adelante y dos atrás”. Echar atrás y reestructurar el movimiento revolucionario más genuino en función de ordenar un “salto adelante” a mediano plazo que suponga la irrupción generalizada de formas heterogéneas y avanzadas de Gobierno Popular por fuera del Estado y quebrando su lógica vertical y acumulativa. La capacidad que se tenga para articular este inmenso reto nos pondrá en sintonía con un movimiento antisistémico-comunista mundial que va en el mismo sentido atravesando circunstancias muy diversas: este es el verdadero “comunismo del Siglo XXI”. La suerte que tenemos de haber vivido la “toma del poder” y a la vez avanzar dentro de territorialidades que empiezan a profundizar su sentido de autogobierno, es lo que nos da un punto de avance, mínimo aún, sobre otras realidades mucho más aplastantes, como es el caso colombiano, y la irresoluble guerra que aún tienen que enfrentar, o el sin sabor de los gobiernos “progresistas” de Argentina o Brasil que empiezan a ser carcomidos por burocracias sin ninguna disposición de quebrar orden alguno.
Los Estados murieron como utopía cualquiera que sea, ya hoy son consulados o principados de una geopolítica imperial que nos come a todos, unos dominates dueños de la corte imperial aunque tensionados por contradicciones interimperialistas, otros con mas fortalezas y por tanto negocian su papel en las cortes imperiales, otros muchos más débiles son juguetes que se pelean las grandes potencias. Pero el principio de “todo el poder para pueblo” posiblemente luego de haber hecho y fracasado en estas inmensas experiencias de Estado, sea mucho más claro que hace 100 años. Los pueblos uno por uno, tendrán que ir montando el tinglado nacional y supranacional de su propia gobernanza y control dentro de una historia que no sabemos para nada en que va a terminar -para el bien o el mal definitivo- y que correrá paralela al progresivo fin de los Estados-nación y el sistema capitalista que protegen. Su expresión siempre será múltiple e infinitamente varianda, precisamente porque no son proyectos unidos a una lógica única y vertical de Estado. “Gobierno Popular” es simplemente una manera nuestra de nombrar lo indefinible para una nueva y otra historia dentro de la cual tenemos nuestro pequeño grano de arena que aportar, teniendo entre manos felizmente un terreno abonado, hecho con esfuerzo y alegría pero también con una sangre que sigue corriendo.