¿Libertad o impunidad económica?

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Luis Salas Rodríguez

 

Supongamos que en medio de una situación de escasez de medicamentos en un país -digamos un país X, para no contaminar nuestro ejercicio reflexivo con ningún caso particular- un fulano cualquiera angustiado por no conseguir el que él o alguien cercano necesita o no poder pagarlo al precio inflado que -dada la escasez- se lo vende quien lo tiene, decide entonces robárselo.

Seguramente a nuestro hipotético ladrón no le servirá de mucho en caso de que lo sorprendan excusarse en los “desequilibrios macroeconómicos”. El encargado de la farmacia, el policía y el juez puede que lo comprendan desde el punto de vista humano. Pero en el fondo actuaran conforme al protocolo pertinente ante un delito y lo harán pagar por ello.

Así las cosas, a nuestro ladrón hipotético poco le servirán de atenuantes la situación del dólar o el diferencial de precios entre los países, los retrasos en las aduanas o cualquier otra explicación de naturaleza semejante. La prensa –en el caso de que trascienda- puede que saque alguna historia florida. Pero en el fondo el periodista y el editor saben bien que es una práctica que no se puede tolerar y así lo tratarán. Lo mismo pensarán las cámaras de farmacias, de laboratorios y en general las de comercio.

Como se trata de un ejercicio teórico abstracto, esta imagen no se corresponde con ningún decomiso realizado por el gobierno venezolano de una hectárea de medicamentos varios -incluyendo el buscado y “escaso” Acetaminofen- escondidos en unos galpones en Tejerías, Estado Aragua.
Como se trata de un ejercicio teórico abstracto, esta imagen no se corresponde con ningún decomiso realizado por el gobierno venezolano de una hectárea de medicamentos varios -incluyendo el buscado y “escaso” Acetaminofen- escondidos en unos galpones en Tejerías, Estado Aragua.

Por todas las vías, exigirán que bajo ningún concepto humanista o social tal acto quede impune, pues se mandaría un mensaje muy negativo al resto de la sociedad convalidándose el robo y el hurto: “debe aplicarse al ladrón todo el peso de la ley pues la ley es lo que sostiene el orden y hace que se mantenga la paz”, diría cualquier gremialista citando –aunque seguramente sin saberlo- a John Locke o cualquier otro clásico del derecho moderno.

Pero supongamos  ahora que, en la misma situación del mismo país X, no un fulano cualquiera, si no el dueño o encargado del laboratorio que produce el medicamento o la farmacia que lo vende decide acaparar galpones enteros o contrabandearlo. Muy probablemente, sí le servirá de mucho apelar a los “desequilibrios macroeconómicos”. Es más, no siquiera tendrá necesidad de decirlo, pues será la propia cámara del gremio al cual pertenece que saldrá en su defensa. Los diarios, sin necesidad de que los llamé o pague, buscarán a los mejores expertos económicos para que expliquen a la sociedad y autoridades por qué no cometió delito o por qué, en caso de cometerlo, no solo es entendible sino excusable.

Dirán que no se trata de un delito sino del comportamiento legítimo de un agente económico que actúa siguiendo sus expectativas racionales, o en todo caso, dando cumplimiento al mandato según el cual los actores económicos tienden “por ley natural” a dirigir sus acciones a aquellas actividades que le generen mejores beneficios. Así las cosas, si el caso es que retiene la mercancía esperando mejores precios, no debemos interpretar que está acaparando y especulando sino siendo previsivo. O si el caso es que los desvía a otro país, no tenemos que pensar que se trata de un contrabandista. La explicación es otra: se trata de un simple agente económico que, dado el retraso cambiario o el diferencial de precios, toma una decisión legítima y respetable de mercado “para defenderse”.

En cuanto al posible mensaje que tal práctica manda a la sociedad, no debemos hacernos tampoco ni un problema. Después de todo, está siguiendo al pie de la letra una ley natural y hasta divina –la de oferta y demanda- que como toda ley de ese estilo se haya por encima de cualquier ley hecha por los hombres. Lo mismo pasa con los daños sociales que su acto puede generar. Si hay gente que se queda sin la medicina, muere o se agrava, no es su responsabilidad: es el efecto no deseado o daño colateral de toda ley natural. Así como uno no puede culpar a nadie de las víctimas que causa un terremoto o la caída de un meteorito, no podemos culpar a nadie de ser víctima de los mercados. En el peor de los casos, y por odioso que suene, debemos entenderlo como parte de la selección natural.

Silo-bolsas que tampoco corresponden a la realidad de las miles que como éstas dice el gobierno argentino utilizan los empresarios agrícolas para “retener” los granos.
Silo-bolsas que tampoco corresponden a la realidad de las miles que como éstas dice el gobierno argentino utilizan los empresarios agrícolas para “retener” los granos.

Supongamos ahora el caso de otro hipotético país Y donde ocurre una situación de naturaleza análoga. En este caso, se trata de uno donde la exportación agrícola representa la principal fuente de ingreso de divisas y es puntal de la actividad económica. Un buen día, luego de caer en cuenta del poder que el control de la actividad les otorga, los empresarios del sector deciden retener la exportación esperando conseguir tres cosas, todas beneficiosas para ellos.

Por un lado, que suban aún más los precios de sus productos –pongamos que se trata de soja y trigo- en los mercados internacionales dada la situación de inestabilidad que vive el mundo. Dos, que se produzca una devaluación de su moneda local contra la principal divisa de cambio mundial, cosa que no tienen exactamente que esperar que pase si no que pueden provocar, pues al ser sus exportaciones -como ya dijimos- la principal fuente de ingreso de divisas, con retener la exportaciones así como la liquidación de las divisas ya obtenidas crean la situación de escasez que conducirá a la devaluación.

Y tres, que caiga el gobierno con el cual están enemistado, dado, entre otras cosas, que éste no solo los “obliga” a destinar una parte de las cosechas al mercado interno para que la gente del país pueda comer y no toda para la exportación como quisieran, si no que de paso les cobra un impuesto que sirve para financiar los planes sociales del Estado (educación, salud, alimentación, etc.). El proceso inflacionario causado por la devaluación deseada por ellos y el déficit fiscal que afectará a los más pobres, generará el malestar social necesario para que la salida del gobierno odiado por ellos finalmente se produzca.

El mecanismo ideado por los empresario agrícolas para retener la producción es bastante ingenioso, casi de ciencia ficción. Apelan a unas bolsas gigantescas que llama silo-bolsas donde por años pueden guardar miles de toneladas de grano a esperar el momento de vender. Pero entonces empieza a ocurrir que, de la noche a la mañana, en varios lugares del país donde existen miles de tales silo-bolsas algunas amanecen rotas. ¿Y qué dicen los empresario agrícolas, los medios de comunicación privados y los expertos económicos? Pues que se trata de terrorismo, de un complot orquestado o en todo caso promovido por el gobierno que estigmatiza a los empresarios agrícolas. Como el gobierno no entiende de la oferta y la demanda, está lleno de dirigentes con mentalidad populista y como todo populista son unos resentido, entonces atacan la propiedad privada.

Uno de los dirigentes de los empresarios agrícolas plateó el asunto de modo bastante elocuente: “No quiero tener un pensamiento conspirativo, pero después de estas cosas me quedo con la sensación de que puede pasar cualquier cosa con la propiedad privada; cuando el Gobierno nos acusa de especulación está cebando a las fieras“.

De más está decir que ni la prensa, ni los empresarios ni ninguno de los expertos presenta ni una prueba que avale su teoría del ataque terrorista contra la propiedad privada, cosa importante tomando en cuenta que los silo-bolsas suelen están en predios bastante bien resguardados. Simplemente les alcanza con decir que como el gobierno los estigmatiza tachándolos de “especuladores” crea una matriz de opinión que favorece el “terrorismo”.

Pero como después de todo los silo-bolsas son una realidad que no pueden seguir ocultando, de alguna manera hay que explicarle a la gente por qué tienen tanto grano retenido, grano que de venderse podría generar las divisas necesarias al país para estabilizar su balanza comercial, detener la corrida cambiaria y estabilizar los precios. Es entonces aquí donde de nuevo donde aparece la teoría económica convencional: “no están acaparados, están retenidos pues estamos nerviosos ante la posibilidad de una nueva devaluación”.

Valga tomar en cuenta que, en estricto rigor, este “nerviosismo” no se debe a la posibilidad de perder si no a la expectativa de ganar más. De tal suerte, más que “nerviosismo” pareciera tratarse de cierto tipo de ansiedad, de esa especie de inquietud que toda ambición genera y que muy bien conocen los fanáticos de juegos de azar. La diferencia, sin embargo, es que contrario a quien se sienta en una mesa de póker no es su patrimonio el que están arriesgando ni su bolsillo hipotecando sino el de toda la sociedad, incluyendo el de aquellos que por diversas razones se ponen automáticamente de su lado y justifican. Como en el caso anterior, se trata de aprovecharse del poder de mercado para socializar las pérdidas de modo que les permita privatizar mejores ganancias.

El vendedor de medicinas se las niega a quien las necesita para obligarlo a comprar a precios más altos, lo cual puede producirse por la simple suba producto de la “escasez” o bien porque, si en el ínterin ocurre una devaluación, entonces remarca los productos y los “ajusta” a los nuevos precios. O bien puede prescindir incluso de vendérselas dejando que pase la fecha de vencimiento, pues en realidad en lo que le interesa son las divisas que obtuvo de su operación las cuales destina al mercado ilegal haciendo subir el precio de cambio no oficial y forzando la devaluación “temida”. O bien, una vez vencidas, puede re-empaquetarlas y desviarlas al comercio informal o el contrabando, donde obtiene también pingues ganancias a costilla no solo del bolsillo, sino de la salud de la sociedad.

Claro que desde el punto de vista de los expertos económicos, los medios, los empresarios y las cámaras que los agrupan, la única especulación acá es que uno suponga que ellos son capaces de hacer tales cosas. Por eso este ejercicio reflexivo es absolutamente teórico y abstracto y no tiene que ver nada con la realidad de ninguna Venezuela ni ninguna Argentina, solo por poner dos nombres aleatorios. Y si después de todo termine siendo verdad  que lo haya quien lo hace, entonces hay que excusar a quienes lo hagan y no se les puede acusar de nada pues están siguiendo las sagradas leyes del mercado y actuando en defensa propia, como dice la teoría económica.

Es simple: así como existen la inmunidad diplomática existe la impunidad de mercado, que es precisamente el “derecho” que le asiste a todo comerciante de hacerle todo el daño social que necesite para imponer sus intereses. Y a quien no le guste pues que se lo cale, o se vaya convenciendo y encuentre a otros a quien hacerles lo mismo y no quede como pendejo. La “ley” de los mercados es como la de la selva: gana el más fuerte y lo demás es sensiblería, populismo o ignorancia izquierdista.