¿Se nos rompió la magia?
Maryclen Stelling
Los acontecimientos de los últimos días -la crisis en Sidor, la posible venta de Citgo y el aumento de la gasolina, la petición de las clínicas de declaración de una “emergencia humanitaria” por falta de insumos, la puesta de cargos a la orden del gabinete en pleno marco del sacudón- nos llevan a levantar una serie de interrogantes que se debaten entre realidad y fantasía petrolera.
Releyendo el “Estado Mágico” (Fernando Coronil) es inevitable que nos confrontemos con una serie de angustiantes preguntas, expresión del drama nacional que vivimos. ¿Qué paso con el poder del estado “brujo magnánimo”? ¿Con su capacidad de solucionar todos los problemas y de garantizar el progreso y la abundancia para todos? ¿Qué sucedió con ese Estado, encarnación de poderes carismáticos y providenciales? En este agosto crítico, desaparece ante nuestros ojos asombrados ese Estado proveedor de bienes obtenidos “mágicamente” a través de la renta petrolera. Y con esa pérdida se nos desvanece también la ilusión de riqueza y progreso.
Paralelamente proliferan múltiples formas de corrupción, en tanto estrategia ¿mágica? de apropiación privada de la riqueza pública que se desvanece.
Todo ello contrasta con un curioso y preocupante comportamiento pasivo, suerte de “via crucis” o via dolorosa con diferentes estaciones en automercados y farmacias, rogando por encontrar el alimento o medicina requeridos. Sorprende la conducta de derrota pasiva que se ha ido generando y nos convierte en una suerte de hormiguero vencido que se aboca a la búsqueda obsesiva de productos de todo tipo. Pasividad sólo perturbada por comentarios que provienen de ciertos clientes que cierran con la frase apropiada por la oposición “pero tenemos patria”… Pasividad en las colas que se hacen para entrar a los Bicentenario, donde ha surgido una nueva modalidad rentista, el alquiler de sillas… para soportar las horas de espera en la calle….Pasividad que, en experiencia reciente, curiosamente se trocó en angustiosa alegría y agresiva puja por hacerse de desodorante y acetona, productos mágicamente aparecidos en una cadena de farmacias.
¿A dónde se nos fue ese Estado, “brujo magnánimo” capaz de “reemplazar la realidad por ficciones fabulosas apuntaladas por la riqueza petrolera”? Pareciera entonces que en un país dominado por la deificación del Estado debemos aterrizar y comenzar a lidiar con la terrenalidad de ese mismo Estado.