A la ganadora de elecciones brasileñas le esperan cuentas amargas
Mario Osava-IPS
“Entregarle a los banqueros un gran poder de decisión sobre su vida y la de su familia”, incluyendo empleo, precios y salarios, es lo que haría la opositora Marina Silva, sostiene la propaganda de Dilma Rousseff, presidenta de Brasil y en campaña por su reelección.
Un spot televisivo muestra una reunión de hombres encorbatados y contentos, mientras en otra escena una familia se asusta y se deprime ante la desaparición de la comida de sus platos.
Serian ejecutivos del Banco Central, al que Silva ofrece autonomía por ley en su programa. Los banqueros asumirían un poder que le toca al presidente y al Congreso legislativo elegidos por el pueblo, según el spot de 30 segundos difundido por cadena de televisión en los horarios de propaganda electoral asignados a Rousseff.
La mayoría de la población no cuenta con información para evaluar la polémica y el objetivo claro es sembrar el temor al desconocido. Puede “crear en la opinión pública estados mentales, emocionales o pasionales”, reconoció la Fiscalía General, que demandó a la justicia la suspensión de la difusión del spot.
A las tergiversaciones y diatribas entre los candidatos se suman promesas, en una disputa electoral que tiende a agravar las frustraciones de los brasileños con la economía pronosticada para 2015. Todos los candidatos prometen bajar la inflación y el déficit fiscal, aumentando al mismo tiempo las inversiones en salud e infraestructura.
Pero el primer año del nuevo gobierno será de “un ajuste doloroso”, observó Sergio Vale, economista jefe de la consultoría MB Asociados. Hay casi un consenso entre sus colegas del sector privado en considerar “inevitables” medidas impopulares para que el gobierno recupere la confianza de los agentes económicos y promueva inversiones.
Un aprieto fiscal sin los trucos de la “contabilidad creativa” que restó credibilidad en las cuentas públicas de los últimos años, alzas de precios controlados y devaluación de la moneda nacional serán algunas correcciones necesarias para superar el “desorden” actual de la economía, según dijo a IPS este analista opositor al gobierno.
En su opinión, el candidato socialdemócrata, Aecio Neves, sería el mejor presidente para reordenar la economía, pero no tiene opciones. Ocupa el tercer lugar en las encuestas, que encabezan Rousseff y Silva, las probables rivales en la segunda vuelta electoral, el 26 de octubre. La primera será el 5 de octubre.
Si es reelegida, Rousseff “no cambiará nada” y la economía brasileña seguiría estancada y en “rápido deterioro”, vaticinó Vale.
El riesgo es que el nuevo gobierno pierda pronto el respaldo popular, al traicionar sus promesas electorales. El ajuste podrá reducir el consumo, en un primer momento, y elevar más la inflación, ya alta y un factor de deterioro de la presidenta.
La devaluación cambiaria probablemente ocurrirá por la prevista elevación de las tasas de interés en 2015 por la Reserva Federal (banco central estadounidense), que valorizará el dólar.
Eso tendrá efectos inflacionarios que exigirán nuevas alzas de la tasa de interés, frenando dinamismo a una economía ya prácticamente estancada desde 2011. Igual sucederá con el aumento de los precios de combustibles y energía eléctrica, que está contenido pero que estallarán algún día.
Son “temas que no están en la agenda de la campaña electoral”, porque ahuyentan los votos, pero se impondrán al nuevo gobierno, señaló Luis Eduardo Assis, exdirector del Banco Central y con experiencia en universidades y bancos internacionales.
Adoptar las medidas necesarias en el primer año, para recuperar la economía en los años siguientes, será la mejor alternativa, porque persistir en el rumbo actual, con acciones paliativas, agravará la situación en el futuro inmediato, llevando al “riesgo de crisis institucional”, analizó para IPS.
En Brasil “es inviable no crecer”, un largo estancamiento económico genera “presiones sociales”, con consecuencias políticas, explicó.
Pero tampoco se puede esperar un crecimiento acelerado del producto interno bruto (PIB), destacó, porque depende de reformas estructurales que alterarían el pacto social adoptado por la sociedad brasileña, de generosos beneficios distribuidos por el Estado, en desmedro de inversiones públicas.
Sin la posibilidad de bajar la carga tributaria, que en Brasil alcanza niveles de países ricos de elevado bienestar social, no se puede “simplificar el sistema” cuya complejidad representa costos que restan competitividad a las empresas brasileñas, acotó.
Un “error fatal” seria permitir más sobrevaluación cambiaria, uno de los factores que sumergió la industria brasileña en una “recesión profunda” hace varios años. Una moneda valorizada “es una gran tentación”, al “represar precios” y elevar los ingresos y el PIB, advirtió Assis.
Eso porque en contrapartida suben también los costos, especialmente para la industria. Pero una devaluación no soluciona el problema por sí solo. Es solo “una anestesia”, necesaria para una cirugía de mejora en la competitividad, con innovaciones tecnológicas, transporte y burocracia menos costosos y reglas estables, destacó.
Otro economista, Luiz Carlos Bresser-Pereira, una voz persistente contra la desindustrialización brasileña como consecuencia de la “enfermedad holandesa”, propone ahora una teoría, el “nuevo desarrollismo”, para explicar el proceso que condena el país al “casi estancamiento”, desde 1991, con el PIB por habitante creciendo solo 1,6 por ciento como promedio anual.
Se llama enfermedad holandesa al síndrome que provoca un boom de divisas por exportaciones de recursos naturales, lo que aprecia la moneda y anula la competitividad de los demás productos locales, en especial las manufacturas, perjudicando a la economía interna.
Hasta 1990, Brasil imponía un impuesto de 31 por ciento sobre exportaciones de productos básicos, neutralizando así la sobrevaluación cambiaria. Eso favoreció la competitividad de las industrias, que alcanzaron 65 por ciento de las exportaciones brasileñas en 1985, contra solo seis por ciento en 1965.
Esa participación se limitó a 38 por ciento en 2013, cuando el sector industrial registró un déficit comercial de 105.015 millones de dólares, con importaciones de 198.105 millones de dólares, según estadísticas oficiales.
Sin el impuesto de exportación, que Bresser propone restaurar, ocurre una “sobrevaluación crónica y cíclica” de las monedas de países en desarrollo que exportan materias primas, explotando recursos naturales abundantes y baratos, como petróleo o hierro.
La sobrevaluación cambiaria es cíclica porque “genera creciente déficit en las cuentas externas y aumento del endeudamiento externo en divisa extranjera”, hasta que viene la crisis financiera, una gran devaluación de la moneda nacional y más inflación.
Brasil sufrió una de esas crisis en 1998, pero se debió más a otra causa del síndrome holandés. Se trata de lo que Bresser llama “populismo cambiario”: el uso de la sobrevaluación para contener la inflación, estimulando importaciones, y la política de crecer con inversiones extranjeras.
Son “políticas equivocadas” que se repitieron en el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2007) y de su sucesora Rousseff, ambos del Partido de los Trabajadores. “Hoy tenemos un tipo de cambio muy apreciado, pero sin amenaza de crisis financiera a corto plazo”, evaluó.
“No ocurrirá dentro de un año, aún sin ningún ajuste”, aseguró el profesor de la Fundación Getulio Vargas, que anunció su voto por la reelección de Rousseff. Su seguridad se debe a las abultadas reservas internacionales de Brasil, que sumaban 377.319 millones de dólares el 17 de septiembre, según el Banco Central.
La campaña se trastocó en agosto, cuando Silva, exministra de Lula y aspirante presidencial en 2010, asumió la candidatura del Partido Socialista Brasileño, al morir en un accidente su aspirante, Eduardo Campos, quien ocupaba un relegado tercer puesto en los sondeos. Estos colocan ahora a la presidenta siete puntos por encima de la lideresa ambientalista.