Brasil, después de los episodios del 7 de septiembre de 2013
BRUNO LIMA ROCHA| Como lo venía haciendo en los meses de junio y julio, presento aquí, en forma de tópicos, un breve análisis a partir de las protestas del Día de la “Independencia” de este año 2013. Ese sábado, “día de la patria” fue atravesado por protestas en todas las capitales estaduales del Brasil, además de Brasilia.
Puedo afirmar sin sombra de duda que fueron las protestas más violentas en un 7 de septiembre de la historia del país, habiendo actos en más de 150 ciudades.
Es un hecho, la fecha de la Independencia del Brasil y el factor de unidad nacional, el Ejército Brasileño como mito de la institución integradora de las tres “razas”, oriundos de la Batalla de Guararapes (en el actual estado de Pernambuco, 1654) contra los Holandeses, no tiene gran significado histórico. El 7 de septiembre nunca generó gran ilusión, así como buena parte de la historia oficial de un país que nació como un reino unido a la metrópoli colonial lusa.
Fechas como el 7 de febrero (martirio de Sepé Tiaraju en la región de las Misiones Guaraníes), el 18 de noviembre (Insurrección Obrera del Río de Janeiro en 1918), el 9 de julio (Huelga General de São Paulo de 1917) y el 20 de noviembre (por Zumbi de los Palmares) tienen una carga de representación mucho más fuerte, equivaliendo para las luchas populares del Brasil, al 1º de mayo para la clase trabajadora en escala mundial.
Para la etapa anterior de la lucha del pueblo brasilero, aún antes y después de la llegada al Poder Ejecutivo del PT, el Grito de los Excluidos, marcha consensual convocada por la Teología de la Liberación dentro de la izquierda católica, era el nivel de protesta adecuado. El primer Grito de los Excluidos se dio durante la ECO-92 en Río de Janeiro (la Conferencia Mundial de Ecología que la ONU organizó en el Río) y después el calendario gana regularidad el año de 1995. El día siempre fue de lucha simbólica y así se mantuvo, modificando la perspectiva. A partir de los años ’80 del siglo XX hasta la mitad de la década pasada del siglo XXI, protestas con el sentido del Grito de los Excluidos, hasta operaban como válvula de escape o forma de hacer pública una pauta y lucha permanente. En el momento actual, buena parte del Grito se hace irrelevante.
El 7 de septiembre de 2013 cargaba consigo la perspectiva de la reanudación de las protestas de junio. Es obvio que la fecha es simbólica y también es obvia la distancia entre la izquierda que venía de la tradición del reformismo radical, con aquella de orientación libertaria. Dentro de esta vía, el anarquismo orgánico, especifista, no es mayoría aunque incida y mucho. Particularmente tal incidencia ganó mayor dimensión en Río Grande del Sur, cuando el gobierno Tarso Genro (PT) mandó –sin orden judicial– que la inteligencia de la Policía Civil invadiera la sede de la organización política Federación Anarquista Gaúcha (FAG). El intento de criminalización de la Federación resultó en la difusión nacional del episodio, aumentando la notoriedad y respeto político de la FAG. Pero, al contrario de lo que se entendía a finales de julio, las tentativas de criminalización de las protestas y el secuestro de las pautas y sentidos del movimiento no cesaron.
La criminalización está dándose con el tema del uso de máscaras. Primero fue el estado de Pernambuco que, a través de una portaría (decreto administrativo) de la Secretaría de Seguridad Pública, ratificado por el gobernador Eduardo Campos (PSB), quien prohibió el uso de máscaras en cualquier forma de protesta. A partir de ahí aumentó la represión contra cualquier forma de protesta, obligando a los manifestantes a buscar formas de protección y respuesta. El aumento del nivel de violencia y la criminalización del acto de esconder el rostro –algo previsible una vez que hay filmación todo el tiempo– puede aumentar los enfrentamientos, pero disminuir el tamaño de la adhesión de las personas desorganizadas como sucedió en mayo, junio (auge) y julio de este año.
Ya el secuestro de la pauta, cuando los grandes medios terminan por hacer coro con los gubernistas –cuando éstos afirman el absurdo, de que las protestas son un golpe de la derecha– cuando incluye pautas extrañas al conjunto de los manifestantes. Quién está organizado jamás convocaría un acto para reforzar medidas que favorezcan la oposición a Dilma y los jóvenes que adhieren al Black Bloc menos aún. Enfrentar la corrupción endémica y denunciarla es una forma de ejemplificar el crimen de élite de los gobiernos del Río y de São Paulo y sus relaciones con el capital brasileño y transnacional. Respectivamente, Sérgio Cabral Hijo (PMDB) y Geraldo Alckmin (PSDB), hoy galvanizan en sus respectivos gobiernos una relación umbilical con financiadores de campaña y contratantes de compras y servicios de gobierno. Así, en las dos mayores ciudades y estados del país, el nivel de conflicto sólo habrá de subir.
Concluyo afirmando que es la tendencia de los movimientos masivos, los flujos y reflujos, siendo que los meses después de junio disminuyeron la incidencia de las luchas callejeras, pero estas no cesaron. Las pautas estaduales ganaron fuerza, pero a la vez van al encuentro de una nueva cultura de la política en las calles. En 25 de julio hasta la red Globo reconoció la presencia anarquista en el Brasil e hizo un especial (Sin Fronteras, en su canal de noticias 24 hs, Globo News) que aunque muy centrado en el movimiento Occupy Wall Street y Anti-globalización, al menos hizo visible la ideología y su vertiente organizada. Para quien conoce el poder de agenda, sabe que significa el reconocimiento de una nueva relación de fuerzas.
Hoy, en el Brasil, se vive la paradoja de tener más capacidad de movilización puntual –aunque violenta– de la que las condiciones de organización permanente y de base tienen a lo largo del año. Si esta distancia disminuye, la nueva cultura política de las calles puede ser el fiel de la balanza, el año de la Copa del Mundo 2014.
*Politólogo (phd y msc), periodista profesional y profesor de relaciones internacionales.