Brasil y su acción subimperialista en América Latina

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ELAINE TAVARES| El sistema capitalista tiene una consigna que es el retrato vivo de su naturaleza: para que uno viva, otro tiene que morir. Nadie que viva en ese sistema puede escapar de eso. No es sin razón que la principal discusión del mundo actual sea justamente la idea de desarrollo, pues, cada día más la gente se da cuenta de que la promesa de desarrollo que está imbricada en la idea capitalista de producción solo es buena para muy pocos. En los países centrales, que son la punta del sistema, el desarrollo es desigual y combinado. Siempre hay una capa  significativa de la población que se queda explotada y en situación de pobreza extrema, sirviendo como mano de obra para que el sistema funcione.

En los países de la periferia del sistema lo que existe es un capitalismo dependiente, y el desarrollo posible es únicamente el desarrollo del subdesarrollo pues como ya mostró con mucha eficacia el teórico Andre Gunder Frank, es  la naturaleza del capitalismo crear matrices y periferias, en camadas. Así, la promesa del capitalismo se vuelve ilusoria. Jamás, en el sistema, la gente que vive en la periferia podrá desarrollarse. Es una mentira que, de tantas veces repetida, aparece como verdad. Lo que sí, puede pasar, es que  algunos países de periferia desarrollaren algunos aspectos de la vida o de algunas regiones, pero al mismo tiempo, causando el subdesarrollo de otras.

Eso es lo que pasa en Brasil. Es, de hecho, un gigante, ocupando el 47% del área de América Latina. Tiene 8.514.876 kilómetros cuadrados y 23 mil kilómetros  de frontera. Aparece como una potencia en la región y desde los años 50 del siglo pasado, cuando empezó a aceptar todos los conceptos del desarrollo capitalista ha vivido esa realidad. Desarrollo en algunas regiones y miseria infinita en otras. Capitalismo dependiente. Hoy, viviendo un momento de crecimiento económico, refuerza aún más su política subimperialista en relación con los demás países vecinos. Política esa que empezó con fuerza en el periodo de la dictadura militar, cuando igualmente pasó por un vigoroso proceso de crecimiento, apoyado por el imperio estadounidense.

El teórico brasileño Ruy Mauro Marini es el que mejor ha definido el concepto de subimperialismo llevado a cabo por los países dependientes, como es el caso de Brasil en América Latina. Marini deja muy claro que el subimperialismo no es un imperialismo de grandeza menor o de segunda categoría. Es un fenómeno que comparte leyes del desarrollo capitalista comunes a la teoría del imperialismo (monopolios y capital financiero), aunque tenga elementos propios que corresponden al funcionamiento del capitalismo dependiente tales como la superexplotación del trabajo, la integración del capital nacional al extranjero y la monopolización extrema a favor de la industria suntuaria. Según  Marini, el subimperialismo sigue la lógica de la cooperación antagónica, sea cual sea, al mismo tiempo que coopera con el imperialismo en las políticas generales, actúa en una dinámica contradictoria buscando el dominio entre sus vecinos, buscando hegemonía regional.

Esa dinámica ya pudo ser notada a partir de los años 60 cuando la nueva división del trabajo de la pos guerra generó subcentros políticos que, además de su dependencia, entraron en la etapa del monopolio y del capital financiero. En el caso de Brasil ese movimiento empezó en la década del 1970, cuando el régimen militar vivió lo que se conoció luego como el “milagro brasileño”, época de crecimiento económico con fuerte participación del capital extranjero y una forma específica de la reproducción del capital, o sea, el desarrollo del subdesarrollo. En los años 70,  Brasil ya estaba en el noveno  lugar en la producción de automóviles y era el segundo exportador de armas, quedando atrás solamente de Israel. Así como muy bien explica Ruy Mauro Marini, el subimperialismo brasileño “no es solo la expresión de un fenómeno económico. Es resultado en una amplia medida del proceso mismo de la lucha de clase en el país y del proyecto político, definido por el equipo tecnocrático-militar que asume el poder en 1964, aunados a condiciones coyunturales en la economía y la política mundiales”. En esa década hubo un “boom” financiero que se desplazó hacia los países subdesarrollados. En ese tiempo, Brasil estaba en la primera fila entre los receptores de capitales extranjeros. A fines de 1967 empieza con fuerza el mercado de capitales en Brasil, con el propio gobierno abriendo las puertas a las inversiones y préstamos en dinero entre empresas extranjeras y nacionales. Eso permitió el crecimiento de los años 70. Para que se tenga una idea, según Marini, las inversiones extranjeras, de 1966 al 1970 pasaran de 479 mil a 3.485 mil millones de dólares. Y el estado tenía que abrir camino para su realización. Crecía entonces los aires de potencia de Brasil.

Así que no fue sin razón la otra forma de actuación subimperialista concretada en el saqueo de materias primas y de fuentes de energía en los países vecinos, como el leonino tratado de Itaipú firmado con Paraguay en 1973, para la construcción de la mayor planta hidroeléctrica de América Latina, en el Río Paraná. La obra destruyó una de las mayores bellezas naturales de la región: las siete cataratas de Iguazú, hecho que demandó mucha lucha de la gente brasileña.

En aquellos días, Paraguay no aportó nada para la construcción (quedó con una deuda), pero a lo largo  de todos esos años  ha sido penalizado con la compra de la energía a precios muy baratos. Como el país vecino solamente necesita del 4% de la energía generada, el resto va a Brasil, pero podría ser vendida a otros clientes. Cosa que no es posible por el tratado. Y cuando el gobierno paraguayo intentó cambiar esto fue vapuleado  por los directivos de la central, como se puede ver en la declaración de Jorge Samek, presidente en aquel entonces: “Cualquier tribunal internacional se limitará a analizar el tratado, que está siendo cumplido integralmente y es totalmente justo (el subrayado es mío). Si vamos a un tribunal internacional, Brasil terminará recibiendo una carta de felicitación”. La demanda de Paraguay era que el Brasil empezase a pagar 1.200 millones de dólares al revés de los 130 mil dólares que estaba pagando.

En ese tratado que sigue vigente,  Paraguay estaba obligado a vender su excedente energético a Brasil hasta el año de 2023, y por un precio absurdamente bajo. El total era de 45,31 dólares, pero solamente 2,81 se quedaba con el gobierno paraguayo, una vez que el restante era enviado al Brasil como pago de la deuda por la construcción. La cuestión del precio solo fue reparada tiempo después, en julio de 2011, ya en el gobierno de Fernando Lugo. Con el nuevo acuerdo, Brasil triplica lo que paga a Paraguay y el país vecino puede vender su parte de energía a otras empresas. Pero aún así, suscribió otros acuerdos de “ayuda” a Paraguay que puede redundar en más deudas.

Intervenciones militares también se llevaron a cabo en la década de 70, como en el caso de Bolivia, cuando la gente luchaba por una Asamblea Popular en 1970. Brasil ofreció ayuda a los adversarios de Juan José Torres, y eso fue decisivo en el golpe de estado, con el envío de armas a Santa Cruz de la Sierra a través de aviones brasileños. En 1971,  el ejército brasileño estuvo listo a invadir  Uruguay, a propósito de las elecciones y solo no hizo porque ganó el candidato de la derecha.  Pese a ello,  Uruguay siguió recibiendo ayuda del gobierno brasileño que entrenó a  los escuadrones de la muerte que pusieron fin a los tupamaros (grupo de izquierda que luchaba por una liberación nacional). Hoy también se sabe que el gobierno de Brasil colaboró con Estados Unidos en el golpe contra  Salvador Allende, en 1973. Y estos son apenas algunos de los ejemplos que muestran la colaboración con el imperio en cuanto se van configurando las bases para la explotación subimperialista. En esos tiempos, como describe Ruy Marini, la burguesía nacional ya tenía muy claro que su mejor opción – una vez que había fracasado el proyecto de un desarrollo capitalista autónomo – sería quedarse como socia secundaria del imperialismo, garantizando algunas cosas por la vía de la dominación regional. Fue una apuesta segura de la clase dominante.

A partir de los años 80,  la política de expansión del capitalismo brasileño se volvió más fuerte y las empresas empezaron a efectuar crecientes  inversiones en el exterior. Preparaban las bases para una dominación sistemática en casi todos los países vecinos. De la misma manera, las inversiones extranjeras en Brasil también crecían de forma preocupante, desnacionalizando muchas empresas. En los años 90, con las criminales privatizaciones llevadas a cabo por Fernando Henrique Cardoso, empresas estatales como Vale do Rio Doce y la Compañía Siderúrgica Nacional cayeran en manos privadas para, poco después, convertirse en gigantes multinacionales con tentáculos por todo el continente y aún mas allá. Una lucha titánica se libró en nuestro país para que esas empresas no fuesen entregadas a los especuladores internacionales, pero la gente fue derrotada. Y para que se tenga en cuenta el tamaño del saqueo, solamente la empresa Vale do Rio Doce (propietaria  de la mayor reserva de la minería de hierro del mundo) fue vendida por 3 mil millones de dólares, y en el mismo año – ya en manos privadas – cerraba su balance con una ganancia de más de cinco mil millones. Hoy es una de las empresas que más lucra en el país, llegando a 6.452 mil millones solo en el segundo trimestre de ese año, y opera en los cinco continentes en la misma lógica de explotación laboral que cualquier otra multinacional.

Con la llegada de Luis Inácio Lula da Silva al poder, empezó también una nueva ola de internacionalización de la economía. En ese aspecto, el Banco Nacional de Desarrollo Social (BNDS) ha cumplido una misión muy específica. Trata de financiar obras de grande envergadura en los países vecinos como Perú, Ecuador y Bolivia, imponiendo a esos países compañías brasileñas como la Petrobras, Odebrech, Andrade Gutiérrez y otras. Su actuación en esos países es la misma que cualquier otra transnacional  de nivel  mundial, con toda su carga de problemas y conflictos con las poblaciones locales. Basta recordar lo que pasó en Bolivia con la cuestión del gas, luego de que asumió el poder Evo Morales, cuando el país vecino intentó cambiar los acuerdos que tenía con la Petrobras, con los cuales  Bolivia estaba siendo desangrada. Las declaraciones de los políticos y empresarios brasileños fueran las típicas del imperio. Se hablaba incluso de guerra. También podemos apuntar la destrucción del ambiente cometidas por empresas brasileñas en Ecuador, con recurrentes conflictos con  las comunidades indígenas, y la reciente cuestión que involucra al  BNDS y  a 63 comunidades de un Parque Nacional en Bolivia, donde el gobierno empezaba a construir una carretera que más servía  a los intereses de Brasil que de Bolivia.

A decir del abogado y ex-ministro de Hidrocarburos de Bolivia, Soliz Rada, “las líneas maestras de la política bandeirante (de Brasil) no tienen freno. Brasil está promoviendo una geofagia en América Latina”. Sobre la acción de Brasil en su país, continúa señalando Solíz Rada: “Su base de sustentación está en la burguesía de San Pablo, que convirtió a Brasil en acreedor del FMI, incrementó su influencia en el Banco Mundial, privatizó un tercio de la Amazonía en favor de ganaderos y madereros, logró que IIRSA se acomode a sus intereses de infraestructura vial, compró a Francia un submarino nuclear para proteger sus reservas de gas junto al mar, para luego anular la adquisición de aviones franceses y reemplazarlos por otros de fabricación estadounidense. Ha sido sede del Foro Social Mundial, en el que expusieron sus posiciones anticapitalistas Castro, Chávez y Evo Morales, sin preocuparse que la Fundación Ford, vinculada a la CIA y que ayudó a Hitler a tomar el poder, fuera una de sus principales auspiciadoras”.

Lo que sí es cierto es que la expansión subimperialista de Brasil en América Latina sigue muy firme. Según datos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, solo en el año de 2010, el Brasil envió – a través de las compañías “nacionales” – cerca de 11, 5 mil millones de dólares al exterior. Eso pasó porque compañías brasileñas como Vale, Gerdau, Camargo Correa, Votorantim, Petrobras e Brasken hicieran importantes adquisiciones en las industrias de la minería del  hierro, acero, alimentación, cementos, químicos y refinación de petróleo, incluso en los países desarrollados.

Algunos datos importantes de las empresas brasileñas

Compañía Siderúrgica Nacional.– Es la mayor siderúrgica de América Latina. Fue privatizada en 1993 por el presidente Itamar Franco, en medio de muchas protestas. Su venta fue un crimen de lesa-patria pues el precio pedido fue de apenas 1.200 millones. Hoy, su receta liquida, solamente en el primer semestre de 2011, sobrepasa los 8 mil millones de dólares, teniendo más de 11 mil millones de dólares en caja. Su principal fábrica produce cerca de 6 millones de toneladas de acero bruto y más de 5 millones de toneladas de laminados por año, siendo considerada una de las más productivas del mundo. Tiene fábricas en todo el país y en el exterior, incluyendo a Estados Unidos y Portugal.

Vale do Rio Doce. – Es la mayor productora de hierro en el mundo y la segunda en la producción de níquel pero también actúa en la explotación de bauxita, manganesio aluminio, cobre y carbón. Creada en el gobierno de Getulio Vargas,  era una empresa con instalaciones en 19 estados del país, operando 9 mil kilómetros de ferrocarriles, puertos y terminales marítimos. Fue privatizada en el gobierno de Fernando Henrique (1997) – en el contexto de una fuerte movilización popular en rechazo- por el valor que equivaldría a un trimestre de su receta (cerca de 3 mil millones de dólares), fue prácticamente una donación. Hace poco, en el año de 2006, incorporó  la empresa canadiense INCO, la mayor del mundo en minería de níquel. La Vale tiene hoy un valor de mercado de 298 mil millones, delante  incluso que la gigante IBM. La Vale emplea 119 mil personas y está presente en 38 países del mundo tales como África del Sur, Angola, Argentina, Australia, Barbados, Canadá, Chile, China, Singapur, Colombia, Corea del Sur, Emiratos Árabes, Estados Unidos, Filipinas, Francia, Gabón, Guinea, India, Indonesia, Japón, Liberia, Malasia, Malauí, Mozambique, Mongolia, Noruega, Nueva Caledonia, Omán, Paraguay, Perú, República Democrática del Congo, Reino Unido, Suiza, Zambia, Tailandia y Taiwán. Lo que pasa es que la Vale actúa en el subsuelo, así, por todas partes anda cavando huecos, sacando las riquezas nacionales. Por estar en manos privadas saquea nuestras riquezas públicas. Sus utilidades líquidas superan los 15 mil millones de dólares al año. En febrero de 2010 adquirió los activos de la empresa estadounidense Bungue Limited, dedicada a la producción de insumos agrícolas.

Odebrecht. – Esa es una constructora que empezó su vida en 1944 como una empresa brasileña pero desde los años 80 viene expandido su actuación hacia otros países con la creación de un “holding” de capital abierto. Desde entonces, se comporta como ubna transnacional con negocios en Estados Unidos, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Malasia, Irak, en fin, en todos los continentes. Desde los años 70 empezó a diversificar sus negocios actuando también en el sector petroquímico. Su dominio en esa área creció tremendamente en el período de la privatización del sector en el gobierno de Fernando Henrique, cuando incorporó, también a bajo costo, gran parte del patrimonio nacional. En el gobierno Lula, cuado se incrementa la producción de etanol, la empresa también decidió entrar en ese campo, creando un sector de biotecnología. Fue una marca que se consolidó a costa de la riqueza pública y hoy, en muchos países de América latina, se comporta como un monstruo que chupa las riquezas de los vecinos, como es el caso de Bolivia y Ecuador. En este último país, el presidente Correa llego a expulsar a la empresa de las tierras ecuatorianas por estar involucrada en irregularidades. En Brasil, busca comprar las conciencias actuando en el área cultural, ofreciendo premios e inversiones en arte y cultura.

Petrobrás – Esta es una empresa que siempre estuvo ligada a la identidad nacional. Creada en el gobierno nacionalista de Getulio Vargas, en 1953, fue el móvil de la campaña “El petróleo es nuestro” que unió el país de norte al sur. Pero, con el pasar del tiempo y con la sucesión de gobiernos militares y después neoliberales, la empresa fue escapando de las manos del país. Empezó su proceso de privatización en el gobierno de Fernando Henrique (1999) y en octubre de 2010, desafortunadamente en el gobierno de Lula, efectuó la mayor capitalización en capital abierto de la historia de la humanidad: US$ 72,8 mil millones de dólares. Hoy ya no se puede más que es nacional, pese a la insistencia de los medios y hasta del gobierno. Es la cuarta mayor empresa del mundo y la segunda mayor en el continente americano, operando en 28 países con ganancias anuales que pasan de los 20 mil millones de reales (de 15 a 17 mil millones de dólares). Tiene refinerías en Argentina, Estados Unidos y Japón. Ahora, con el descubrimiento de petróleo en el pre-sal, una de las mayores reservas de petróleo del mundo, la empresa se volvió la niña de los huevos de oro de la rapacidad global. Su acción en Bolivia, cuando asumió Evo Morales y nacionalizó el gas, fue digna de las más sucias empresas privadas del mundo. Ahora, con el petróleo del  pre-sal, gran parte de esa riqueza irá a manos privadas.

Gerdau – La empresa Gerdau es líder en la producción de acero largo en las Américas y una de las mayores vendedoras de acero largo especial del mundo. Tiene 40 mil empleados y actúa en 13 países, en las tres Américas, Europa y Asia. Tiene una capacidad de producir más de 25 millones de toneladas de acero. Es la mayor recicladora del mundo, transformando millones de toneladas de basura en acero. Tiene 140 mil accionistas y opera en las bolsas de San Pablo, Nueva York y Madrid. Sus productos, comercializados en los cinco continentes, atienden a la construcción civil, industria y agropecuaria

Votorantim – La empresa Votorantin nació como una fábrica de tejidos en 1918. Era una empresa familiar. En los años 30 empezó en la rama química y después en la de aluminio. En los 80 estaba en la rama de las papeleras y en el sector financiero creando el Banco Votorantin. Desde los años 2000 empezó su expansión internacional. Está involucrada en los sectores de metales, siderurgia, energía, cemento, papeles, etc…

El gobierno Lula

El proceso de internacionalización de esas empresas hasta entonces brasileñas, con las privatizaciones e inversiones del Estado empezaran en el gobierno de Fernando Henrique, en los años 90, pero es necesario entender que la expansión subimperialista se fortaleció con una nueva ola en el gobierno de Lula, justamente por cuenta del proceso de crecimiento económico que se ha vivido en el país, lo que parece comprobar la siempre voraz necesidad del capital de expandirse más y más. Y que también suele comprobar la teoría de Gunder Frank que decía que siempre que los países centrales están en crisis, es muy probable que algunas de sus periferias registren crecimiento. Es lo que pasa hoy.

En el año de 2006, por primera vez, las inversiones de empresas brasileñas en el exterior sobrepasaron el volumen de los capitales invertidos al interior del país. Esto se mantuvo  igual en 2007 cuando se invirtió casi 30 mil millones de dólares en el exterior. Empresas como Gerdau e Vale tienen inversiones de 25 mil millones en los países de América del Sur, así como Odebrecht y Camargo Correa que buena parte de sus ganancias provienen de los países vecinos como Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela y Paraguay.

También el Banco Nacional de Desarrollo Económico Social (BNDES) ha actuado como importante fuente de recursos para instalaciones de empresas brasileñas en los países vecinos, y también ha efectuando préstamos para construcción de obras de infraestructura y para compra de aviones o autobuses. Hoy, prácticamente todas las grandes obras que se están haciendo  en los países de América del Sur tiene la presencia de las gigantes brasileñas, que además ya ni siquiera son nacionales, sino transnacionales.

Por parte de la derecha brasileña hay muchas críticas al gobierno Lula y ahora al de Dilma, pero no en relación a la actuación de las multinacionales, que aparecen como “nacionales” a los ojos de la sociedad. Por el contrario, insaciables, quieren más y más subsidios e insisten en la necesidad de que el Estado les financien los riesgos de sus empresas y otras más, como el reciente caso del BNDES que financió la fusión de una empresa de un conocido empresario nacional, Abilio Diniz, con otra empresa francesa. El banco destinó  4 mil millones para ese negocio privado. Lo que es necesario subrayar es que los capitalistas nacionales raramente corren algún riesgo, puesto  que generalmente el Estado suele resolver cualquier problema que tengan. Pero eso nos parece igual en cualquier lugar, basta mirar como el gobierno de los EEUU enfrentaran la crisis de los bancos. Lo que arrasa con la idea del estado mínimo, tan apreciada por los neoliberales.

Parte de la izquierda (¿o será la centro derecha?) que apoya la política del Estado  respecto a las empresas transnacionales cree firmemente que esa acción en los países latinoamericanos es el comienzo de la integración tan soñada, que el Brasil está haciendo lo que debe hacer con sus “hermanos” latinos. Pero en nuestra evaluación, eso nos es verdad. La acción de las empresas transnacionales (vistas como brasileñas) son predadoras y muchas veces hasta criminales, como fue el caso de la actuación de las empresas brasileñas en el Ecuador. Sin contar la acción armada del propio estado brasileño con la operación en Haití, que ya lleva más de cinco años. Algunas personas prefieren creer que es una acción humanitaria, pero ¿qué humanidad puede haber en un ejército armado que actúa contra de la gente? Muchas son las denuncias de atrocidades que se comenten por allá y es el ejército brasileño quien está en el comando.

Resistencia

Pero lo que pasa es que todo eso no ocurre sin lucha. Hay una disputa entre tres modelos de desarrollo muy distintos que es, en última instancia, lo que está en juego de verdad. Uno de ellos es el del capitalismo dependiente y subimperialista, hegemonizado por la clase dominante. El segundo es el modelo trabajado desde la izquierda, que hoy propone el denominado Socialismo del Siglo XXI, que recupera los principios centrales del socialismo dialécticamente combinados con los nuevos tiempos. Y en tercer lugar está el modelo que viene de las luchas indígenas, secularmente olvidadas tanto por la derecha como por la izquierda. Según los líderes de esos levantamientos de la gente originaria, la propuesta del socialismo del siglo XX no les incluye y no considera sus demandas. La propuesta de los indígenas están consolidadas en el paradigma del “sumak Kausay”, que quiere decir bien-vivir. Este concepto que empieza a recorrer  por toda Abya Yala (nombre originario de América Latina) trabaja con la idea de una armonía con la naturaleza, con la explotación sustentable de los recursos, con la vivencia de viejos principios como solidaridad, comunidad, equidad, cooperación, muchos de ellos  muy alejados de las propuestas desarrollistas que existen tanto en el proyecto hegemónico cuanto en los planes de la izquierda.

Muchos otros ejemplos de la acción subimperialista se cuentan por  decenas en América Latina, pero la lucha en contra también es muy fuerte, aun más que los pueblos están cambiando sus leyes, fortaleciendo sus instituciones, dando vida a un nuevo constitucionalismo, como es el caso de Ecuador, Venezuela y Bolivia. Hay un proceso revolucionario en curso hoy en Abya Yala, algo que va  mucho más allá de lo que puede pensar el pensamiento progresista o el de la izquierda ortodoxa. Hay un grito comunitario y popular que empezó con fuerza en los años 90, desde Quito, Ecuador, pasando por la revolución zapatista en México, llegando a Bolivia con las guerras de la agua y del gas. Todas esas luchas fueran y son en contra de la acción predadora de las multinacionales y de los gobiernos títeres del imperio. Ahora, lo que pasa es que esa marcha del pueblo en lucha ya no puede parar.

Y esto se  vuelve aún más fuerte con la acción popular insurgente en Europa y Estados Unidos, espacios hasta entonces “domesticados” por la idea del bienestar social. Eso ya no hay. E incluso en las regiones que aparecían como el centro del capitalismo ya se pueden percibir los abismos. Eso hace con que la gente se levante en rebelión contra el sistema que los oprime: el capitalismo. Así que todo está en abierto… ¡y todo puede cambiar!…

*Periodista del Instituto de Estudios Latinoamericanos, Universidad Federal de Santa Catarina.