EEUU, el poseedor mayor de armas de destrucción masiva, conserva miles de toneladas de arsenal químico
DAVID BROOKS| A lo largo de la última década las guerras, las invasiones y otras acciones militares estadunidenses –desde Irak en 2002 hasta ahora Siria– se han justificado en parte para enfrentar la amenaza inaceptable del uso de armas de destrucción masiva, pero los encargados de estas políticas bélicas evaden el hecho de que el país que tiene el arsenal más grande del mundo de este tipo de armas y que ha permitido que sus aliados las obtengan y usen es Estados Unidos.
El único país en la historia en emplear las armas de destrucción masiva más poderosas, las bombas atómicas, contra dos ciudades en Japón (o sea, objetivos civiles) en 1945, que roció incontables toneladas de dioxina (agente naranja), un arma química sobre Vietnam, durante años de conflicto, y quien facilitó la entrega y asistió en el uso de armas químicas por el régimen de Saddam Hussein contra Irán en los 80, ahora insiste en que poseer y usar tales armas es inaceptable.
Mientras Washington negocia con Rusia para obtener su objetivo de anular la capacidad de Siria para emplear armas químicas, afirmando que éstas han sido prohibidas bajo la Convención contra Armas Químicas de 1993 y que entró en vigor en 1997, y continúa justificando una opción militar bajo esa convención, no menciona que Estados Unidos aún no ha cumplido su compromiso con la misma.
Prometió destruir arsenal en 2012 y no lo ha hecho
Estados Unidos conserva un arsenal masivo de armas nucleares (la última cifra oficial es de poco más de 5 mil, en 2009, pero según expertos independientes como la Federación de Científicos Americanos, suman 7 mil 700 –suficientes como para destruir el mundo varias veces) junto con armas químicas. A pesar de los esfuerzos para destruir sus arsenales químicos desde que ratificó la convención (oficialmente ha destruido 90 por ciento de sus armas químicas declaradas), miles de toneladas de armas químicas que Estados Unidos había prometido destruir a más tardar en 2012 siguen en depósitos en los estados de Colorado y Kentucky, y los cálculos oficiales para su eventual destrucción ahora son entre 2018 y 2023.
Este jueves, Siria envió una carta a la Organización de Naciones Unidas informando su intención de sumarse a la Convención. Eso deja a otros seis países que no la han ratificado, entre ellos Israel. Por cierto, aunque nunca se ha reconocido oficialmente, Tel Aviv posee armas nucleares y se puede suponer que también químicas, pero por ahora nadie insiste en que también sea obligado a someterse a inspecciones ni mucho menos entregar sus armas a las autoridades internacionales.
Mientras tanto, aunque mucha de la retórica del gobierno de Barack Obama y otros en la cúpula política enfatiza que Estados Unidos no puede ignorar ni tolerar el uso de armas químicas tanto por la violación de normas internacionales como por razones de seguridad nacional, ese no siempre ha sido el caso. De hecho, según documentos oficiales de la CIA recientemente desclasificados y otra evidencia, citados por Foreign Policy, Washington no sólo no protestó contra un ataque con armas químicas mucho mayor que el de Siria, que mató a decenas de miles, sino que fue cómplice en el ataque.
En 1988, a finales de la larga guerra entre Irak e Irán, el gobierno estadunidense entregó imágenes de satélite y mapas, entre otra información, sobre la ubicación de tropas iraníes al gobierno de Saddam Hussein, sabiendo que se usarían para lanzar ataques con armas químicas (gas mostaza y sarín) y con la justificación de que cualquier cosa era necesaria para asegurar la derrota de Irán. Pero Washington estaba enterado del uso de armas químicas por Irak en esa guerra desde 1983. Foreign Policy afirma que esta documentación es equivalente a una admisión oficial estadunidense de complicidad en algunos de los ataques de armas químicas más atroces jamás lanzados.
Más aún, los gobiernos de Ronald Reagan y George H.W. Bush (padre) facilitaron la compra de material para armas químicas a Irak, algo documentado primero por el Washington Post en un amplio reportaje en 2002. El gobierno de Reagan, desde 1983, había decidido fortalecer y apoyar al régimen de Hussein, algo que fue encargado al recién nombrado enviado especial de la Casa Blanca a la región, Donald Rumsfeld.
El mismo Rumsfeld, ya como secretario de Defensa del gobierno de George W. Bush (hijo) estaría encargado de lanzar la guerra contra Irak y su viejo aliado Hussein, con la justificación de que ese régimen tenía armas de destrucción masiva (aunque resultó que ya no tenían las que Rumsfeld y el gobierno de Reagan le habían ayudado a conseguir).
En 1988 Hussein empleó armas químicas otra vez, ahora contra los kurdos en Irak, o sea, contra su propia población. El gobierno estadunidense, aun considerando a Hussein un aliado estratégico en el región, no llamó a que el mundo condenara los hechos ni propuso imponer sanciones.
Un par de décadas antes, en 1970, el Senado estadunidense reportó que Estados Unidos ha arrojado una cantidad de químico tóxico (dioxina) equivalente a seis libras por persona de la población en Vietnam, recuerda el reportero de investigación y corresponsal de guerra John Pilger en un artículo en The Guardian. Esta operación no sólo tuvo efecto inmediato, indica, sino que él ha visto generaciones de niños con deformidades físicas extremas como resultado, algo que el secretario de Estado John Kerry podrá recordar, como veterano condecorado de esa guerra. Pilger escribe que Estados Unidos también utilizó armas con uranio agotado y fósforo blanco en la guerra en Irak.
Vale recordar que el uso de armas químicas en guerras fue declarado ilegal desde 1925 por el Protocolo de Ginebra, después de los horrores de los gases empleados en la Primera Guerra Mundial.
Chris Hedges, otro corresponsal de guerra, y ganador del Premio Pulitzer, señaló recientemente que los israelíes han empleado fósforo blanco, algo que quema al cuerpo sin poder detenerlo, y que las fuerzas armadas salvadoreñas también lo emplearon contra su población cuando él cubrió esa guerra, pero Washington, en estos casos, no dijo nada. “Creo que moralmente Estados Unidos no puede argumentar su caso… no tenemos ningún derecho legal ni moral para intervenir (en Siria) en este momento como acto de castigo. No tenemos la credibilidad moral para hacerlo”.