Siria: suenan trompetas de guerra

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EDUARDO FEBBRO | La hipótesis sobre una intervención militar occidental en Siria se acercan cada vez más, a pesar del rechazo de Rusia y la prudencia de China. Podría suceder sin el aval del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Página 12

Con el correr de las horas, la hipótesis sobre una intervención militar occidental en Siria se acerca cada vez más a la realidad, a pesar de la oposición frontal de Rusia. El argumento de esta acción es el presunto uso de armas químicas contra la población civil por parte de las tropas fieles al presidente Bashar al Assad. Con espantosas imágenes de apoyo a sus argumentos, la oposición siria denunció la utilización de armas químicas en un ataque lanzado por las tropas de Al Assad el pasado 21 de agosto, en Ghuta oriental y Muadamiyet al-sham, dos sectores situados en la periferia de Damasco y controlados por los rebeldes. Después de arduas negociaciones, el régimen sirio permitió que un grupo de inspectores de la ONU accediera ayer a las zonas concernidas para verificar la veracidad o no de las acusaciones de los rebeldes. Según éstos, la ofensiva dejó un saldo de más de 1300 muertos. Del total de trece ataques con armas químicas denunciados tanto por la oposición como por el régimen -ambas partes se acusan mutuamente-, la misión de la ONU dirigida por el científico sueco Aake Sellström sólo fue autorizada a verificar tres. Los inspectores, en total once, ya recogieron las primeras pruebas sobre la existencia de gases químicos empleados la semana pasada.

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París, Londres y Washington apuntaron sin ambigüedad hacia el presidente sirio. El secretario de Estado norteamericano, John Kerry, dijo que el ataque “debe sacudir la conciencia del mundo” y recalcó que Al Assad debe “responder por esa atrocidad”. Kerry también aclaró que el gobierno sirio es el único que detenta ese tipo de armas. Más directo, el jefe de la diplomacia francesa, Laurent Fabius, dijo que “lo que resulta evidente es que la matanza tuvo su origen en el régimen de Bashar al Assad. Hay una matanza química establecida, está la responsabilidad de Bashar al Assad, hace falta una reacción y estamos en eso”. No hay hasta el momento ninguna decisión formal que haya sido adoptada, pero las trompetas de la guerra resuenan en las principales capitales occidentales cuyos países son miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. De los otros dos miembros, China y Rusia, Beijing preconizó la prudencia, mientras que Moscú cerró filas detrás de Damasco. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguey Lavrov, dijo: “Estoy preocupado por las declaraciones de París y Londres según las cuales la OTAN podría intervenir para destruir las armas químicas en Siria sin la autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Se trata de un terreno movedizo y peligroso, así como de una grosera violación del derecho internacional”. Con respecto a este punto, es decir, intervenir sin el aval de la ONU, el canciller francés dijo que esto era posible “en determinadas circunstancias”. Alemania también se sumó al coro de la guerra. El jefe de la diplomacia alemana, Guido Westerwelle, declaró: “La utilización de armas químicas de destrucción masiva sería un crimen contra la civilización. Si el empleo de esas armas se confirma, la comunidad internacional debe actuar. En ese caso, Alemania formará parte de quienes respaldan las consecuencias”.

Cabe señalar que las potencias occidentales no son las únicas que promueven sanciones militares contra Siria. Turquía también se sumaría a una eventual coalición. Las razones son obvias: hostil al presidente sirio Al Assad, Turquía está en primera línea del conflicto. Desde que éste estalló, en 2011, centenas de miles de sirios se han refugiado en territorio turco. Según el ministro turco de Relaciones Exteriores, Ahmet Davutoglu, su gobierno está dispuesto a respaldar una coalición internacional contra Siria, incluso si ésta no cuenta con aval de la ONU. Davutoglu aseguró que “otros 36 o 37 países están discutiendo actualmente esa eventualidad”.

Las modalidades de esa intervención son una copia de ejemplos pasados, como el de Kosovo. En 1999, en nombre de la “urgencia humanitaria”, la administración norteamericana de Bill Clinton lanzó un ataque bajo el amparo de la OTAN contra el régimen del presidente serbio Slobodan Milosevic, y ello sin la previa autorización del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En virtud del artículo VII de la Carta de la ONU, el Consejo es el único que puede autorizar el recurso a la fuerza. La operación en Kosovo duró 78 días y dejó un saldo controvertido de lo que luego se llamó “daños colaterales”, es decir, la muerte de inocentes.

El procedimiento de la guerra sin el permiso de la ONU fue utilizado varias veces, especialmente por el ex presidente norteamericano George W. Bush cuando invadió Irak en 2003. En uno de los ejemplos más degradantes y mentirosos de la historia mundial, Bush y la coalición que lo respaldó atacaron Irak en base a falsos documentos que supuestamente probaban que el difunto presidente Saddam Hussein tenía depósitos de armas de destrucción masiva. Esas armas pasaron a ser luego “armas de desaparición masiva”, porque jamás se encontraron. En lo que atañe a Siria, los partidarios de la intervención militar quirúrgica tienen varios argumentos al alcance, entre éstos el Protocolo de Ginebra de 1925, que prohíbe el empleo de gases asfixiantes. Los observadores militares alegan que la operación en Siria debería ser breve y sin despliegue de tropas. Su punto de partida sería uno de los cuatro barcos norteamericanos que están en el Mediterráneo, apoyados luego por los misiles crucero franceses y británicos. El esquema parece armado. Sólo falta que alguien apriete primero el gatillo.