El partido, el Gobierno y la Revolución amenazados
MARTÍN GUEDEZ | A pesar de lo que digan las encuestas. Si no superamos el burocratismo transaccional y oportunista en vano nos esforzaremos.
“Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estará acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?”
Albert Einstein
No creo que haya nadie en este mundo que ponga en tela de juicio la superioridad ética del socialismo como contraposición a la aberración ética del capitalismo. Aún los defensores del capitalismo como sistema bajan la cabeza ante esta aplastante verdad y se centran para atacar al socialismo en la imposibilidad histórica para construirlo de acuerdo a los resultados obtenidos. El argumento más socorrido es colocar la mirada sobre las experiencias socialistas devenidas en formas de opresión y poder acumulado por una burocracia arrogante como vimos en la URSS y los países “socialistas” de Europa Oriental.
¿Cómo lograr que en esa necesaria etapa de transición en la cual el Estado debe cumplir la insoslayable tarea de colocar todo su poder al servicio de la clase trabajadora éste no termine convertido en un nuevo poder al servicio de sí mismo? He aquí sin duda un delicado problema que debe resolverse con creatividad, solvencia teórica y decisión firme.
El objetivo de la Revolución es una sociedad plenamente libre, solidaria, igualitaria, justa y en pleno ejercicio de la soberanía popular. El fin, desde el punto de vista de la infraestructura económica, es una sociedad en la cual cada una de las fases del proceso económico -capital, producción, distribución y consumo- sea de plena propiedad y decisión social directa. La transición obliga a que en principio, y por quizás un largo tiempo, esta propiedad y esta capacidad de decisión sean indirectos, correspondiéndole al Estado una suerte de representatividad transitoria necesaria e imprescindible.
Ahora bien, el Estado no es un cuerpo etéreo ni una entelequia. El Estado está encarnado en personas y, por tanto, es susceptible de portar los vicios y las virtudes de estas personas. Administrar y decidir es poder y el poder es una tentación, a veces irresistible, a la acumulación de riquezas. Una Revolución Socialista, fatalmente desafiada por el tiempo que se agota y por los reflejos condicionados por la cultura capitalista no puede depender de las fortalezas o debilidades de unos individuos. El pueblo, como sujeto de este proceso revolucionario, no puede enajenar ni transferir una soberanía que le garantice el éxito de sus proyectos. No obstante, este mismo pueblo debe no sólo admitir sino respaldar el papel que al Estado le corresponde en la transición. El problema es entonces lograr que la transición no termine enajenándole su soberanía y su protagonismo al pueblo.
Ernst Bloch, pensador marxista del pasado siglo, autor de la “Utopía Esperanza”, se plantea probables soluciones para abordar este problema de la transición que a juicio de Albert Einstein son “problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?” En su ensayo, Bloch ofrece fórmulas para que en la transición, el poder soberano del pueblo “transija” pero no entregue, comparta pero no enajene, y sobre todo, no pierda nunca su poder de control sobre el Estado y su funcionariado. Lo llama él “Dones necesarios para un pueblo en marcha”.
En principio, encuentro un grave error que el Partido de la Revolución –salvo el caso del Comandante Presidente por sus muy particulares características de líder máximo, conductor e inspirador del proceso Revolucionario- sea al mismo tiempo gobierno y partido. Cuando un cuadro revolucionario ejerce un cargo de importancia dentro del aparato burocrático pierde su capacidad crítica y su fundamental papel de bisagra articuladora entre la misión servidora del Estado y el pueblo al que debe servir ¿Cómo evitar que el cuadro-burócrata no sea benévolo –por decir lo menos- en la valoración de su propia gestión y la de sus subalternos casi siempre acólitos incondicionales suyos?, ¿cómo impedir que ese indudable poder que mana del ejercicio del gobierno no sea mal utilizado en beneficio de sí mismo y de los suyos?, ¿cómo evitar que un gobernador o alcalde no utilice su poder para colocar sus incondicionales en la dirección del partido?, ¿dependerá el éxito de la gestión revolucionaria de la calidad ética del cuadro-burócrata?, ¿es suficiente esa garantía para hacer descansar en ella el éxito de la Revolución? ¡La experiencia nos dice rotundamente que no!
El Partido tiene que configurarse con las personas más generosas, entregadas, valientes, heroicas e ideológicamente mejor formadas del pueblo. Le corresponde el invalorable privilegio de ser los constructores de un mundo nuevo, y esa debe ser su recompensa. Deben estar libres de tentaciones de poder de ningún tipo. Deben ser personas con vocación irreductible de servicio a la causa, a la patria y al pueblo, sin más recompensa que aquella que mana de una conciencia satisfecha plenamente sólo con haber sido en esta vida, para su patria y su pueblo personas útiles y buenas. El pueblo, en su conjunto, debe ser el protagonista de su propia redención. Los dones necesarios del Profetismo, del Canto, de la Reparación y el de la Autoridad Regia, deben ser, como la Soberanía misma, intransferibles, absolutos e imprescriptibles.
Inventamos o erramos, nos decía Robinson con mirada clara y asertiva. Pero hay cosas en las cuales no hay mucho que inventar. La historia, ese profeta que mira hacia atrás, está allí para advertirnos que por estos caminos de concesiones a la ideología del egoísmo no se llega al llegadero. Lo cierto es que “no podemos optar entre vencer y morir” Primero porque no volveremos a tener un personaje animador de pasiones, entregado en cuerpo y alma a su pueblo, ni un líder de las características de Chávez en muchos años (quizás nunca más) y segundo porque no tenemos tiempo, porque no habrá otra oportunidad. El capitalismo se juega sus cartas finales y está dispuesto a terminar con la humanidad y el planeta antes que entregar sus privilegios.
¡NO PODEMOS OPTAR ENTRE VENCER O MORIR!
CON CHÁVEZ ¡VENCEREMOS!