La salvación de The Washington Post: medios impresos e independencia
IÑIGO SAÉNZ DE UGARTE | Jeff Bezos, no Amazon, ha comprado The Washington Post. Ni siquiera toda la empresa que lleva ese nombre, sino sólo el periódico. El fundador de Amazon ha sentido pena por el futuro imperfecto de una de las cabeceras periodísticas más importantes de EEUU y ha desembolsado 250 millones de dólares (en efectivo) en la compra.
Es una compra oportunista en el sentido de que parece ser producto de una serie de circunstancias. Sencillamente, el diario estaba en venta, aunque de forma muy discreta. El fundador de Amazon es un buen amigo de Katharine Weymouth, que continuará siendo la consejera delegada y editora del periódico.
Por una cantidad de dinero que debe de ser casi diminuta para alguien cuya fortuna se eleva a 25.000 millones, Bezos aumenta su influencia en los asuntos públicos de una forma exponencial. Ahora que también en el Congreso cada vez se oyen más protestas por la ingeniería fiscal que practican multinacionales como Amazon, Google o Apple, ser el dueño del periódico de la capital supone un plus nada desdeñable.
Si bien el Post es un periódico con un perfil ideológico marcado, progresista dentro del debate político norteamericano, su sección de opinión está mucho más a la derecha en algunos asuntos. Tanto el dueño como aquellos que estén interesados en conseguir su apoyo tienen un campo en el que jugar.
Para el periódico, su personal (excepto el corresponsal en Pekín) y sus lectores (bueno, ya veremos si es cierto en este último punto), se trata de una muy buena noticia, aunque sólo sea por un detalle. Amazon, obviamente por influencia de Bezos, es famosa por ajustarse a su estrategia de expansión sin importarle demasiado lo que piense su accionista. ¿Dividendos? Eso es para perdedores. ¿Beneficios? No hasta que hayamos crecido hasta el nivel que pretendemos. Eso suena perfecto para un negocio condenado a las pérdidas y que, en el caso del Post, ya no cotizará en Bolsa. Se ahorrarán el sofoco de ver caer el precio de la acción.
The Guardian es un gran periódico y pierde dinero a chorros (es decir, por valor de decenas de millones anuales de libras). The Times es otro gran periódico y sus pérdidas son aún mayores. Cada empresa es una historia diferente, pero en EEUU y Europa Occidental no hay otra alternativa. Los grandes periódicos no pueden ya sobrevivir económicamente por sí solos a menos que formen parte de un gran imperio empresarial que pueda sostenerlos durante un periodo de tiempo indefinido. Las empresas familiares que los sostuvieron a lo largo del siglo XX, excepto los Sulzberger en el NYT, tiraron la toalla hace tiempo.
No hay estrategia digital o revolución en Internet que pueda dar la vuelta a esa situación.
Quizá el único modelo de negocio para la prensa que quede en pie sea vivir del bolsillo inagotable de un multimillonario en EEUU. ¿Parece poco edificante? Así empezaron todos esos grandes periódicos y ahora ha llegado el momento de volver a la casilla de salida.
Eso sí, los que no encuentren a un mecenas lo van a tener realmente difícil.
Anexo: Editorial de La Jornada de México
Post: medios impresos, información e independencia
La venta en Estados Unidos del rotativo The Washington Postal magnate y fundador de la empresa Amazon, Jeff Bezos, ha generado múltiples reacciones entre medios de comunicación de aquella nación y en sus equivalentes de países europeos, ante lo que se considera pudiera ser un parteaguas en la historia de la prensa escrita a escala internacional.
Ayer, por lo pronto, los mercados financieros reflejaron esa sensación de viraje con un crecimiento en el valor las acciones de la compañía editora del rotativo, las cuales rozaron su máximo nivel en cinco años.
Más allá del impacto coyuntural en lo económico y lo financiero, es pertinente reflexionar sobre los efectos que la operación referida pudiera tener para el modelo vigente de la prensa escrita, para el destino de los diarios en tanto instituciones de interés público y para el ejercicio periodístico en general.
En primer lugar, la venta de The Washington Post ocurre con un telón de fondo de una crisis profunda en la prensa escrita mundial, la cual, en forma paradójica, se ha expresado en forma particularmente aguda en los grandes rotativos de Occidente, tanto estadunidenses como europeos.
En muchos de esos casos, las debacles económicas de los diarios tienen como denominador común una pérdida de identidad respecto de su función social e informativa originaria y el empeño por convertirlos en grandes consorcios mediáticos, en objetos de especulación financiera y en entidades que anteponen los criterios económicos por sobre los estrictamente informativos.
A ello se suman las desventajas que enfrentan los medios escritos ante la competencia de los electrónicos y de Internet, así como el desplome en las ventas de publicidad a raíz de la crisis financiera de 2008-2009.
En tal escenario, resulta lógico que el arribo de un empresario del ramo tecnológico a la prensa escrita alimente las expectativas de una reconfiguración de gran calado en los medios impresos, que derive en un acoplamiento diferente de éstos con los recursos electrónicos disponibles y en un modelo de negocios mucho más rentable, atractivo y sostenible.
Más incierto, sin embargo, es el viraje que este proceso pudiera significar para la libertad del ejercicio periodístico, para la independencia de los medios impresos y, en consecuencia, para la vigencia de garantías de las sociedades a la información. La propia venta del Postconsolida y profundiza el proceso de pérdida de control de los rotativos por parte de los periodistas y el traslado de su gestión a manos de los empresarios, lo que invariablemente conlleva el condicionamiento de las posturas editoriales a los intereses de estos últimos, quienes en no pocos casos suelen erigirse en los principales censores de la libertad de expresión.
A lo anterior se suma el inveterado conflicto entre la independencia en la labor informativa y las presiones ejercidas desde el poder político, un juego de fuerzas que, en el caso del referido diario estadunidense, ha arrojado saldos ambiguos: episodios como la difusión del escándalo de Watergate y la reciente publicación de las filtraciones realizadas por Edward Snowden sobre la masiva red de espionaje telefónico e informático de Estados Unidos contrastan con el apoyo brindado por ese diario –y por la mayoría de los medios de ese país— a la campaña propagandística de desinformación sobre la invasión a Irak, durante el gobierno de George W. Bush.
La moraleja del escenario descrito es inevitable: en tiempos de incertidumbre derivada de las dificultades económicas, los avances tecnológicos y las transformaciones de las sociedades en general, la solidez de los diarios y los medios impresos radica, fundamentalmente, en su capacidad de preservación de independencia periodística y en su compromiso con una línea editorial clara, honesta y definida