Ecuador: patriotismo, soberanía y “revolución ciudadana”(hablando de izquierdas)
JOSÉ STEINSLEGER| El histórico y arrollador triunfo de Rafael Correa en los comicios presidenciales del domingo último representó un duro revés para todas las corrientes políticas que aún razonan con las matrices ideológicas del siglo diecinueve. Explícito, el mensaje fue contundente: patriotismo, conciencia nacional, sensibilidad popular.En el siglo pasado, las izquierdas siempre tuvieron claridad respecto de las fuerzas que las hostigaban y, finalmente, a un costo estremecedor en vidas humanas, revertían sus ideales revolucionarios. Cuba fue la excepción. No obstante, la comprensión cabal de las incontables derrotas de las izquierdas se perdía en densas interpretaciones académicas, o en recios atrincheramientos ideológicos.
Momentos “nuestroamericanos”: revoluciones de México (1910), Bolivia (1952), Cuba (1959), Nicaragua (1979). Nacionalismos militares de Perú y Panamá (1968), Bolivia (1971), Ecuador (1972), Granada (1979), Surinam (1980). Procesos nacionalpopulares de Argentina (1946/55), Guatemala (1951/54), República Dominicana (1963), Chile (1970/73), Haití (1991).
Cuando en 1979 este país recuperó la democracia, adolescentes como Rafael Correa creían que a partir de allí todo consistía en “mirar hacia adelante”. Veinte años y varios gobiernos “democráticos” después, se encontraron con un país en quiebra. La despiadada máquina neoliberal había cancelado, hasta más ver, cualquier asomo de justicia social y democracia efectiva.
Sin duda, un espejismo. Porque, simultáneamente, los pueblos originarios y ciudadanos de a pie pateaban el tablero, preguntándose qué es la democracia. Librando tenaces batallas sociales (1997-2005), los pueblos ecuatorianos fueron capaces de tumbar a tres presidentes elegidos por la democracia liberal y excluyente. Y así, la dura “escuela de la calle” resultó más sabia y aleccionadora que la esotérica “escuela de Francfort”.
El escritor argentino Arturo Jauretche apuntó en 1946: “En el espacio de tiempo que media entre una fe que muere y una fe que nace, la frivolidad impone su imperio. Los viejos altares se van apagando y los nuevos tienen sólo una llama incipiente, que no alumbra aún el camino (…) Así pasa con las revoluciones: es en el momento del máximo descreimiento que se dan las condiciones para el nacimiento de una nueva fe”.
Por su lado, el publicitado filósofo esloveno Slajov Zizek (genial cuando está cuerdo) dice que “…la repetición, según Hegel, tiene un papel crucial en la Historia: cuando algo sucede sólo una vez, puede ser descartado como un accidente, algo que podría haberse evitado si la situación se hubiera manejado de manera diferente; pero cuando el mismo evento se repite, se trata de una señal de que un proceso histórico más profundo se está desarrollando”.
En tales circunstancias, Correa y un grupo de jóvenes de probado patriotismo y honestidad política, constituyeron el movimiento Alianza PAIS, revelándose como intérpretes y continuadores de la identidad nacional forjada por los próceres nacionales de Ecuador: Eugenio Espejo, José Antonio de Sucre, Manuela Sáenz, Juan Montalvo, Eloy Alfaro, el “obispo de los indios” Leónidas Proaño.
Luego del primer triunfo de Correa (2006), en afortunada y acaso no casual sincronía con el bicentenario de la independencia hispanoamericana, el país empezó a cambiar. Empero, sus formas y reformas (inéditas, a más de vertiginosas) descolocaron a tirios y troyanos. Entonces, la runfla derechista profundizó su racismo y odio de clase.
Las izquierdas ideológicamente perfectas y políticamente imperfectas optaron por refugiarse en la “red de redes” de la revolución virtual, denunciando el proyecto de Correa como opuesto al “verdadero socialismo”. Por lo tanto, sólo cabía lamentar el haber nacido en un país “tan inculto” y “manipulado”.
Veamos, por ejemplo, el “Manifiesto” de apoyo al prestigiado economista Alberto Acosta (candidato de la Coordinadora Plurinacional de las Izquierdas), suscrito por 160 de los mejores escritores, artistas, académicos y trabajadores de la “cultura en general” (sic).
En el documento, leemos que los firmantes plantean su profunda “preocupación” (sic), frente a “…la problemática política, socio-económica y cultural por la que atraviesa en estos momentos la sociedad ecuatoriana, situación que oscila entre el campante neopopulismo autoritario en el poder…”
Un lector acucioso, aunque ajeno a la realidad política de este país, preguntaría: ¿en qué se diferencia ese lenguaje del empleado por el Departamento de Estado, los genios de la CIA y el Pentágono, y el poder mediático de las corporaciones económicas imperialistas? Más adelante, los firmantes proponen “…la adopción, en el plano internacional, de una política decididamente antimperialista (sic), que defienda la dignidad e independencia de los pueblos…”
Mejor no seguir, pues hasta Zizek se llamaría a la cordura. Porque lo apuntado alude a un gobierno que expulsó al Pentágono de la base de Manta, renunció al Acuerdo de Libre Comercio craneado por el Consenso de Washington, declaró persona no grata a una embajadora de Estados Unidos, pasó la escoba con los agentes de la CIA en la Policía Nacional, prohibió a los oficiales de las tres armas concurrir a la tristemente célebre Escuela de las Américas, y en su embajada de Londres asiló al director de Wikileaks Julian Assange, “bestia negra” de Washington y la Unión Europea.
Así como los firmantes del “Manifiesto”, Acosta es un intelectual brillante. Fue uno de los fundadores del partido indigenista Pachakutik, redactor del plan de gobierno de Alianza-PAIS, ministro de Energía y Minas de Correa, presidente de la Asamblea Nacional Constituyente y, a partir de estas elecciones… caso de estudio para analizar los desvaríos de las izquierdas sin brújula política.
En diciembre pasado, Acosta declaró al diario Extra de Guayaquil: “Me molesta que (Correa) haya traicionado la voluntad del pueblo”. El periodista indaga: ¿Usted cree que tenga oportunidad de ganar? Respuesta: “Si logramos sintonizarnos con lo que la gente quiere… creo que tenemos muchas posibilidades de ganar”.
Rafael Correa se alzó con casi 60 por ciento de los votos, las derechas pro yanquis consiguieron cerca de 25 por ciento, y Acosta menos de 3 por ciento, ubicándose por debajo de aventureros del imperio como el novato Mauricio Rodas. Y Norman Wray, candidato de la “izquierda moderna”, rozó 1.5 por ciento de los sufragios.
En este periódico, la Rayuela del lunes 18 fue atinada: “En 2006, miles de ecuatorianos emigraban a España. Hoy regresan a su país, mientras miles de españoles miran hacia América Latina”. En cambio, el editorial del mismo día concluyó que “algunos liderazgos indígenas…plantean un desafío importante para el proyecto de transformación social en curso de Ecuador”.
Lo cierto es que la gran victoria democrática del presidente Correa fue debida a que, justamente, todos los desafíos sociales venían conjugándose en plural, y ajustados a la letra inclusiva de la nueva y hermosa Carta Magna, aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente en 2008.
Alexis Ponce, veterano activista de los derechos humanos, observó: “Las izquierdas ortodoxas y movimientos sociales sectarios, las ONG sin convocatoria y el indigenismo etnocentrista son los más tristes perdedores…”
La nutrida comitiva de observadores internacionales fue invitada a celebrar el triunfo en el Palacio de Carondelet. A los postres, Correa le propuso a Piero dar “un paso al frente”. El autor de Mi viejo le respondió: “¡Qué manera de ganar, señor presidente!”. El presidente tomó un micrófono, Amado Boudou (vicepresidente de Argentina y roquero de ley) echó mano a una guitarra, y a grito pelado todo mundo se puso a cantar:
¡Para el pueblo
lo que es del pueblo!
Porque el pueblo se lo ganó
Para el pueblo
lo que es del pueblo.
Para el pueblo ¡liberación!