Todas las medidas anunciadas por Trump en campaña perjudican a la Argentina
Hazañas navales en palanganas
Ricardo Aronskind
Francis Fukuyama, un famoso analista político conservador norteamericano, publicó en enero de 2018 un artículo titulado Rotten to the Core? How America’s Political Decay Accelerated During the Trump Era (“¿Podrido hasta la médula? Cómo la decadencia política norteamericana se aceleró durante la era Trump”), buscando las raíces del inédito intento de toma del Capitolio ocurrido unos días antes, alentado por el propio Trump:
“Mientras tanto, las condiciones subyacentes que provocaron esta crisis permanecen sin cambios. El gobierno de Estados Unidos todavía está capturado por poderosos grupos de élite que distorsionan la política en su propio beneficio y socavan la legitimidad del régimen en su conjunto. Y el sistema sigue siendo demasiado rígido para reformarse. Estas condiciones, sin embargo, se han transformado de maneras inesperadas. Dos fenómenos emergentes han empeorado enormemente la situación: las nuevas tecnologías de las comunicaciones han contribuido a la desaparición de una base fáctica común para la deliberación democrática, y lo que alguna vez fueron diferencias políticas entre las facciones “azules” (republicanos) y “rojas” (demócratas) se han endurecido hasta convertirse en divisiones sobre la identidad cultural”.
Y agregaba Fukuyama: “En teoría, la captura del gobierno estadounidense por parte de las élites podría ser una fuente de unidad, ya que enfurece a ambos lados de la división política. Desafortunadamente, los objetivos de esta animadversión son diferentes en cada caso. Para la gente de izquierda, las élites en cuestión son corporaciones y grupos de interés capitalistas (compañías de combustibles fósiles, bancos de Wall Street, multimillonarios de fondos de cobertura y mega-donantes republicanos) cuyos lobbistas y dinero han trabajado para proteger sus intereses contra cualquier tipo de control democrático”.
“Para los de derecha, las élites malignas son los agentes del poder cultural en Hollywood, los principales medios de comunicación, las universidades y las grandes corporaciones que defienden una ideología secular ‘despertada’ que está en desacuerdo con lo que los estadounidenses conservadores consideran valores tradicionales o cristianos. Incluso en áreas donde uno podría pensar que estos dos puntos de vista se superpondrían, como las crecientes preocupaciones sobre el poder de las gigantescas empresas tecnológicas, las preocupaciones de ambas partes son incompatibles. La América demócrata acusa a Twitter y Facebook de promover teorías de conspiración y propaganda trumpista, mientras que la América republicana considera que estas mismas empresas tienen un prejuicio irremediable contra los conservadores”.
Son notables algunos paralelismos de ese momento norteamericano con el emergente discurso mileísta. Y también con algo mucho más importante: la captura de las instituciones políticas y de los principales partidos por parte de las elites corporativas.
El destacado politólogo y filósofo norteamericano Sheldon Wolin, autor de reconocidos textos mainstream sobre teoría política, publicó en 2008 su libro Democracy Inc., algo así como Democracia S.A.. Como hombre de formación profundamente liberal, en el sentido estadounidense del término, se sintió obligado a reflexionar sobre lo que estaba observando en los Estados Unidos de George Bush Jr.
A partir de un amplio análisis sobre los aspectos centrales de la vida política norteamericana, llegó a la conclusión de que su país se encontraba en camino a lo que denominaba “totalitarismo invertido”, es decir una versión totalmente novedosa del totalitarismo, en la cual todas las instituciones democráticas habían sido absolutamente distorsionadas –pero no eliminadas– hasta lograr una forma de gobierno totalmente funcional a los intereses y preferencias de las corporaciones, pero en el que aparentemente se seguían cumpliendo las reglas formales de la democracia.
Observando ciertas reacciones llamativamente unánimes de la sociedad norteamericana, el autor mira hacia la prensa y sostiene:
“El mercado extremadamente estructurado de las ideas manejado por los conglomerados de medios… está dominado por los vendedores; los compradores se adaptan a lo que esos mismos medios han definido como la ‘tendencia general’. La libre circulación de la ideas ha sido reemplazada por una circularidad dirigida”.
Cuando repasa la función histórica de las persecuciones anticomunistas, Wolin realiza una acotación pertinente para la Argentina de las últimas dos décadas:
“La versión interna del anticomunismo apuntaba a blancos aún mayores, supuestamente conectados: la democracia social, el poder de los sindicatos, las ideas anticapitalistas que se asociaban con el New Deal y el liberalismo político que se identificaba con el entorno académico y los medios. Se usaba la categoría de comunista para ‘ensuciar’… a esos blancos bien se los tildaba de simpatizantes del comunismo, desleales o, por lo menos, ‘blandos’ con el comunismo”.
Reemplácese comunismo por kirchnerismo y calza extraordinariamente ajustado con los procesos ideológicos y culturales que venimos padeciendo –al menos– desde 2008 en nuestro país.
“Nuestro gobierno –señala Wolin– no necesita llevar a cabo una política de eliminación de la disidencia política, la uniformidad que los conglomerados ‘privados’ de los medios de comunicación le imponen a la opinión se ocupa de esa tarea con eficacia. Esta aparente ‘moderación’ señala una diferencia crucial entre el totalitarismo clásico y el invertido (el norteamericano): en el primero, la economía estaba subordinada a la política. Bajo el totalitarismo invertido sucede lo contrario: la economía domina la política y con esa dominación se presentan diferentes formas de crueldad”.
El autor señala los mecanismos de vaciamiento democrático: “La existencia de grupos de interés organizados políticamente, con vastos recursos, que operan en forma permanente, sincronizados con las agendas y los procedimientos parlamentarios, y que ocupan puntos estratégicos en los procesos políticos, revela la profundidad del cambio sufrido por la concepción de gobierno ‘representativo’. La ciudadanía se está viendo desplazada, se ha cortado la conexión directa con las instituciones legislativas que deberían ‘representar’ al pueblo. Si el objetivo principal de las elecciones es ofrecerles legisladores maleables a los lobistas para que les den la forma deseada, un sistema tal merece llamarse gobierno ‘irrepresentativo o clientelista’. Es al mismo tiempo un factor que contribuye poderosamente a la despolitización de la ciudadanía así como la razón que permite caracterizar al sistema como antidemocrático”.
No debería tomarnos por sorpresa: “Lo que no tiene precedentes en la unión del poder corporativo y el estatal es su sistematización y la cultura compartida de sus socios”. “La unión del poder corporativo y el poder del Estado significa que, en lugar de la ilusión de un sistema más reducido de gobierno, tenemos la realidad de un sistema más amplio, más invasivo que nunca, alejado de influencias democráticas y por lo tanto más capacitado para dirigir la democracia”.
Y llegamos al Estados Unidos de hoy. Según Wolin: “La apatía de los votantes es en gran medida consecuencia de las bajas expectativas de que el gobierno responda a sus necesidades. ¿Para qué tomarse el trabajo? Las desigualdades no se limitan a diferencias de riqueza, estatus, expectativas y condiciones de vida; tales desigualdades se traducen en desigualdades de poder. En el fondo, las discusiones sobre tributación son discusiones sobre la distribución del poder”.
Y explica con absoluta crudeza: “Un cierto porcentaje de no votantes viene muy bien si desalienta a los más desesperados, a quienes están más cerca de ser dominados por la demagogia ‘populista’”.
Un liberal norteamericano valora la dimensión democrática de las luchas políticas: “La escasez de verdaderas democracias sugiere históricamente que las instituciones políticas democráticas sólo se establecen después de una serie de luchas contra la tendencia ‘natural’ a que el poder político sea monopolizado por los pocos, por los que poseen la habilidad, los recursos y el tiempo concentrado que les permiten imponer su voluntad sobre un sociedad cuyos miembros, en su gran mayoría, están sobrecargados y dispersos por las exigencias de la supervivencia cotidiana”.
Wolin, ya fallecido, produjo una semblanza aguda de la sociedad norteamericana, más allá del gobierno de turno. No son los partidos –completamente penetrados por intereses particulares– los verdaderos factores de poder, sino las corporaciones y un intrincado sistema de formación de opinión pública a favor de las mismas, o de la resignación ciudadana.
Pero no son sólo Fukuyama o Wolin. Cientos de autores norteamericanos han descripto de todas las formas posibles las características plutocráticas de la “democracia” estadounidense, que no ofrece salidas genuinas al creciente sentimiento de desprotección y fragilidad que ofrece la vida sometida a los vaivenes de Wall Street. El triunfo de Trump debe ser comprendido en esa dinámica de largo plazo, en donde los equilibrios sociales que caracterizaron el New Deal, o el keynesianismo posterior a la Segunda Guerra, se fueron evaporando, dejando el poder político y cultural en manos del poder corporativo.
La postura neoliberal en lo económico, favorable a una globalización cuyos máximos ganadores fueron las corporaciones multinacionales y el capital financiero, pero abierta y tolerante en lo cultural (Clinton, Obama, Biden) se muestra cada vez más impotente para moderar el curso ultra concentrador de la riqueza del capitalismo globalizado realmente existente. Ese espacio político-cultural tiende a pensar a Trump como una suerte de catástrofe inevitable, donde la ignorancia, la estupidez y el desagradecimiento del electorado es la culpable de la derrota de Kamala Harris. No conecta los efectos antidemocráticos de su propia praxis –sometida a la lógica excluyente del capitalismo actual– con las opciones que hacen los votantes.
Desde otro lugar, crítico de la combinación neoliberal-progresista, se sostiene que los socialdemócratas/reformistas contemporáneos, por convicción o inoperancia, no son capaces de cambiar nada importante, de forma tal que la sociedad lo advierta y lo reconozca positivamente. Al no diferenciarse, en las líneas más gruesas, del anti-igualitarismo que emana del sistema, la gente –que no sólo está siendo desposeída materialmente, sino también culturalmente– vota a los malos. En esta versión la culpa de la victoria de Trump es exclusiva de los demócratas. Es decir, que el drama se podría resolver fácilmente: sólo hace falta gente que venga y cambie las estructuras opresivas y la gente lo va a reconocer y aplaudir.
No es que el Partido Demócrata no tenga graves responsabilidades en la llegada de un personaje peligroso como Trump al poder. Pero es recomendable tomar nota de las complejas tendencias culturales contemporáneas, desde formas religiosas completamente alienantes, medios de comunicación idiotizantes, fantasías de consumo infinito como sinónimo de felicidad, hasta el poderoso efecto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en la construcción de subjetividades individualistas, desconectadas de cualquier idea de comunidad y abiertamente antisociales. Cualquier proyecto político que quiera ser francamente alternativo tiene que tomar nota de estos problemas, que no tienen soluciones fáciles.
Magias financieras
En lo local, la evolución positiva de algunas variables financieras en las últimas semanas, y la relativa tranquilidad de otras, han permitido que se genere un microclima de euforia desmesurada, previsible dada la índole de la psicología presidencial y del gobierno que encabeza, pero lejana de una lectura más ajustada de la realidad.
Efectivamente, el ministro de Economía se las ha ingeniado para que aparezcan dólares internos, que sumados a algunos modestos préstamos externos pueden establecer un puente hasta la cosecha gruesa del año que viene, como puente –a su vez– para llegar en “buena forma” económica a las elecciones de 2025. Y cubrir los vencimientos de deuda.
Como siempre, recomendamos salir de la burbuja publicitaria permanente de la derecha argentina, y examinar con rigurosidad los problemas políticos y económicos.
Por ejemplo, ¿por qué el gobierno no levanta el “cepo”, si ese mecanismo es la expresión de la “falta de libertad económica” y la “traba que impide que despegue la Argentina”? No abren el cepo porque son conscientes de que podría generar una dinámica económica de profundo desequilibrio cambiario e impacto sobre remarcaciones, inflación y malhumor social. Saben que, a este nivel del dólar oficial, habría una estampida de demanda de divisas, imposible de satisfacer, que forzaría una devaluación, que relanzaría la espiral inflacionaria. Se terminaría la única “hazaña” de Milei.
Al mismo tiempo, se sabe que el superávit anunciado por Milei es insostenible, por varias razones: a) El Tesoro no está pagando actualmente ciertas deudas (se llama default) con sectores privados específicos (energético, construcción); b) el gobierno no está computando –a fines de presentar un milagro que no es– los intereses devengados por la abultada deuda pública que está emitiendo el Tesoro de la Nación; y c) el gobierno pretende proyectar –e incluso profundizar– el recorte del gasto público nacional sobre partidas de extrema sensibilidad pública (jubilaciones, educación, salud).
Hablando de finanzas en “equilibrio”, no se está considerando la enorme cantidad de ciudadanos que, o están utilizando sus ahorros –que no son ilimitados– para sostener sus gastos, o peor aún, están contrayendo deudas –que tampoco pueden ser ilimitadas– para solventar sus gastos corrientes básicos. Ambas situaciones son insostenibles en el mediano plazo y de no ser atendidas preanuncian una profundización de las quiebras, el desempleo y la miseria.
Pero el modesto milagro presente debe ser explicado: la oferta actual de dólares está dada por: 1) el blanqueo (aparecieron 19.000 millones de dólares, que (ojo) no son del Estado sino de particulares); 2) las ventas del sector agropecuario (2.000 millones el último mes) para cubrir necesidades productivas; 3) las ventas del sector agroexportador y otros sectores con stock de dólares, también afectadas por la espera infructuosa de una devaluación que les multiplique los panes, para participar en el jugoso carry trade; y 4) las micro ventas de divisas por parte de cientos de miles de miembros de sectores medios y de los pequeños empresarios para mantenerse a flote.
Frente a esta oferta poco convencional de dólares, la demanda ha menguado por las siguientes razones: 1) no hay rumores de devaluación inmediata y por lo tanto se moderan las compras especulativas; 2) hay negocios financieros muy interesantes en pesos (carry trade); 3) hay escasa capacidad de ahorro de pesos en sectores medios como para invertir en dólares; y 4) la profunda contracción económica y la redistribución regresiva del ingreso en marcha “pinchan” la demanda de dólares, destinada a importaciones para la producción orientada al mercado interno, y limitan las importaciones de consumo orientadas a ese mismo destino.
El único incremento previsible de la demanda de dólares será estacional: proviene de los argentinos que planearán, ¡dado el dólar barato! sus vacaciones en el exterior.
Como se comprenderá, se trata de un conjunto de alambiques financieros que no se rozan con la actividad productiva genuina.
Además, la oferta de dólares internos que aparecen hoy por carry trade no son otra cosa que la demanda futura de dólares (plus tasa de interés en pesos) que habrá más adelante, no se sabe en qué momento. El carry sólo tiene sentido si se recompran más dólares de los que se pusieron.
En tanto no se trabaje en una robusta balanza comercial, y en una reestructuración viable de la deuda externa, todas son hazañas navales en una palangana de agua.
Hablemos en serio
Es interesante analizar la imaginería que existe en torno a la relación económica Milei-Trump. Los que quieren el triunfo del proyecto neo-colonial en marcha han hecho un enorme énfasis en los vínculos políticos-culturales, en la supuesta afinidad Trump-Milei, que traería enormes beneficios.
Vale la pena poner la lupa sobre cuál sería la política económica trumpista para analizar los eventuales efectos sobre la viabilidad económica mileísta.
Repasemos brevemente lo que Trump viene anunciando desde hace un año:
- Baja de los impuestos a las corporaciones y a otros sectores medios, lo que significa incrementar el déficit fiscal norteamericano, lo que incrementará su endeudamiento. Consecuencia: la Reserva Federal (FED) va a subir la tasa de interés.
- Suba de aranceles a las importaciones de China y de otros países que no acepten órdenes norteamericanas. Consecuencia: suba de la inflación estadounidense, lo que reforzará la decisión de la FED de subir la tasa de interés.
- La suba de la tasa de interés norteamericana provocará ingreso de fondos de todo el mundo a los Estados Unidos. O sea, fuga de capitales de otras regiones del mundo, incluida la Argentina. Consecuencia: fortalecimiento del dólar y baja del precio internacional de los commodities. Consecuencia de la caída del precio internacional de las commodities: caída de los ingresos por exportaciones de los países periféricos, incluida la Argentina.
- La suba de la tasa de interés norteamericana provocará, dado el peso financiero de Estados Unidos en el mundo, la suba de la tasa de interés internacional. Consecuencia: aumento de costo financiero para los países endeudados, y suba del riesgo de impago de los países periféricos. Los altamente endeudados (ingeniero Macri mediante) entrarán más claramente en la zona de peligro de impago.
- Reindustrialización de los Estados Unidos: Trump impulsará este punto mediante diversas medidas proteccionistas. Consecuencia: no parece ser el momento oportuno para empezar a exportar productos industriales, ni agrarios, a los Estados Unidos.
- Bilateralismo en las relaciones exteriores: no habrá ningún tipo de Foro latinoamericano negociando con Estados Unidos. Cada país tratará de lograr algo por su cuenta.
- Elevada conflictividad comercial y tecnológica, en especial con China pero también con otras regiones. Consecuencia: afectación de las cadenas globales de valor, disrupciones productivas, ruidos en la relación comercial con China y con Asia en general.
Nada de esta apretada enumeración es producto de una afiebrada actitud opositora comunista, sino estricto repaso de lo que va a hacer el supuesto amigo de Milei una vez que asuma, el 20 de enero.
Son medidas que –salta a la vista– perjudican en todos los terrenos a la Argentina, y sobre todo incrementan el riesgo financiero y de impago de la deuda externa, porque desmejoran las perspectivas comerciales y encarecen el crédito internacional, que ya hoy brilla por su ausencia.
Para un modelo que festeja triunfos simplemente porque no se ahoga en una palangana financiera de entre casa, no son buenas noticias.
Se crean las condiciones objetivas para que la sociedad argentina le dé el impulso de salida al modelo rentístico, financiero y timbero que nos está arruinando la vida.
*Licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires y Magíster en Relaciones Internacionales por FLACSO. Analista económico. Publicado en El Cohete a la Luna.