Portugal: medio siglo de democracia
Mario A. Dujisin
Hace 50 años, Portugal lograba la libertad y la democracia, pero no la igualdad que defendían los militares alzados contra la más antigua dictadura europea. Medio siglo más tarde, la igualdad aún no ha llegado.
Bastó sólo una mañana para que los capitanes conspiradores del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) lograsen que el régimen de “O Estado Novo” corporativista, instaurado por Antonio de Oliveira Salazar tras el golpe militar de 1926, se desmoronase como un castillo de naipes.
En esa época, en las calles, la revolución se traducía en una constante ebullición. El nombre Revolución de los Claveles nació la propia mañana del 25 de abril de 1974, cuando un niño colocó un clavel rojo en el cañón del fusil de un soldado insurgente, un símbolo de la Revolución.
La última palabra cabía al Consejo de la Revolución, formado por los militares más destacados de las tres ramas de las FFAA, donde todavía lograban coexistir en aceptable sintonía las tres principales tendencias de los uniformados: los que defendían una alianza privilegiada con los comunistas, los afines a los socialistas, otros sectores llamados “moderados” y los simpatizantes de la extrema izquierda, designados por “verdaderos M-L” (marxistas-leninistas).
En esos días, la fiesta era total. No había ningún muro sin consignas. Todo tipo de organizaciones de base discutían acaloradamente en las principales plazas de todas las ciudades y pueblos.
El 1º de mayo, pocos días después del golpe contra “O Estado Novo” Corporativista, tropas de la Marina desfilaron con banderas rojas en la principal avenida del centro de Lisboa.
Libros y revistas prohibidas durante los 48 años de la dictadura más larga de Europa repletaron los quioscos. Los espacios en los escaparates de las librerías y los programas en las salas de cine eran disputados entre el marxismo y la pornografía. Portugal se movía entre Marx y una mujer desnuda.
Es difícil recordar hoy la Revolución de los Claveles sin una profunda ”saudade”, un vocablo portugués imposible traducir a otras lenguas, porque según el poeta Fernando Pessoa, “saudade no es una palabra, sino un estado de alma”, que en castellano solo puede interpretarse recurriendo a una explicación, que abarca la melancolía, la nostalgia y la añoranza, con esa sensación del lugar común de que todo tiempo pasado fue mejor.
Después de todos estos años, los “capitanes de abril” convertidos ahora generales, almirantes y coroneles, la mayoría de ellos en la reserva, entienden que en lo esencial, su programa fue cumplido, a pesar de las disparidades económicas, Portugal es hoy una democracia parlamentaria insertada en la Unión Europea (UE), lo cual le significó un desarrollo inmenso respecto a cinco décadas atrás, cuando se registraba un alfabetismo de 26 por ciento, la más grande mortalidad infantil de Europa (38 por ciento), la esperanza de vida era la más baja del continente (67 Años), los derechos de la mujer antes de 1974 era en base a una ley del siglo XIX.
Portugal era un modelo típico de transición por ruptura, o sea revolución, muy diferente al de España, donde hubo una transición por evolución, ya que se realizó con los propios dirigentes que venían de la dictadura (1939-1975) del generalísimo Francisco Franco.
Todos los historiadores coinciden en que el 25 de abril de 1974 perdurará como una revolución, porque no hay que olvidar lo esencial: la derrota de la política de la guerra colonial, por los soldados y los capitanes, dispuestos a todo para satisfacer las exigencias de la inmensa mayoría de los portugueses de acabar con ella y dar las manos a los movimientos de liberación de las entonces colonias africanas. Lisboa dejaba de ser una odiada metrópoli colonial.
El entonces mayor Ernesto de Melo Antunes, que por sus conocidas dotes intelectuales, fue encargado por los «capitanes de abril» para la confección del programa del MFA, fundamentalmente basado en las llamadas “tres D”: Democratizar, Desarrollar, Descolonizar.
En esa época, Portugal era un país poco o nada conocido en el mundo. Explicar el proceso, que incluía una complicada descolonización en África, no era una tarea fácil. Mientras, a la población de Portugal, habituada a su sino de país periférico, le costaba convertirse de pronto en centro de atención mundial.
En 1974, todos conocían la guerra de Vietnam, pero sólo los más ilustrados sabían que en las llamadas Provincias do Ultramar lusitano, existían teatros de guerra cruentos en Angola, Guinea Portuguesa (hoy Guinea-Bissau) y Mozambique.
En agosto de 1999, en Sintra, distrito de Lisboa, se rindió un homenaje a Melo Antunes, que falleció entonces. En la ocasión, el escritor Antonio Lobo Antunes, que sirvió junto a él en la guerra en el norte de Angola, escribió un emotivo texto:
“Cuando Melo Antunes murió, viví en el funeral una de las situaciones más conmovedoras y emocionantes de mi vida. Estaban allí los muchachos que hicieron la revolución, aquellos bravos capitanes, compañeros de Ernesto, muchachos que ya tenían 60 años, que lloraban como niños. Hombres duros, que habían probado su enorme coraje, pero que lloraban desconsolados, porque no solo perdían a un amigo y un gran hombre. Perdían sobre todo un camarada. Era muy emocionante verlos tan desolados. Se lloraba la muerte de Ernesto, pero también se lloraba por muchas otras cosas, esas que no habían sido posible que sucedieran”.
* Periodista chileno residente en Lisboa. Estudió Historia en la Universidad de Belgrado. Fue corresponsal de Diorama Press y Jefe de Redacción de de Inter Press Service. Entre 1975 y 1979, corresponsal en Portugal de IPS, de Il Messaggero de Roma y del Correo Catalán de Barcelona, y colaborador de Cuadernos para el Diálogo de Madrid. Entre 1995 y 2015, corresponsal en Lisboa de la agencia italiana ANSA y desde 1997 a 2005 director editorial de la publicación mensual Terra Viva del Consejo de Europa. Hoy, es editor de Other N ews