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Elaine Tavares|

El mundo de las redes sociales imprimió un concepto que ha sido bastante utilizado, principalmente por los académicos, pero que también encuentra espacio entre los descolados que gustan de parecer inteligentes. Es el tal del concepto de la post-verdad. En realidad, un engaño, tanto como lo que parece significar. La post-verdad sería el uso de informaciones, en el más de las veces falsas, que buscan tocar a la persona en lo emocional o en sus creencias personales.

Es decir, a partir de la recolección de los datos sobre los más de dos mil millones de personas en el mundo que usan las redes sociales, como por ejemplo el facebook, es posible saber lo que la persona piensa, lo que le gusta, lo que odia, sus miedos y, desde entonces, enviar informaciones que sean adecuadas a sus sentimientos y sensaciones. Estos datos son mercancías a la venta y ya existen empresas especializadas en usarlas para los más variados fines. La distribución es hecha por los “bots sociales”, los softwares automatizados (robots), que, haciéndose pasar por personas reales, difunden de manera viral los mensajes especialmente hechos para el cliente.

Es decir, para usar las palabras correctas eso significa manipulación, engaño, mentira. Y ha sido así que políticos y empresas buscan consolidarse en el corazón y en la mente de las personas. Es la manera moderna de diseminar el falso, el fraude. Esto siempre fue hecho, ya sea por boca a boca, por el periódico, por la radio, por la televisión. La diferencia para la época actual es la magnitud de la tramoya. La cosa puede alcanzar millones de personas en pocas horas, y considerando que el sistema ha sido organizado a partir de grupos cerrados basados en la confianza, una mentira esparcida por esos robots acaba asumiendo contornos de verdad en segundos.

Muchos son los casos de acusaciones falsas de crímenes como pedofilia, secuestro, etc … llevar al linchamiento de personas, al asesinato, al odio insano. Esto también siempre existió, pero ahora es la velocidad del proceso que asusta. Además, el uso de programas que reproducen la voz de la persona y hasta la imagen son cada vez más comunes. La cara de una persona puede ser plantada en un cuerpo que está violando a alguien, por ejemplo. Todo es posible. Y una calumnia tiene el poder de alcanzar a la persona en cuestión de segundos. De la misma forma esa tajada de mentiras es igualmente capaz de elegir o derribar políticos. Todo depende del poder de fuego de quien puede pagar el software (el trabajo de los robots). En el capitalismo, sabemos, las elecciones se definen por tanto de dinero que el candidato tiene para hacer la campaña y no por las propuestas que presenta.

En la campaña presidencial brasileña esta táctica de usar empresas que usan el tal del “bot social” fue utilizada, lo que configuraría fraude, pero la justicia electoral no tuvo en cuenta y las personas afectadas por la avalancha de noticias falsas comenzaron a hacer bromas de la denuncia, presentándose ellas mismas como los “robots” del candidato, creyendo piadosamente que habían sido sus publicaciones en las redes que llevaron a la victoria del presidente. Pocos son los que se perciben parte de una tela gigante que va aspirando y manipulando. Sin pensamiento crítico previo, es casi imposible creer que aquella persona que manda mensajes no es una persona, sino un sistema que, utilizando nombres de personas reales, reproduce los mensajes a velocidad sorprendente.

Así que el mundo distópico un día dibujado por el gran escritor estadounidense Ray Bradbury, en su Farenheit 451, parece estar bien aquí frente a nosotros. En ese mundo, descrito en una novela publicada en 1953, las personas vivían como dopadas por pantallas de televisión gigantes que tomaban cuenta de la sala de sus casas, y de todos los lugares de la ciudad, de manera omnipresente. En esas pantallas se sucedían programas idiotas y sin sentido, que apenas narcotizaban a las gentes, haciéndolas incapaces de discernir entre lo real y lo imaginario. Mientras tanto el gobierno manipulaba las informaciones y creaba una realidad moldeada a sus intereses.

Pues que hoy existe un contingente muy grande de personas en esa situación. Narcotizadas por las visualizaciones incesantes de las redes sociales, inoculadas con la mentira sistemática, que se disemina también en los medios masivos de comunicación y en las iglesias, van desvinculándose de la realidad, asumiendo la existencia de un mundo imaginario, en el cual cualquier persona que piense diferente de la multitud, que se exprese diferente, o sueñe diferente sea considerada un virus, susceptible de ser destruida.

La cuestión que se plantea es: ¿es posible huir de eso? La respuesta es sí. No es fácil, pues la materialidad de la vida exige que la persona esté conectada todo el tiempo. Pero el camino puede ser el ejercicio sistemático del pensamiento crítico. Descartes, el filósofo francés, ya enseñaba allá en el 1600: todo es duda. Hay que preguntar. Hay que dudar. Hay que investigar si la información es correcta. Hay que chequear una y otra vez. Todos hemos caído en la trampa de la noticia falsa, la cual reproducimos a partir de nuestros círculos de confianza. Pero, nuestros círculos de confianza también mienten, entonces, no se puede vacilar.

La manada sigue al líder, sin pensar. El sujeto crítico se demora, observa, refleja, piensa.

Yo soy periodista y en mi formación siempre hubo un tema que era perseguido -y aún es- por todo el profesional de esa área: conseguir dar de primera mano la información. Siempre he pensado que eso es un engaño porque, en realidad, lo que importa para el público no es que une pase la información en primer lugar, de forma rápida y, a veces, irresponsable, sino que esa información sea 100% segura y repleta del contexto. Es decir, lo que siempre he enseñado es que el gran salto del buen periodista no es dar primero, sino dar mejor.

En ese mundo de mentiras, que no es el de posverdades, sino de la vieja y manipuladora mentira, más que nunca necesitamos del periodismo de verdad. El que describe, que narra, que contextualiza, que viene cargado de la impresión del reportero que ha visto las cosas. Es un gran desafío en el universo de las redes sociales, pero hay que perseguir esa meta. No es fácil, no es cómodo, exige esfuerzos hercúleos, pero es lo que hay que hacer. Puede tardar en surtir efecto, pero esto no puede desanimar. Hay un viejo proverbio japonés que expresa bien la necesaria paciencia que necesitamos tener en la tarea de narrar la vida real, la verdad de la inmanencia y la esencia de la apariencia. Él dice así: “despacio, lentamente, el caracol va subiendo el Monte Fuji”.

Pues así es. Seguimos.

*Periodista brasileña. Instituto de Estudios Latinoamericanos (IELA).