En México, todos los días es el Día de los Muertos

1.118

EDUARDO FEBBRO| Hasta no hace mucho, los muertos estaban en la periferia de la memoria de la sociedad. Las víctimas o sus familiares empezaron a hablar. Y el poeta Javier Sicilia activó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad.En México suman 50 mil las víctimas desde que Calderón anunció la ofensiva contra el crimen organizado.
Página 12
El taxi circula a lo largo de la zona arbolada de la Avenida del Paseo de la Reforma. El conductor maniobra entre la densidad del tráfico y desplaza con destreza la palanca de cambios cuya cima es una calavera roja. Es el 1º de noviembre, el Día de los Muertos. En México se celebra la muerte como si a través de ella se venerara la vida. Pero hay un montón de muertos que nadie celebra con ese fervor festivo. Son las víctimas de la violencia, las 50.000 personas registradas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos que murieron desde que el presidente Felipe Calderón activó la ofensiva contra el crimen organizado. Según la misma comisión, a esa cifra hay que agregarle unas 5000 personas desaparecidas.

Seis años bajo las balas de los narcos, entre el fuego cruzado del ejército y los carteles de la droga, la guerra entre bandas rivales o tragados por la represión que los envolvió en su manto ciego. Hasta no hace mucho, esos muertos estaban en la periferia de la memoria de la sociedad, silenciados por un consenso que aceptó la presencia de la violencia como un mal con el que había que convivir y por el miedo de los sobrevivientes o los familiares de las víctimas. “Ya no, los hemos sacado del pozo y estamos aquí para eso”, dice Eugenia mientras pinta una de las 50.000 cruces con las que se recordará a esos muertos. La mujer milita en el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad del poeta Javier Sicilia y prepara la convocatoria del Día de los Muertos en la plaza central de Coyoacán, el barrio bohemio del Distrito Federal, donde vivieron Frida Kahlo y Diego Rivera.

Este país inmenso, generoso y profundo no sabe cómo se quedó enredado en una espiral tan violenta. Pero en los últimos seis meses algo muy hondo cambió: las víctimas o sus familiares empezaron a hablar. A su manera trágica, Javier Sicilia cambió la historia: hizo pasar la muerte del silencio y del miedo a la denuncia. Gracias a la Comisión de Documentación del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad la muerte empezó a tener nombres, datos concretos, testimonios duros, rostros, rastros y fechas. De pronto, aquello que los medios de comunicación ocultaban en un ballet de hipocresía se volcó a la calle. El 1º de noviembre, el monumento más conocido y simbólico de México, la Columna del Angel, se llenó de esas cruces de cartón y madera que Eugenia pintaba de blanco en Coyoacán, se llenó de nombres y de flores y de fotos para recordar a los miles y miles de caídos en la guerra contra el crimen organizado. El acto en el Monumento a la Independencia Mexicana, donde reposan 14 próceres de la patria, buscaba “hacer que las víctimas sean visibles”, según explica Julián LeBarón, integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Julián LeBarón perdió a un hermano hace dos años. Benjamín LeBarón era el líder de un movimiento contra el secuestro cuando lo asesinaron, en julio de 2009. Fue uno de los primeros que levantaron la voz contra la inoperancia del Estado ante la ola de secuestros y lo pagó con su vida. Los casos de LeBarón y de Javier Sicilia les pusieron nombre y apellido a las cifras y las estadísticas. Rompieron la mordaza.

En marzo de 2011, a Javier Sicilia le asesinaron a su hijo de 24 años, Juan Francisco Sicilia, en Temixco, Morelos, junto a otras seis personas. Bajo el lema “Estamos hasta la madre”, Sicilia desafió a los secuaces de la ola de terror y el mismo gobierno. En mayo organizó la Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad, que salió desde Cuernavaca hasta el Zócalo del Distrito Federal. Con Sicilia y otros movimientos, la palabra venció al miedo. Los muertos dejaron de ser silencio y terror. La tortura y el asesinato del hijo de Sicilia y las otras seis personas conmovieron a México. La acción y la palabra de Sicilia hicieron el resto. “Hoy, después de tantos crímenes soportados, cuando el cuerpo destrozado de mi hijo y de sus amigos ha hecho movilizarse de nuevo a la ciudadanía y los medios, debemos hablar con nuestros cuerpos, con nuestro caminar, con nuestro grito de indignación”, escribió Sicilia en la revista Proceso. Antes, Sicilia había leído en público un poema desgarrador donde decía: “El mundo ya no es digno de la palabra/ Nos la ahogaron adentro/ Como te asfixiaron/ Como te desgarraron a ti los pulmones/ Y el dolor no se me aparta/ Sólo queda un mundo/ Por el silencio de los justos/ Sólo por tu silencio y por mi silencio, Juanelo/ El mundo ya no es digno de la palabra, es mi último poema, no puedo escribir más poesía… la poesía ya no existe en mí”.

Pero la palabra se encarnó en la lucha y de ella surgieron denuncias, dos marchas a lo largo del país, cuestionamientos frontales al gobierno de Felipe Calderón, una base de datos sobre las víctimas, la repentina conciencia de la sociedad y estas cruces dispuestas en las escalinatas y el pasto de la Columna del Angel. La gran mayoría están en blanco porque, como explica Cecilia Bârcenas, otra integrante del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, “no hay acceso a todas las bases de datos”. Pero está la voz: “los muertos están aquí, y nosotros somos las voces de ellos, para reclamar justicia, paz y un alto a la violencia”, dijo Sicilia en el acto del Monumento a la Independencia. La exigencia principal es hacia el gobierno: “Es un reclamo de los muertos hacia el Estado y hacia los criminales”, dice Alberto, otro militante del grupo de Sicilia.

Los mexicanos palpan el peso de la muerte que los rodea a través de esas cruces blancas que ocupan su monumento más emblemático, descubren los rostros de los familiares que emergen de la indiferencia con la que, a lo largo de los años, se iban contabilizando las matanzas, unas más horrendas que las otras: cuerpos degollados, calcinados, enterrados en las narcofosas, matanzas diarias en bares y en plena calle, 20 hoy, 19 mañana, 30 al día siguiente, o 74 cuerpos de inmigrados latinoamericanos encontrados en 2010 en un rancho del estado de Tamaulipas, víctimas de la organización criminal Los Zetas. Como los emigrados se negaron a pagar el precio de la extorsión, los asesinaron. Sólo quedó un sobreviviente que pudo contar la historia. Los inmigrantes latinoamericanos que intentan pasar hacia Estados Unidos son también un valioso botín para el crimen organizado. La Comisión Nacional de Derechos Humanos calcula que en año cerca de 10.000 migrantes fueron secuestrados y extorsionados por las bandas criminales.

Violencia sin fin, polifónica. “Olvidar a los muertos es olvidar nuestra historia, perder la memoria, perdernos como país”, dijo Sicilia. Ahí están las cruces para recordarlos. “Rigoberto Quintero Sandoval, 28 años. Asesinado a tiros junto con su padre y una persona más en Chihuahua”, “Mario Gómez Sánchez, 49 años. Asesinado a tiros en un auto lavado de Huetamo, Michoacán”, dicen dos cruces dispuestas en el pasto. Otras recuerdan la matanza de 45 personas en Acteal, Chiapas, en 1997. Hay centenas. Hoy están expuestas, recién salidas del encubrimiento donde las mantenía el miedo. Hasta este año, pocos sobrevivientes o familiares se animaban a denunciar la violencia. Los ausentes no tenían identidad y los vivos no tenían respaldo.

En abril de este año, Cuernavaca liberó la palabra y el miedo contenidos. Después del asesinato del hijo de Sicilia, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad animado por el poeta instaló una mesa en la Plaza de Armas de Cuernavaca. Sobre ella había una libreta de tapas rojas para convocar a las víctimas de la violencia a denunciar los casos. La libreta se convirtió en cuadernos y con el correr de los meses en un archivo digitalizado con más de 500 casos de ejecuciones, desapariciones y secuestros. La lista se agranda a medida que se aleja el miedo y la gente se acerca a las caravanas y marchas organizadas por el Movimiento de Sicilia a lo largo del país. La meta consiste en generar una red y organizar un congreso de víctimas para darles más peso a los grupos que llevan años trabajando contra la violencia. Los datos son escalofriantes. En los últimos siete meses se registraron 4000 muertos y hay un número indeterminado de desaparecidos.

“Entre marzo y noviembre de este año, la muerte se hizo visible, las víctimas dejaron de ser una noticia más de cada día para tomar cuerpo en la sociedad. Fuimos los primeros sorprendidos, tanto por el eco que las marchas encontraron en la sociedad como por la forma en que las consecuencias de la violencia iban surgiendo a nuestro paso. Fue como si todos esos enterrados, asesinados y desaparecidos se hubiesen puesto a hablar. Su voz nos rebasó”, explica Germán, otro miembro del grupo de Sicilia. Los organismos independientes de derechos humanos, los movimientos contra la violencia y de asistencia a las víctimas están llevando a cabo el trabajo del Estado. El gobierno combate el crimen organizado con una estrategia cada vez más criticada, pero es la sociedad la que paga el tributo de esa guerra y las ONG las que se encargan de recuperar la memoria de los muertos y reclamar el fin de la impunidad que rodea los crímenes colectivos. Asesinatos sin culpables, sin justicia. “De qué sirven las cifras y que atrapen a capos del narcotráfico, si el país no se pacifica, no encuentra su justicia y su dignidad”, dice Javier Sicilia.

Lo que sirve hoy es otra cosa, es la acción de la sociedad civil, las manos de esas mujeres que, sentadas en las escalinatas de la Columna del Angel, bordan pañuelos con los nombres de los desaparecidos, las fechas de los asesinatos, hilan la memoria de lo que nunca se debe olvidar.