Punto de quiebre
Maryclen Stelling|
A medida que avanza el año 2016, crece el clima confrontacional en el país y se afianza la concepción bélica de la política. Medios y redes, sondeos y análisis, líderes políticos y “formadores de opinión” dan cuenta de la realidad nacional desde un punto límite en el que parece no haber marcha atrás. Y de ello se hace eco la ciudadanía conminada a un clima sociopolítico negativo, a radicalizarse y participar en una suerte de estado de guerra crónico de características muy específicas.
Y desde allí, desde esa mirada premeditadamente apocalíptica, pareciera que el país se encuentra en un peligroso lugar donde se tocan o cruzan lo racional y lo irracional, las sombras y la luz, la cordura y la locura, la paz y la guerra.
La ciudadanía se enfrenta a la difícil cotidianidad, bajo el imperio de dos medias verdades que pretenden convencer de las causas y culpables de la crisis multidimensional. En todos los ámbitos de la vida, dos países en uno, siguen a sus líderes políticos y espirituales, a sus expertos en los campos en crisis, a sus medios de preferencia política, a las redes sociales que les construyen relatos confirmando su media verdad. Y desde allí asimilan la línea que fija la diferencia entre el amigo y el enemigo, en tanto límite que fractura la nación, pasando por las instituciones públicas, privadas, informativas, religiosas y familiares, hasta invadir el ámbito privado y la propia afectividad. Suerte de entrenamiento que nos enseña a reconocer y descubrir al oponente en contra del cual se debe desarrollar una estrategia de eliminación.
Una nada azarosa estrategia sustentada en la concepción bélica de la política se apodera del país. Recientes acontecimientos parecen indicar que se podría estar llegando al punto de quiebre, ese momento en que una praxis política se convierte en epidemia y se vuelve incontrolable. El momento en que a partir de tal concepción bélica, el fenómeno se dispara, se profundiza y explotan “inexplicablemente” una serie de acontecimientos sociales y tendencias irreversibles.
La pugna entre poderes -Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral- recrudece y adquiere características belicistas frontales, imposibles de suavizar o disimular. Se dispara una situación crítica con la reciente sentencia del TSJ que faculta al presidente Maduro a presentar el Presupuesto Nacional 2017 sin ser consultado a la Asamblea Nacional (AN). La sentencia manifiesta que el decreto de presupuesto “estará sujeto al control de la Sala Constitucional” del alto tribunal, “sin perjuicio de las atribuciones inherentes al Poder Ciudadano y a la contraloría social en esta materia”. En la sentencia se alude al “desacato que voluntariamente mantiene un grupo mayoritario de diputados que actualmente integran la Asamblea Nacional”. Desde la oposición, abogado constitucionalista afirma que la sentencia del TSJ es “una demostración clara de que estamos en dictadura”. Henry Ramos Allup, presidente de la AN, sostiene que “el presupuesto es inconstitucional y todo lo que se gaste carece de legitimidad”. Asevera que la “decisión de paralizar revocatorio y liquidar fuero parlamentario la tienen lista en el TSJ”.
El Referendo Revocatorio se convierte en punto de honor para ambos sectores políticos y podría constituirse, conjuntamente con la pugna de poderes, en el disparador del punto de quiebre. El Gobierno insiste en que no será ni este año ni en el 2017. Voces radicales de oposición amenazan que el cambio se hará “por la vía del RR o de la desobediencia cívica”. Reiterando que “es este año que se van”. Desde esa óptica, el peso de la historia se coloca bajo los hombros del poder electoral: “La paz del país depende del CNE”.
La crisis se agudiza. El RR conjuntamente con el cariz que ha tomado la pugna de poderes, podrían constituirse en disparadores del punto de quiebre.
Y desde allí irrumpen gritos de guerra: ¿Quién está conmigo? ¡Todo o nada! ¡Ahora o nunca!