Los peligros de la negación del genocidio armenio /Dossier
Robert Fisk
A las siete de la noche de hoy, un grupo de hombres y mujeres muy valientes se reunirán en la plaza de Taksim, en el centro de Estambul, para organizar una conmemoración sin precedentes y conmovedora. Los hombres y las mujeres serán turcos y armenios, y se reunirán para recordar el 1,5 millón de cristianos armenios hombres, mujeres y niños asesinados por los turcos otomanos en el genocidio de 1915.
Ese Holocausto armenio –el precursor directo del Holocausto judío– comenzó hace cien años a sólo media milla de Taksim, cuando el gobierno de la época sacó a cientos de intelectuales y escritores armenios de sus hogares y los preparó para la muerte y la aniquilación de su pueblo.
El Papa ya molestó a los turcos llamando a este acto malvado –la más terrible masacre de la Primera Guerra Mundial– un genocidio, que lo era: el deliberado y planificado intento para erradicar a una raza de gente. El gobierno turco –pero, gracias a Dios, no todos los turcos– mantuvieron su negación petulante e infantil de este hecho de la historia sobre la base de que los armenios no fueron muertos según un plan (la antigua pavada de “caos de guerra”), y que de todos modos la palabra “genocidio” fue acuñada después de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto no puede aplicarse a ellos. Sobre esa base, la Primera Guerra Mundial no fue la Primera Guerra Mundial, ya que no fue llamada ¡la Primera Guerra Mundial en el momento!
Dos pensamientos vienen a la mente, entonces, en este centenario de la carnicería, la violación masiva y los asesinato de niños en 1915. El primero es que para un poderoso gobierno de una fuerte –y valiente– nación europea y de la OTAN, como Turquía continúe negando la verdad de esta masiva crueldad humana está cerca de una mentira criminal. Más de 100.000 turcos descubrieron que tienen abuelas armenias o bisabuelas –las mismas mujeres secuestradas, esclavizadas, violadas en las marchas de la muerte de Anatolia al desierto de Siria en el norte– y los propios historiadores turcos (por desgracia, no los suficientes) ahora presentan la prueba documental detallada de las órdenes siniestras de exterminio de Talat Pasha emitidas desde lo que entonces era Constantinopla.
Sin embargo, cualquiera que se oponga a la negación del genocidio del gobierno sigue siendo vilipendiado. Durante casi un cuarto de siglo, he recibido correo de turcos acerca de mi propia escritura sobre el genocidio. Comenzó cuando cavé los huesos y cráneos de armenios masacrados fuera del desierto de Siria con mis propias manos, en 1992. Unos pocos corresponsales querían expresar su apoyo. La mayoría de las cartas eran casi malignas. Y me temo que la contínua negación por el gobierno turco podría ser tan peligrosa para Turquía, como lo es la indignación de los descendientes armenios de los muertos. Recuerdo una señora armenia anciana describiendo a mí cómo ella vio milicianos turcos apilando los bebés vivos unos sobre otros y prendiendles fuego. Su madre le dijo que sus gritos eran el sonido de sus almas yendo al cielo. ¿No es esto –y la esclavitud de las mujeres– exactamente lo que el Estado Islámico (EI) está perpetrando contra sus enemigos étnicos justo al otro lado de la frontera turca hoy? La negación está llena de peligros.
Y preguntémosnos qué pasaría si el actual gobierno alemán afirmara que cualquier demanda de reconocer los “eventos” de 1939-1945 –en los que seis millones de judíos fueron asesinados– como un genocidio sería “propaganda judía” y “mutilación de la historia y le ley”. Sin embargo, eso era más o menos lo que el gobierno turco dijo que cuando la semana pasada la UE pidió que reconociera el genocidio armenio. La UE, el Ministerio de Relaciones Exteriores dijo en Ankara, había sucumbido a la “propaganda armenia” sobre los “eventos” de 1915, y fue “mutilando la historia y la ley”. Si Alemania hubiera adoptado tales imperdonables palabras sobre el Holocausto judío, no habría sido capaz de ver por los gases de los caños de escape en Berlín, como los embajadores del mundo se dirigian al aeropuerto.
Sin embargo, al día siguiente de la pequeña conmemoración valiente prevista para la plaza Taksim de esta semana, la grande y la buena parte del mundo occidental se reunirá con líderes turcos a pocos kilómetros al oeste de Estambul para honrar a los muertos de Gallipoli, la extraordinaria y brillante victoria de Mustafá Kemal en 1915 sobre los aliados en la Primera Guerra Mundial. ¿Cuántos de ellos recordarán que entre los héroes turcos luchando por Turquía en Gallipoli había cierto capitán armenio, Torossian, cuya propia hermana moriría pronto en el genocidio?
Tengo la intención de informar sobre la conmemoración de la próxima semana en compañía de amigos turcos. Pero el segundo pensamiento que viene a mi mente –y los amigos armenios me deben perdonar– es que no estoy muy interesado en lo que los armenios dicen y hacen en este 100º aniversario. Quiero saber lo que planean hacer al día siguiente del día del 100º aniversario. Los sobrevivientes armenios –los que podría recordar– ahora están todos muertos. En unos 30 años, los judíos de todo el mundo van a sufrir la misma tristeza profunda cuando sus últimos sobrevivientes desaparezcan del mundo del testimonio vivo. Pero los muertos siguen viviendo, sobre todo cuando su estado de víctima se niega –una maldición que los obliga a morir una y otra vez–. Los armenios seguramente debe ahora elaborar una lista de los valientes turcos que salvaron sus vidas durante la persecución de su pueblo. Hay por lo menos un gobernador provincial, y los soldados individuales turcos y policías, que arriesgaron sus propias vidas para salvar a los armenios en este momento horrible en la historia turca. Recep Tayyip Erdogan, primer ministro triunfalista de Turquía, habló de su dolor por los armenios, sin dejar de negar el genocidio. ¿Se atrevería a negarse a firmar un libro en conmemoración por el genocidio armenio que lleve una lista de los valientes turcos que trataron de salvar el honor de su nación en su hora más oscura?
He estado insistiéndoles a los armenios sobre esta idea durante años. Le dije lo mismo a los armenios en Detroit la semana pasada. Honra a los buenos turcos. Por desgracia, todos aplauden. Y no nadie hace nada.
*Periodista y escritor británico con sede en Beirut, premiado varias veces sobre el Oriente Medio. Es uno de los muy escasos reporteros occidentales que habla fluentemente el árabe. The Independent de Gran Bretaña.
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Addendo
Genocidio de los armenios, a cien años
Eugenia Akopian
Cien años, un siglo. Dos guerras mundiales, bombas atómicas, numerosos genocidios invisibilizados. Hace cien años, más de un millón y medio de personas fueron asesinadas en lo que era el Imperio Otomano, actual Turquía. Hoy, el número cien es una cifra simbólica, si fuesen 10, 40 o 90 también se denunciaría. La cobardía reside en el no reconocimiento.
Consideraciones históricas
Ereván, la capital de Armenia fue fundada en 782 a.C, lo que la hace más antigua que Roma. El territorio vio florecer numerosos reinos que generaron una cultura que aún hoy podemos apreciar con sus ornamentos, templos, iglesias, castillos. En la región convivieron el imperio persa, Alejandro Magno, el imperio romano y otros grandes nombres de la historia universal. Las tribus bárbaras selyúsidas, quienes luego conformaron el Imperio Otomano, no llegaron hasta entrado el siglo X. Dentro de este imperio convivirían diferentes etnias, entre ellos árabes, judíos, griegos y armenios, quienes tuvieron un rol destacado en el desarrollo y progreso de la región.
Pero, a finales del siglo XIX ya comenzaba a vivirse el ocaso del imperio Otomano; había perdido parte de su territorio, se veía debilitado y necesitaba afianzarse en el poder. Para hacerle frente a este resquebrajamiento imperial, se adoptó la política del panturquismo, con el objetivo de homogeneizar su territorio: lograr unidad social, política y cultural. Uno de los primeros pasos para la homogeneización fue finalizar con la población armenia cristiana.
Así, tuvieron luz verde las persecuciones que comenzaron en tiempos del Sultan Hamid (las tristemente conocidas “masacres hamidianas”), y siguieron con los gobiernos de los Jóvenes Turcos y Mustafa Kemal, actualmente elevado al rango de prócer y fundador de la Turquía moderna.
Entre 1915 y 1923, durante y tras la Primera Guerra Mundial, los coletazos destructivos de un imperialismo en decadencia se hicieron sentir. Turquía puso en marcha un plan sistemático de exterminio de los armenios, hecho que hoy llamamos Genocidio de los Armenios. El concepto de genocidio fue acuñado por Raphael Lemkin para referirse a la matanza que sufrieron los armenios en manos del Imperio Otomano, pues no había palabra existente que describiera el horror que se vivió durante ese período. Luego, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional lo tipificó como crimen de lesa humanidad y amplió su definición.
La noche del 24 de abril de 1915, el ejército turco irrumpió en la ciudad de Constantinopla y detuvo a centenares de referentes culturales e intelectuales, líderes políticos, religiosos y sociales armenios con el objeto de dejar sin conducción al pueblo y sin posibilidad de organización y defensa. Siguió así con todas las ciudades de población armenia. Por esto es que, actualmente se toma la emblemática fecha del 24 de abril como día para la conmemoración del Genocidio de los Armenios.(2)
En este proceso, los armenios eran despojados de sus armas. Los jóvenes eran reclutados para el ejército, eran en realidad ejecutados. Con la excusa de que se avecinaba una guerra y debían resguardarlos, las mujeres, ancianos y niños eran arrancados de sus hogares y obligados a marchar por el desierto con un destino incierto, pero con la muerte segura. En ese derrotero morían de sed, de hambre o simplemente eran fusilados. Más tarde, esas marchas forzosas tomaron el nombre de “caravanas de la muerte”.
Se sucedieron los crímenes más aberrantes, violaciones y asesinatos. Las cabezas de los hombres eran exhibidas en las plazas, como trofeos; miles de personas fueron quemadas vivas; las mujeres fueron violadas y crucificadas desnudas, los niños asesinados y también apropiados, despojados de identidad y de su vida. Se saquearon sus pertenencias, y ciudades enteras fueron incendiadas. Y también otras minorías, como los yazidíes y griegos, fueron asesinadas.
¿El resultado final? Un millón y medio de víctimas, destrucción casi total del milenario patrimonio arquitectónico-cultural, miles de refugiados, una gran mancha en la historia universal del hombre. Y, también, una incapacidad enorme de Turquía para hacerse cargo de su propia historia, aún hoy.
El gran avestruz
Con este sangriento capítulo, Kemal Ataturk fundó la moderna República de Turquía.(1) ¿Y sus bases? Un millón y medio de almas, la sangre armenia derramada, las casas quemadas y saqueadas, las mujeres quemadas vivas, los niños asesinados. Cargar con esta responsabilidad no era tarea fácil, reconocerla y aceptarla, menos. Así, Turquía es hoy un país que no acepta su pasado y que, basado en mentiras y construcciones imaginarias y falsas, ha instruido a un pueblo con una historia que no es la propia y ha construido un pedestal de próceres y héroes que en realidad son genocidas.
Han pasado cien años, un siglo. Tiempo prudente como para revisar, estudiar, aceptar y asumir responsabilidades. Pero, lamentablemente, no es así. Aún hoy, el Estado turco no solo se niega a reconocer su responsabilidad, sino que intenta tapar el sol con la mano al negar haber cometido el genocidio. El negacionismo es un mecanismo de autodefensa adoptado por el estado acusado, que cuestiona los hechos sucedidos con argumentos falsos y afirma su inocencia. Con esta postura, Turquía no sólo actualiza, sino que reproduce su plan inicial. La etapa final del genocidio no son las últimas muertes, sino que es la práctica sistemática negacionista que aún persiste.
Además de su actitud negacionista, el Estado turco también obliga a callar a sus propios ciudadanos. Su Código Penal contiene el controversial artículo 301, que prevé duras sanciones a quienes agravien de forma pública a la identidad nacional turca, al gobierno o a las instituciones. Quien se refiera al Genocidio de los armenios como tal, violará esta disposición. Según Amnistía Internacional, esto amenaza de forma directa a la libertad de expresión que se consagran tanto en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, como también en el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales. Turquía está suscripta a ambos tratados.
Orhan Pamuk, reconocido escritor turco, ganador del Premio Nóbel de Literatura, fue juzgado “por insultar la identidad turca”, al asegurar públicamente que en Turquía fueron asesinados un millón y medio de armenios, violando el artículo 301. También fue condenado por el mismo hecho el periodista turco de origen armenio, Hrant Dink, director del periódico Agos. Más tarde, en enero de 2007, fue brutalmente asesinado.
Aún hoy, priman esos mismos intereses que hace cien años. Los intereses geopolíticos hace que algunos otros estados los defiendan. Uno de ellos es Azerbaiján, histórico aliado de Turquía -también su cómplice genocida- que niega la existencia del Genocidio y peligrosamente su presidente I. Aliyev declara: “Nuestros principales enemigos son los armenios de todo el mundo y los políticos hipócritas y corruptos bajo su control”, alentando la violencia étnica. Hoy, Azerbaiján continúa perpetrando ese plan genocida inicial que comenzó el Imperio Otomano y los petrodólares azeríes, configuran e imponen una realidad que se adecua a los intereses de ciertos grupos político-económicos.
Argentina
La República Argentina a través de la Ley Nacional 26.199, que fue aprobada por unanimidad por el Congreso Nacional y promulgada el 11 de enero de 2007 por el entonces Presidente Néstor Kirchner, declara el 24 de abril como “Día de Acción por la Tolerancia y el Respeto entre los Pueblos”, en conmemoración del Genocidio sufrido por el pueblo armenio. De esta forma, se suma a Uruguay, Francia y otros países que así lo reconocen. En los Estados Unidos, numerosos estados declaran y reconocen el Genocidio, pero aún no así el país, quedándose en promesas electorales presidenciales, que se ha convertido en un clásico estos últimos años.
En 2001, el escribano Gregorio Hairabedian, ciudadano argentino, evocando las figuras de justicia universal y derecho a la verdad, dio lugar a un hecho inédito en la justicia, marcando jurisprudencia en la justicia internacional. Exhortó a diversos países a que desclasifiquen sus archivos referidos a este tema. Positivamente respondieron muchos países, entre ellos, Francia, Alemania, Estados Unidos, el Estado de Vaticano.
Luego de diez años de investigación, presentación de pruebas y testimonios, la clasificación y selección de documentos internacionales que prueban la existencia de crímenes y graves violaciones a los Derechos Humanos, evidenciando la planificación del exterminio de armenios por parte del Estado Turco, en 2011, el Juez Federal Norberto Oyarbide dictaminó que Turquía, efectivamente, había cometido el crimen de genocidio.
En este sentido, la Argentina accionó con la reivindicación de la verdad y afirmó su compromiso con la búsqueda de la verdad. No hay que olvidar que en Argentina se llevaron (y llevan) adelante los juicios por la verdad y muchos genocidas ya fueron condenados. El contexto social y político de esta época histórica ha gestado condiciones para que los Derechos Humanos sean reivindicados y es en ese contexto que la Argentina ha dado el ejemplo.
Colofón
El crimen de genocidio es un crimen de lesa humanidad: es decir, es asunto de todos. Como humanos, está o podemos ser ingenuos: sabemos que hay intereses políticos y geopolíticos detrás de estos acontecimientos.
En este punto la educación juega un rol clave. Todos los genocidios ocurridos a lo largo de la historia están atravesados por una misma matriz ideológica. Gran parte de la sociedad es víctima del miedo y de la represión llevada a cabo por el propio Estado, en complicidad con sectores civiles. La solución final, la no tolerancia al otro, el odio son los denominadores comunes.
Antes de su invasión a Polonia, Hitler preguntó “¿Quién recuerda hoy el exterminio de los armenios?”: de esta forma, un genocidio pasó a ser condición de producción de otro.
Para frenar el flagelo genocida necesitamos generar un estado de conciencia superador, a base de educación. Por eso, hoy luchamos contra el negacionismo, contra la impunidad, contra el olvido. Y parafraseando al gran escritor armenio-estadounidense William Saroyan: donde haya dos armenios, florecerá una nueva Armenia.
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El Papa y el silencio cómplice
“Estamos viviendo una suerte de genocidio causado por la indiferencia general y colectiva del silencio cómplice del ‘a mí qué me importa'”, dijo el papa Francisco durante la misa, del domingo 12 de abril, celebrada por el centenario del genocidio armenio.
Francisco manifestó que “recordar es necesario” porque eso significa que “el mal tiene abierta la herida”. “Esconder o negar el mal”, subrayó el Sumo Pontífice, “es como que una herida continúe sangrando sin medicarla”. “Quiera Dios que los pueblos de Armenia y Turquía retomen el camino de la reconciliación y la paz también pueda brotar en Nagorno Karabaj”, añadió.
Además de recordar a los mártires armenios, Francisco proclamó Doctor de la Iglesia al clérigo y filósofo armenio San Gregorio de Narek. Al evento asistieron el presidente de Armenia, Serzh Sargsián, junto con los patriarcas de la Iglesia católica armenia, los Katolikós de la Iglesia Apostólica Armenia (San Echmiadzín y Antiliás),el Arzobispo de Córdoba, Monseñor Carlos Ñáñez, y el cardenal argentino Mario Poli, arzobispo de Buenos Aires.
“A pesar de los conflictos y tensiones, los armenios y turcos han vivido largos períodos de coexistencia pacífica en el pasado y, aun en medio de la violencia, se han vivido momentos de solidaridad y ayuda mutua. Sólo de esta manera se nuevas generaciones abrirse a un futuro mejor y tendrán el sacrificio de tantos convertido semillas de justicia y paz”, añadió el Sumo Pontífice.
“Es la responsabilidad no sólo del pueblo armenio y de la Iglesia universal recordar todo lo que ocurrió, sino de toda la familia humana, de modo que las advertencias de esta tragedia nos protejan de caer en un horror similar, que ofende a Dios y a la dignidad humana”, manifestó Francisco. “Hoy también, de hecho, estos conflictos a veces degeneran en violencia injustificable”, continuó, “provocada por diferencias étnicas y religiosas”.
Corolario: Turquía convocó a su embajador del Vaticano. El ministro de Exteriores turco, Mevlüt Çavusoglu, señaló que “no se puede aceptar la declaración del Papa” ya que “dista de la verdad histórica y jurídica”. “Los espacios religiosos no son lugares para incitar al odio y rencor con acusaciones infundadas”, agregó el canciller turco.
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Turquía sigue manteniendo una actitud de negación
Turquía en el último año ha hecho todo lo posible para evitar el “peligro” de un reconocimiento del genocidio de los armenios, incluso inventar una fiesta que no existe. La victoria de Gallipoli siempre ha sido recordada en el mes de marzo, y por alguna razón este año, justo el año del centenario del genocidio, la fecha se ha cambiado para abril. Obviamente, es una broma de mal gusto que Turquía haya invitado al presidente de Armenia a las celebraciones. Es un acto de provocación y una grosería, que se suma al hecho que el presidente Recep Tayyip Erdogan ofreció sus “condolencias” a los armenios… cien años después del genocidio.
Con la cantidad y elocuencia de los testimonios recogidos por muchos individuos no armenios (diplomáticos, médicos, religiosos, observadores) y las imágenes (fotos y películas) que circularon por el mundo para dar cuenta del tamaño de la monstruosidad cometida en campos, ciudades y villas, sin que Occidente reaccionara, ¿es el genocidio de los armenios un hecho que todavía necesita ser probado?, se pregunta el académico argentino Juan Gabriel Tokatlián.
Como si lo anterior no fuera suficiente, en 1973 y 1975 el informe del ruandés Nicodeme Ruhashyankiko, remitido a la Subcomisión de Derechos Humanos de la ONU, señaló la existencia de abundante documentación imparcial relativa a la masacre de los armenios, considerada el primer genocidio del siglo XX. Cuando el informe llegó a la Comisión de Derechos Humanos, en 1979, el párrafo había desaparecido… Sin embargo, a mediados de los ochenta, otro informe, en este caso del británico Benjamin Whitaker, recuperó el reconocimiento explícito del genocidio vivido por los armenios. En una serie de debates históricos -que contaron con una labor descollante del entonces representante de la Argentina, Leandro Despouy- el párrafo fue reintroducido con profusa documentación de soporte y positivo consentimiento de la Organización de las Naciones Unidas.
Más adelante, en los noventa, un importante número de naciones reconoció, por vía legislativa o ejecutiva, el genocidio armenio. La naciente República de Armenia, que alcanzó su independencia en 1991, poco tuvo que ver con eso: fue la diáspora la que, después de décadas de esfuerzos, logró refirmar la causa del genocidio, afirma Tokatlián..
Antes, sólo la diáspora armenia planteaba ésta cuestión, pues la República Socialista Soviética de Armenia no podía tener su propia política exterior. Pero desde hace casi 25 años, Turquía está obligada a mantener fronteras con un estado soberano armenio, y no con los diferentes y dispersos grupos de la inmensa realidad de la diáspora armenia. Posiblemente sea más fácil tener un único interlocutor -incluso más “sereno”- porque no es el resultado directo del genocidio, como es la diáspora. Pero el cierre de fronteras y la ausencia de relaciones diplomáticas no pueden ser considerados gestos de reconciliación.
Europa últimamente no tiene una posición coherente sobre muchos de los temas de actualidad: de lo contrario los responsables del genocidio no habrían podido evitarlo durante 100 años. Y la posición de Estados Unidos dependió siempre de la realpolitik o su pragmatismo imperial. Después de la I Guerra Mundial el presidente Woodrow Wilson dibujó un mapa de la nueva Armenia, que prefirió sepultar en los archivos del Congreso de EEUU, pese a sus promesas de imponerlo tras el Tratado de Sevres. El presidente Ronald Reagan, en los años 80, pronunció la palabra “genocidio” en una conmemoración del 24 de abril, sus sucesores, cuatro desde entonces, no han tenido la dignidad civil de utilizar esa palabra que fue acuñada precisamente durante el estudio del caso de Armenia, inmediatamente después de la II Guerra Mundial, a instancias de las Naciones Unidas, por el jurista judío-polaco Raphael Lemkin.
Los nuevos dictados geopolíticos tienden a opacar los graduales avances en contra de las prácticas bárbaras y las tentaciones a favor de la violencia masiva. La tragedia humana en Irak, con cientos de miles de muertos; la resignación de Europa y Estados Unidos ante el calvario social en Darfur, Sudán, país en el que China tiene inversiones en hidrocarburos; la banalización o negación del Holocausto judío por parte del expresidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, los padecimientos sin nombre que vive el pueblo de Palestina; la desatendida crisis de Colombia, con más de tres millones de desplazados; el paulatino olvido del Holodomor ucraniano son sólo algunos ejemplos que ilustran la parálisis y regresión en materia de derechos humanos.