En Palestina no cuaja la “primavera árabe”

CARMEN RENGEL | Jumah Abu Alifeh temía que llegase 2013. Con el estreno de año, la amenaza se convertía en certeza: nuevas facturas, facturas insoslayables para mantener la mínima dignidad, facturas que no puede pagar. Jumah es uno de los refugiados palestinos que, desde ya, tienen que abonar la electricidad que consumen, un gasto del que estaban hasta ahora exentos, del que se encargaba la Autoridad Nacional Palestina (ANP).

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Dicen desde los despachos de Ramala que no pueden asumir más su coste, estancado como está el Gobierno en una crisis brutal, con 1.500 millones de dólares de deuda y otros 500 más de déficit de efectivo. Pero la familia de Jumah, de 47 años, residente en el campo de Balata, junto a Nablus, responsable del mantenimiento de los cinco miembros de la familia, único trabajador pese a sus bajas constantes por severos problemas mentales, no entiende de grandes finanzas. Sólo sabe que no llegarán. Que no tendrán luz mañana. Por eso, desesperado, trató de quemarse a lo bonzo hace cuatro días. Unos vecinos lo vieron y lo impidieron, cuando ya chapoteaba en gasolina.

Su caso es representativo del agujero económico de Palestina, principal motor, hecho rabia, de las movilizaciones que, desde verano, tienen lugar en los Territorios Ocupados -en Cisjordania especialmente-, salpicadas de huelgas de funcionarios como las de este miércoles y jueves. Casi 160.000 trabajadores y jubilados en la calle porque no han cobrado sus últimas nóminas. La Unión Europea aportó el año pasado 145 millones de euros en ayudas para pagar esos salarios, pero no han sido suficientes. De los 1.100 millones de dólares que debían haber aportado las naciones occidentales en concepto de cooperación con Palestina, no han llegado ni 700 por culpa de la crisis financiera mundial.

EEUU retuvo además el año pasado más de 200 millones de dólares por el intento de reconocimiento como estado de pleno derecho en la ONU y, aunque lo ha ido liberando con cuentagotas, aún no ha pagado el total prometido. Israel, por su parte, congeló el mes pasado la transferencia de los 100 millones mensuales que recauda en concepto de impuestos para Palestina y se prevé que repita la jugada este enero. La Liga Árabe ha alcanzado un acuerdo para poner ese dinero, para cubrir la brecha, pero aún no ha llegado ni un shekel. Demasiados males acumulados para un enfermo en la UCI.

No sólo el dinero ha sacado a la gente de su sillón, pero ha sido la razón esencial, junto al paro, que supera el 30% en Cisjordania y casi 50% en Gaza. También han sumado las quejas a la ANP por corrupción y nepotismo, la falta de confianza, el desencanto ante una ocupación que no acaba, ante una solución de dos estados cada día menos factible. En resumen, la ausencia de un horizonte político claro y esperanzador. Cortes de carreteras, comercios cerrados, cánticos encendidos en una veintena de ciudades. La atmósfera comenzaba a ser realmente de levantamiento popular, allá por septiembre, cuando el primer ministro, Salam Fayyad, anunció una subida de impuestos tremendamente impopular, que afectaba al comercio, la renta y las propiedades, elevando las tasas entre un 5 y un 15%, decisión acompañada por un anuncio de inmediata rebaja en las inversiones públicas y el incremento del precio de productos esenciales.

El presidente de la ANP, Mahmoud Abbas, entendió que el momento era propicio para expulsar a Fayyad -independiente, hombre de Occidente, que lleva tres años limpiando la administración palestina granjeándose no pocos enemigos-, así que se alineó con la calle y habló el 6 de septiembre de una “primavera palestina”, como si la desgana y el enfado no fueran con él, un líder cuyo mandato expiró en 2009. La etiqueta aún no es aplicable a lo que viven los Territorios. Aquí hay protestas ocasionales por descontentos puntuales que se mezclan con un fondo sofocante, viejo, medidas inasumibles que se suman al cansancio de la pelea por un estado, por la diáspora, la falta de derechos y oportunidades. El movimiento está siendo todavía muy sectorial, de funcionarios, conductores o comerciantes, además de jóvenes que ven subir sus tasas universitarias o familias de presos que, pese al cuidado que pone siempre en ellos la ANP como símbolo de la resistencia frente a Israel, también reciben tarde sus subsidios.

A los palestinos les falta unidad y una causa común clara, como ocurrió en otras naciones árabes. No salen hoy a pelear contra una dictadura, como sus hermanos de Egipto o Túnez, no es el suyo un movimiento político liberador, por más que se hable de la posible desintegración de la ANP -una decisión que tiene más que ver con el juego político frente a Israel que con el deseo real del pueblo- , ni se busca un giro con una transición política, aunque en su base la ciudadanía desee con fuerza un acuerdo, un Gobierno de unidad entre las facciones palestinas que dé paso a una nueva realidad administrativa y respuestas a sus necesidades.

Israel lleva semanas insistiendo en que lo que se acerca, más que una primavera, es una “Tercera Intifada”. La agencia AFP ha difundido la “preocupación” de sus Fuerzas Armadas ante la posibilidad de que estas manifestaciones, este “cierto despertar”, acaben incendiando Cisjordania, con la ayuda de milicianos de Hamás o la Yihad Islámica. Por ese motivo han lanzado una ofensiva intensa de detenciones de estos supuestos terroristas. En esos arrestos, sólo esta semana, ha habido más de 150 heridos por enfrentamientos entre civiles palestinos y policías israelíes de fronteras, así como unos 30 detenidos extra, especialmente en la zona de Yenín. “¿Pero son los terroristas los que prenden fuego a la calle o lo hacen las redadas policiales? ¿No es quizá más peligroso entrar en villas como Tamoun y revisar casas impunemente? ¿No enciende eso los ánimos de los palestinos? ¿La actuación policial es consecuencia o causa de esa movilización?”, se pregunta, no obstante, Tal Dahan, de la Asociación por los Derechos Civiles de Israel (ACRI).

El objeto de las quejas de los palestinos, contrariamente a lo ocurrido en las Intifadas de 1987 y 2000, está esta vez más dentro que fuera, lo principal no es la ocupación israelí, por más que un porcentaje importante de sus lamentos tengan ese origen; la no violencia, además, es la que marca todas las protestas. “Más bien, debemos hablar de Intrafada”, afirma el analista David Pollock, del Instituto Washington para la Política de Oriente Medio.

El común de los palestinos entiende que la ANP ha fracasado completamente en el proceso negociador de paz con Israel, y un porcentaje no desdeñable incluso entiende que su cooperación con el Gobierno vecino en materia económica y de seguridad acaba beneficiando al contrario. Es generalizada la crítica de que, aunque su poder sea limitado, hay servicios esenciales que sí son de su negociado y que no se prestan, desde la recogida de basuras a los colegios o los transportes.

Sí hay unidad absoluta cuando se critica el Protocolo de París de 1994, anexo económico de los Acuerdos de Oslo, que regulan el comercio prioritario con Israel. En virtud de ese acuerdo, toca asumir cualquier subida de productos esenciales que decidan al otro lado, ya que hay bienes como el petróleo, el gas o los lácteos que sólo proceden de Israel. Una frase se ha hecho célebre para explicar el desasosiego de la gente: “Tenemos el clima del Golfo Pérsico, los precios de París y los salarios de Somalia”. “Nos tienen exprimidos. Toda mi familia está en paro, salvo yo, que cobro 200 euros al mes. Tenemos precios europeos, a veces es tan desesperado que es más barato comprar en las colonias, en cadenas como Rami Levy, y allí vamos”, resume Ahmed Zhuri, camionero, atrancado en el paso de Qalandia en una jornada de huelga de transportistas. Junto a él, Sber Zaanen, un activista que, megáfono en mano, lanza proclamas contra la ANP y contra Israel, intercaladas, una tras otra. “Soy un fiel admirador del Che Guevara, él nos enseña a resistir para lograr seguridad, libertad y oportunidades para nuestros hijos, sea cual sea el opresor que tengamos enfrente”.

La Operación Pilar Defensivo de Israel en Gaza, que dejó 177 muertos en la franja (el 70% de ellos civiles, según el Centro Palestino de Derechos Humanos), y el reconocimiento de Palestina como estado observador en la Asamblea General de la ONU, en noviembre, han mantenido acalladas< las protestas, con los ánimos más centrados en la denuncia del sufrimiento en el territorio vecino y la alegría del cambio de estatus, aunque sea descafeinado. Ha sido morfina. Ahora las protestas se retoman lentamente, incluyendo denuncias a la ANP y a Hamás de restricciones a las libertades de manifestación y expresión, cada vez con más cargas policiales, denunciadas incluso por la UE, pero lo hacen tan lentamente, tan centradas en causas concretas, que no avanza la lucha. La energía inicial parece que se ha perdido por el camino, “aunque en Palestina nunca se sabe”, apunta un miembro de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

Ben White, activista británico, autor de Palestinians in Israel: Segregation, Discrimination and Democracy, resume por qué no va a cuajar una primavera palestina como tal. “Tenemos una ANP desgastada, que no representa a los palestinos de todo el mundo, pero que da de comer a mucha gente dentro, gente que no está dispuesta a arriesgar su modo de vida tumbando el sistema conocido. Tenemos unasONG profesionalizadas, en un mercado en el que se compite por la financiación internacional, donde toca ser sumiso y no calentar los ánimos de la gente cansada. No pocos palestinos trabajan en estas organizaciones, así que se debaten entre desear un cambio para su país o mantener calladamente sus condiciones de vida actuales, sin inquietudes por cambios de Gobierno o revueltas. Tampoco quieren un terremoto los comerciantes o la gente con permiso de trabajo en Israel o en las colonias próximas. Están cansados de los altos precios, sí, pero creen que tienen más que perder que por ganar. Y es difícil, finalmente, aunar todas las necesidades de los palestinos, porque no existen así, en bloque,porque la urgencia de un palestino del desierto del Negev no es la de un palestino de Silwan, en Jerusalén Este, o la de uno del Valle del Jordán”.