El mito de Chávez y el petróleo a 100
Luis Salas Rodríguez|
En Venezuela existen pocos consensos en materia política y muchos menos en la económica. Pero si uno ha venido tomando cuerpo en los últimos años al calor de los acontecimientos, es ese según el cual lo que vivimos es el resultado inevitable del desplome de los precios petroleros, en el sentido en que el mismo habría desnudado la irresponsabilidad del manejo de la política económica del chavismo. O para decirlo en términos más convencionales: que lo que estamos padeciendo es el desinfle de la burbuja populista petrolera de Chávez.
Dependiendo del caso y la orientación política del formulador ocasional de este diagnóstico, el mismo puede variar desde la denuncia furibunda oposicionista, hasta el lamento de quien dice algo así como que Chávez fue un tipo con buenas intenciones, pero que al no conocer las leyes de la economía se vio rebasado por estas cuando el mercado petrolero se desplomó. También están los que dicen que la burbuja de los 100 dólares por barril para lo único que sirvió fue para correr la arruga del colapso del capitalismo rentístico.
Ahora bien, como quiera que sin duda es este un tema que merece un tratamiento más extenso y profundo que el que en este limitado espacio podemos darle, quería, sin embargo, plantear un par de cosas que, desde mi punto de vista, hacen que el consenso generado en torno a estas “verdades” sea discutible, por decir lo menos.
Reparemos en la gráfica que encabeza este texto. En ella podemos ver un histórico de la evolución de los precios en dólares del barril de petróleo desde 1999 hasta 2014, medido en promedio anual. Pero también la evolución de las importaciones totales de la economía venezolana en el mismo lapso de tiempo, solo que consideradas en dos unidades de medición distintas: en kilogramos (columna azul) y en valores cuantificados en dólares (columna naranja).
Así las cosas, lo primero que habría que decir es que si bien es verdad que la tendencia del precio del barril petrolero en tiempos de Hugo Chávez fue al alza (exceptuando el intervalo de 2008-2009, como consecuencia del crack financiero internacional en dichos años), no lo es, sin embargo, que durante dicho período el barril haya estado siempre –ni siquiera mayormente– por encima de los 100 dólares. De hecho, el barril por encima de los 100 dólares en promedio anual es un fenómeno más bien excepcional, que ocupa la última etapa del último gobierno del presidente Chávez, esto es, entre 2010 y 2012, siendo que el promedio del período completo (1999-2012) es la mitad: 55 dólares.
Según distintas estimaciones oficiales y no oficiales, se calcula que en este lapso de tiempo deben haber ingresado al país unos 800 mil millones de dólares. Ahora, algo que hay que tener muy presente a la hora de analizar estos números, es que el aumento nominal del ingreso no necesariamente implica su aumento real, pues deben tomarse en cuenta factores como la depreciación de las monedas, la subida de los precios de los otros productos, e inclusive, el crecimiento de la población. De otra manera, aunque no lo parezca, estaremos comparando peras con manzanas.
En una entrevista que tuve la oportunidad de hacerle a José Gregorio Piña en 2013 y que salió publicada en el segundo número de La Gaceta Económica, revista del PFG de Economía Política de la UBV, tocamos este punto.
Conversábamos, en aquel momento, que si se compara el ingreso petrolero de la última década con el período de Carlos Andrés Pérez (1974-1979, el del boom de La Gran Venezuela Saudita), tenemos que, ciertamente, en los años de Chávez hubo un ingreso, nominalmente hablando, unas ocho veces mayor que en aquella época. Pero en términos reales tenemos que un dólar de los Estados Unidos de América de la década pasada, en promedio, tenía un poder de compra equivalente a 20 centavos con respecto al de los de la década de los 70, es decir, se podía comprar con él apenas un quinto de lo que se podía comprar 30 años antes.
Por otra parte, la población venezolana ha crecido desde entonces en más de un 160%. En 1974 se ubicaba en torno a los 12 millones de personas, la mitad exacta de la del año 2000 y en la actualidad son 29,9 millones, según el INE (censo-2012), 2,6 veces más. En conclusión, cuando cruzamos ambas relaciones –valor real del dólar, crecimiento de la población– tenemos que entonces el dólar de hoy equivale a más o menos 7,5 centavos del dólar de ayer, lo cual quiere decir que dichos ingresos (ocho veces más, en términos nominales) que han ingresado al país, ponderados por los factores antes mencionados, se invierten y, en realidad, tenemos que el ingreso actual es equivalente a la mitad del período CAP I.
El aumento de la población, a su vez, implica una mayor erogación por concepto de inversión social, que como sabemos siempre fue la prioridad del presidente Chávez y sigue siendo la línea de acción del presidente Maduro, no así de los gobiernos de la Cuarta República (en especial los últimos) y mucho menos de los factores políticos hoy agrupados en el oposicionismo, quienes más bien plantean una reducción del gasto al que consideran “excesivo”. Así las cosas, hoy día existen 3 veces más escuelas, universidades y unidades de atención de salud que en la década de los noventa, proporciones similares a las que puede encontrarse en otras áreas. Nada más por concepto de pensiones del IVSS, el Estado eroga anualmente cerca de cien millardos de bolívares. En resumen, no solo es bastante relativo lo de la bonanza histórica del chavismo, sino que durante este se ha tenido que atender una mayor población, necesidades y compromisos.
Esta misma cuenta debe sacarse a la hora de hablar de despilfarro y corrupción de la riqueza. Y es que, sin necesidad de negar la existencia de ambos males, es importante dejar claro que si asumimos que en términos reales el ingreso actual es menor al observado en los períodos de verdadera bonanza económica, considerando el poder adquisitivo del dólar, el crecimiento poblacional y sus demandas, y a su vez cruzamos esto con la cantidad de obras e inversiones realizadas, entonces, eso implica que actualmente existe una menor corrupción y una mayor eficiencia. Es una cuestión de lógica: si en términos reales contamos con menos recursos y con ellos se ha hecho más que prácticamente todos los gobiernos anteriores juntos, y en especial, los de los últimos treinta y tantos años, entonces eso significa que el manejo administrativo ha sido más eficiente y se ha destinado a lo que debe destinarse. Con todos los problemas y debilidades aún por superar en este renglón, esa es una verdad irrefutable.
Lo cual nos lleva a la segunda cuestión que quería plantear a propósito de la gráfica. Y es que además de evidenciar que no es tan cierta la “verdad” de la borrachera de los 100 dólares por barril, al mismo tiempo la misma nos permite relativizar la otra especie según la cual dicha “borrachera” se tradujo en la importación masiva y creciente de una serie de bienes destinados al consumo de la población como parte de la política populista de sobrestimulación de la demanda.
A este respecto, habría ciertamente que decir que durante el chavismo, al menos entre 2003 y 2012, la radical inclusión social de las mayorías anteriormente excluidas, por una activa redistribución progresiva del ingreso, la creación y protección de empleos estables y de calidad, así como de defensa del poder adquisitivo mediante políticas universales de regulación de precios, subsidios y estímulos varios, tuvo como resultado una democratización del consumo entendida como la expansión socialmente transversal del acceso a bienes y servicios. Y también es verdad que para sostener una buena cuota de dicha democratización hubo que apelar a la importación, en parte por la composición precaria y retrasada del aparato “productivo” privado “nacional” incapaz de dar respuesta al estímulo de la demanda, en parte por la cultura rentista del “empresariado” local y en parte también por la actitud retrógrada del mismo, en su mayoría opuesto desde “el vamos a toda iniciativa” que no redundara en la satisfacción inmediata de sus intereses (entre otras razones). Sin embargo, lo que no es cierto, es que dicha importación creciera exponencialmente de manera descontrolada, satisfaciendo una demanda cada vez más voraz de la población alimentada y animada por el populismo manipulador del presidente Chávez.
Y es que, si se observa, no es difícil darse cuenta de que si bien las importaciones medidas en kilogramos (que es una unidad física que permite cuantificar su evolución material) aumentan luego de 2003 hasta 2008, para luego caer ligeramente hacia 2010 y recuperarse hasta el nivel de 2008 en 2012, es, no obstante, su aumento medido en dólares el que crece exponencialmente, dándose el caso de que el último año del presidente Chávez (2012), si bien las importaciones medidas en volumen lucen apenas mayor que en 2003, medidas en dólares son 4,5 veces más caras.
Es importante destacar a este respecto que, contrario a lo que reza el conocido simplismo, el grueso de la asignación de divisas para la importación no se ha hecho al sector público, sino al sector privado. Como demostró la profesora Pasqualina Curcio en su ya célebre trilogía La mano visible del Mercado, publicada en este mismo espacio, en promedio, desde 1999 hasta 2014, se destinaron al sector privado el 94% del total de las divisas del país para la importación, siendo que durante los años 2013 y 2014 las proporciones de divisas liquidadas para el mismo concepto, al mismo sector, fueron 89% y 87%, respectivamente. Al sector público, específicamente a las empresas no financieras (principalmente la empresa La Casa, dedicada a la comercialización de alimentos) se destinó, desde 1999 hasta 2014, el 6% del total de divisas.
Lo que esto quiere decir, entre otras cosas, es que el sobreprecio observado en las importaciones no puede imputársele directamente al sector público, sino más bien al privado, que mediante prácticas fraudulentas tales como sobrefacturación y precios de transferencia (compra intraempresas, es decir, importaciones que principalmente transnacionales se compran a sí mismas de una sucursal a otra), han efectuado un saqueo de las reservas nacionales siguiendo un patrón de comportamiento que, por más peculiaridades que tenga a propósito de la existencia de una renta petrolera, no es exclusivo del mercado venezolano. A este respecto, la responsabilidad del Estado es fundamentalmente (y paradójicamente) de insuficiencia de control, allende, claro, de los casos de corrupción de funcionarios públicos descubiertos y por descubrir.
Habría que concluir diciendo que desmitificar la idea de la borrachera populista del chavismo tiene una importancia capital, por varias razones.
La primera es que permite dar cuenta, de manera más justa, de las virtudes de la política económica y la economía política de Chávez.
La segunda, que nos cura del mal de seguir confundiendo democratización del consumo con consumismo, evitando que cometamos el error histórico de sacrificar las virtudes de lo primero ante las generalizaciones nada inocentes de lo segundo.
La tercera, lleva a poner el acento del debate sobre el despilfarro, la ineficiencia y la corrupción, donde hay que ponerlo: en el sector privado; no por supuesto porque tales males no existan en el sector público, sino porque de hecho existen como condición de posibilidad de la apropiación por parte de unos sectores privados profundamente corruptos que supieron hacer del Estado venezolano, desde el nacimiento mismo de la República, la fuente de su enriquecimiento ilícito.
La cuarta razón, es que dada las múltiples evidencias sobre la magnitud de las cifras apropiadas por los sectores privados vía la manipulación de las importaciones (sin entrar a hablar de la apropiación en bolívares vía la especulación de los precios internos), cuesta creer la especie según la cual dicho sector no produce lo suficiente para cubrir el mercado nacional porque los controles de precio y cambio no les garantizan rentabilidad. De tal manera, y en la medida en que toda la evidencia también demuestra que los desequilibrios de mercado no son provocados por un exceso de demanda, sino por una insuficiencia de oferta a medias deliberada y a medias por la ineficiencia clásica del sector privado “productivo” “nacional”, todo ajuste por el lado de la demanda no solo no tendrá ningún efecto positivo sobre la economía, sino que resulta tremendamente injusto, pues pone a la mayoría honesta y asalariada del país a pagar las cuentas del robo –porque no hay otra forma de decirlo– ejecutado por los pranes de la oferta.
Y quinto y último, aunque no menos importante, ahora que los precios del petróleo se han venido recuperando y ya rondan los 40 dólares, hay que tener más que nunca presente la diferencia entre el comportamiento de las importaciones medidas por cantidades físicas y medidas por dólares o costo en divisas de las mismas. Y es que si se toman medidas orientadas a fortalecer los controles previos y posteriores en materia de precios de transferencia y facturación que tanto CENCOEX como el SENIAT están en la obligación de ejercer, todo lo cual debe hacerse en el marco del tantas veces ofrecido y nunca puesto en práctica presupuesto por divisas, con dicho nivel de precios puede recomponerse la capacidad de compra externa del país, sobre todo tomando en cuenta que la actual sobrevaluación global del dólar se acompaña de una deflación también global de precios, de modo que aunque nos estén entrando menos dólares estos tienen mayor poder adquisitivo en los mercados mundiales y, por tanto, nos brindan mayor capacidad de abastecernos. Pero para esto último hace falta regulación pública, pues si se deja el asunto en las manos visibles de los dueños de los mercados, el efecto será el contrario.