Otro intento de fusilamiento político de Lula
El viernes último vimos como Luiz Inácio “Lula” Da Silva –desde el 2003 al 2011 presidente brasileño- era detenido y conducido por la fuerza (por nada menos que 200 policías) a prestar declaración. Se trata del presidente brasileño más exitoso de toda la historia: según cifras de organismos internacionales logró sacar de la pobreza a 28 millones de personas.
Nunca había sido citado y se lo detuvo bajo la figura de “declaración coercitiva”. No quedan dudas que fue un “show” legal destinado a producir efectos políticos nacionales e internacionales y a influir en la conformación de un imaginario colectivo contra su persona.
La acción de la Policía Federal en contra de Lula —en su casa, en la de su hijo, en el Instituto Lula- ya había sido anunciada por un periodista de Rede Globo varias horas antes por internet.
Este es un globo de ensayo que seguramente se repetirá en algún otro país, donde algún fiscal, algún juez, un aparato policial, diputados y senadores sin ética ni moral, y la prensa hegemónica, se prestarán para llevar adelante estas escaramuzas desestabilizadoras de gobiernos constitucionales.
Sumida en la desesperación, la derecha busca la comunión de todo lo que tiene a su alcance: sectores de la justicia, de la Policía Federal, los grandes medios de comunicación privada para acabar con Lula, en una campaña sucia, con declaraciones falsas -desmentidas enseguida-, pero mantenidas por los medios privados como si fueran reales.
Esta inédita operación es una clara demostración de la fuerza institucional de la Operación Lava Jato y un refuerzo simbólico, utilizado hasta el cansancio por los cartelizados medios brasileños e internacionales, al movimiento que pide la salida del gobierno del PT del poder. ¿Casualidad? Ocurre justo cuando Lula anunció públicamente su disposición de ir al enfrentamiento.
Desde el inicio, a Operación Lava Jato fue una construcción inteligentemente orquestada para matar políticamente a Lula y, por su intermedio, al Partido de los Trabajadores, al gobierno de Dilma Rousseff y al conjunto de la izquierda brasileña, con una ruta trazada por el juez Sergio Moro.
En un artículo escrito en 2004 (Considerações sobre a “Mani Pulite) Moro mostraba sus ideas sobre procedimientos totalitarios – presión previa a la condena, recorte selectivo de la investigación y la delegación premiada, un método de tortura y chantaje para obtener confesiones que incriminen a adversarios- y exhortaba a la subversión autoritaria del poder judicial para alcanzar blancos y objetivos específicos y al uso de la prensa para la intoxicación de la atmósfera política.
Y las arbitrariedades cometidas durante toda la operación contra el orden jurídico y democrático, por sectores de la justicia, el Ministerio Público y de la Policía Federal, fueron ganando “legitimidad” por la fuerza intimidatoria de la prensa hegemónica que naturaliza los abusos, recuerda Jefferson Miola. Reivindicar el debido proceso legal, por ejemplo, se transformó en sinónimo de complicidad con la corrupción.
Ya la presión no la hacen solo contra Lula, sino también contra su familia. A fondo, cuando Lula se mostró dispuesto a ser nuevamente candidato en 2018. Quien fuera –hace 35 años atrás- el líder de las grandes huelgas metalúrgicas; el fundador del Partido de los Trabajadores (PT) que lo llevó a ser presidente durante dos períodos, conserva una imagen positiva que ronda el 40%. Es el candidato más firme para suceder a Dilma Rousseff.
La obsesión de la campaña de la derecha contra Lula revela el tamaño del pánico que tienen ante la posibilidad del retorno de Lula a la presidencia y esta vez el poder fáctico sabe que ya no será Lulinha paz y amor sino que irá hasta el final y al fondo, hasta lograr que pierdan el control del Estado, que han mantenido durante lustros, tanto por medio de elecciones, dictaduras o imposiciones del mercado.
Lula no podrá reeditar al Lula de 2003: las condiciones internacional cambiaron para peor. En aquellos años de Lulinha paz y amor decía que nunca los ricos habían ganado tanto y nunca los pobre sabían mejorado tanto. Hoy las condiciones no permiten una situación en la que ganen todos al mismo tiempo.
La derecha sabe bien que Lula es el único político que puede reunificar a un país dividido y enfrentado, gracias a esta campaña de desestabilización que ya lleva más dos años. Es el único con el prestigio, asentado en el imaginario colectivo, de haber sido el líder del mejor momento de la historia de Brasil, promotor de la imagen de su país en el mundo, como nunca había ocurrido. Y es quien puede recuperar para el gobierno la confianza que hoy le hace falta, no solo de parte del empresariado sino también del pueblo.
Pero ahora la derecha ha creado un punto de no retorno en su esfuerzo por impedir que las fuerzas progresistas sigan gobernando el país. O tratan de mantener a Lula preso, desgastar su imagen con acusaciones sin pruebas o lo liberan y Lula hablará, aún con más fuerza, en contra de las persecuciones contra él.
Quizá porque quienes gobernaron en nombre de los trabajadores no fueron “hasta el hueso” en los cambios realizados, los dueños del gran capital vienen por la consolidación, recuperación plena y amplificación de sus tradicionales privilegios.
Y el fiel de la balanza estará en la calle. La misma calle desde donde los movimientos sociales llevaron al PT y a Lula al poder y que ahora tiene la posibilidad y necesidad de enfrentar nuevamente al poder fáctico.