Venezuela (o la política venezolana) hacia el 6D

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Marcos Salgado |

Capriles inscribió más de 200 candidatos a través de un nuevo partido “La Fuerza del Cambio”, también se presentaron los partidos políticos que participan en la Mesa de Diálogo Nacional. Sectores que en las últimas elecciones, las presidenciales de 2018, sumaron unos 3 millones de votos, un número nada desdeñable.

El primer gran interrogante de este nuevo escenario electoral es cuántos votos podrá arrancar el partido de Capriles al abstencionismo promovido por Guaidó y los Estados Unidos. La estrategia del guaidosismo no cambió luego del desplante de Capriles: en una especie de entrevista y video conferencia con el “embajador” de Estados Unidos para Venezuela, James Story, se aseguró que seguirán adelante con la movida destituyente. Es decir, mantendrán el llamado a no votar y desconocerán la Asamblea Nacional resultante de estos comicios, parapetados en un “Pacto Unitario” que, ya se ve, unitario no es.

Diosdado Cabello encabeza las listas del PSUV.

Para la entente Guaidó-Dirigencias de partidos de derecha tradicionales-Departamento de Estado, Capriles, dos veces candidato a presidente derrotado, en 2012 y 2013, pero a la vez un referente con capital político propio en la oposición, es desde ahora un “traidor”. Esto profundiza el sálvese quien pueda en la oposición y pone una vez más al electorado opositor en la disyuntiva de participar o no, ahora con una oferta más atractiva que la del 2018.

“Ellos dicen que son mayoría, si son mayoría, deberían ganar”, dijo sobre la oposición Diosdado Cabello, tras inscribir las candidaturas del Partido Socialista Unido de Venezuela y aliados. El número dos del chavismo recupera su habitual crítica punzante después de un duro trance a manos de la COVID-19. Cabello encabezará la lista nacional del oficialismo. Esta lista es una novedad para el 6D. Se trata de una “sábana” con 48 nombres, para igual cantidad de bancas que se repartirán por sistema D’Hondt según la suma de votos de los candidatos de cada partido en cada circunscripción electoral.

Jorge Rodriguez, de negociador a candidato.

El Partido Socialista Unido de Venezuela, es el más grande del país y es, además, una aceitada maquinaria electoral. Además de Diosdado, las listas del oficialismo estarán encabezadas por personajes muy conocidos, de primera línea, como algunos ministros que acaban de dejar sus cargos (entre ellos Jorge Rodríguez, jefe del diálogo por parte del gobierno).

En principio, el oficialismo aparece cerca de asegurarse el bloque más numeroso en la nueva Asamblea Nacional a partir del 5 de enero de 2021. Y así garantizar también la presidencia del Parlamento. Eso sin duda sería una victoria en toda la línea para el gobierno, aún cuando no logre mayoría propia.

¿Y la gente?

Más allá (o más acá) de las especulaciones hacia el 6D, cabe agregar otro signo de interrogación. Tal vez el más grande, por lo importante: ¿cuál es la temperatura, el estado de ánimo del electorado?

Una encuesta de Hinterlaces, una consultora que ha sabido ser de referencia en despachos gubernamentales presentó un estudio de opinión realizado en julio, que asegura que un 37 por ciento de la población se considera chavista, un 16 por ciento de oposición y casi la mitad se define ni chavista ni opositor.

Cifras bastante extrañas en un país al que normalmente se considera muy polarizado. Cabe preguntarse si esa polarización es, en realidad, un reflejo del pasado y la crisis económica, las penurias por el bloqueo de Estados Unidos (de nuevo aparecieron grandes colas para cargar combustible en Caracas, una postal común en el resto del país) y las consecuencias de la pandemia en la economía informal campean ahora dejando la puja electoral en un segundo plano.

¿Será la despolarización lo primero que tendrán que enfrentar las fuerzas en pugna para las parlamentarias de diciembre? ¿Y si la movilización electoral es clave para lado y lado: cómo lo lograrán en plena pandemia por la COVID-19?

Muchas preguntas, pero una cosa sí parece cierta: el solo hecho de la realización de una elección que resultará (escaños más, escaños menos) en una Asamblea Nacional variopinta, le da aire y cierto control de la arena política al gobierno de Nicolás Maduro, y profundiza la historia sin fin de la división opositora, que paga las consecuencias de su apuro por terminar con el chavismo, así sea a costo de dejar tierra arrasada.