Otra cultura: sobre héroes y tumbas
CRISTIÁN JOEL SÁNCHEZ | Ese poeta sublime de la música que es Patricio Manns, escribió, cantó, ensalzó a los héroes populares que desde una vernácula lucha por la tierra hoyada por los invasores, entregaron sus vidas desdibujadas por la neblina de la historia oficial que los ha reducido siempre al anonimato. Héroes simples, o simples héroes y heroínas, si usted quiere.
Cristián Joel Sánchez – Sur y Sur
Como aquel Ascanio Zarzalla, “que amarró una nube al sueño, que soltó el sueño a su metralla, y la metralla al empeño…¡hasta pasarse de agallas!” Es el canto del poeta a la valentía desesperanzada que muestra a un hombre que derrocha cojones en el minuto glorioso de su muerte.
Hace un par de días, otro hombre enfrentó el mismo momento trascendental parado ante el más moderno aparataje creado para matar, la sofisticación máxima de las armas acompañadas de detectores siderales que, como ojos colgados del cielo satelital y más omnipotentes que la mirada de Dios, escrutan día y noche cada rincón del planeta, listos a defender el sacrosanto imperio del norte del planeta que hoy se impone sin contrapeso en todos los rincones de la tierra.
Es difícil expresar un postrer homenaje a un hombre como Alfonso Cano, que vivió sus últimos años un poco a contrapelo de la realidad objetiva por la cual transcurre hoy América y quizás si el mundo. Es difícil porque muchos, quizás si también usted que lee con paciencia estas líneas, han terminado por creer honestamente aquello que nos vienen martillando desde todos los ángulos, luego del derrumbe del socialismo que se había desarrollado por más de medio siglo en el este de Europa.
Terminado el precario, pero efectivo, escenario de los dos polos, los vencedores imponen a la humanidad este nuevo concepto que declara obsoleta y terrorista la forma como Cano y sus hombres se rebelaran contra el nuevo orden.
No importa la moral de estos vencedores a los que les cayó el triunfo sin haber ganado ninguna batalla, sin tener ni siquiera lo que Unamuno llamó “la razón y el derecho en la lucha”. Ellos avanzan hoy por el mundo bajo la política de “tierra quemada” y contra el monstruoso aparato de guerra de la OTAN, del que participa todo el norte del planeta —casualmente el eje del dominio económico sobre el sur atribulado y empobrecido— no existe región, ni pueblo, ni hombres elevados a la estatura de líderes, que se les pueda resistir.
En las oficinas de Wáshington se decide hoy, sin contrapeso, quienes deben morir y dónde hay que poner la bota de sus militares. Lo experimenta en este mismo instante todo el Medio Oriente ante la mirada impotente de una Rusia transformada en un montón de republiquetas, lejos del poderío que tuvo alguna vez la Unión Soviética. Y ante la indiferencia china, ahora una nación introvertida a su propio desarrollo económico, lejos también del internacionalismo que les legara alguna vez el gran Mao.
En América Latina, sin la base ideológica por el traspié que significó el fracaso del experimento del llamado socialismo real, y desaparecidas las dictaduras militares que hoy ya no le sirven al imperio del norte, las guerrillas perdieron su razón de ser y deben también desaparecer de la faz del continente. Lo dice el status, la iglesia, los políticos de todos los pelajes, lo impone la sociedad nueva surgida del fin de la guerra fría. Lo dice, en fin, la lógica que mueve hoy al espíritu del tiempo.
Yo no lo creo, porque pienso que quizás si todo sea sólo cuestión de tiempo, ya que el fondo de la contradicción sigue ahí incólume. Pero no me haga caso. Soy apenas un relicto intelectual de los ideales de otra época, así como Alfonso Cano, el jefe de las FARC abatido hace unos días y objeto de mi homenaje, era parte, dirán muchos, de una anacrónica forma de rebelión de los pueblos.
Los árboles mueren de pie
Hermoso título de la obra de Alejandro Casona. También hay hombres que mueren de pie. El suelo latinoamericano está sembrado de estos héroes, muchos de ellos anónimos. Otros, por fortuna, son mundialmente conocidos y admirados, como el presidente Allende que, con 30 de sus camaradas y una metralleta en la mano, defendió la dignidad de su pueblo por varias horas frente a cientos de soldados pertrechados de la misma forma que allá en el Cauca.
Un 11 de septiembre de 1973 también estos hombres demostraron de qué lado estaban los cojones.
Al terminar lo digo de verdad: no sé si el camino elegido por Alfonso Cano y por el cual cayera acribillado en la espesura colombiana, logrará algún día traer justicia a su pueblo atribulado. No sé tampoco si los ideales que los impulsaran a él y a sus hombres a tomar las armas se han desfasado del momento histórico por el que pasa el mundo post socialismo, como muchos teóricos lo sostienen. Menos puedo yo saber si son ellos el alfa o el omega de una historia que nace o de una historia que muere. Las respuestas las traerá, sin duda, la experiencia que es el laboratorio de las ideas, según el axioma marxista. De verdad, insisto, no lo sé.
Sólo quiero dejar aquí consignado mi homenaje al hombre que, rodeado de tres camaradas, más su amada —que cayera también con él—, se jugó su destino final allá, en la selva de su país, donde combatiera por años armado de su fusil, pero también de su esperanza en un futuro mejor para su patria. Un homenaje a la valentía de un líder consecuente que hace unos días enfrentó su última batalla como el Ascanio de Patricio Manns, es decir … hasta pasarse de agallas.