60 años de investigación en resistencia avalan a las vacunas cubanas

Foto: Cubadebate

Rosa Raydán | 

Aunque a la prensa hegemónica le cueste no hablar mal de Cuba, en este caso del absoluto silencio han pasado a la crónica con coqueteo. No porque sientan mayor empatía con el país socialista que por reacción natural les asquea, sino porque las muestras de su actual proeza científica son absolutamente robustas, y mucho más en condiciones de bloqueo.

The Washington Post, The New York Times y CNN son solo tres de las grandes empresas de comunicación que han dedicado reportajes al tema, “develando” a su público lo que es de conocimiento público: que a pesar de las duras condiciones económicas que el país ha tenido que enfrentar durante más de medio siglo, la medicina cubana es de primer nivel, y que en lo que respecta específicamente al tema que hoy nos convoca, el desarrollo de medicamentos, poseer una infraestructura y un knowhow de probada eficacia con seis décadas de experiencia.

Y lo más doloroso para la gran prensa: esta historia comenzó en 1962 como consecuencia directa del triunfo de la Revolución Cubana. Viajemos hasta allá.

Llegó Fidel

La fecha oficial del triunfo de la Revolución Cubana fue el 1 de enero de 1959, fecha en que las tropas guerrilleras comandadas por Fidel Castro entraron a La Habana y conminaron a la huida al entonces dictador Fulgencio Batista.

Cuba era entonces una isla convertida en resort vacacional para los ricos de Estados Unidos, y más allá de su industria turística dedicada a ese target, el grueso de su población estaba sumida en un completo atraso en lo que respecta a todos los derechos sociales, entre ellos, naturalmente, la salud.

Los barbudos con Fidel a la cabeza asaltaron el poder prometiendo subvertir esa realidad, pero se presentaba un contexto convulso, un país en banca rota, una tenaz oposición interna que rápidamente emprendió su éxodo, una mucho más tenaz oposición externa de vocación terrorista, medidas de emergencia en todos los ámbitos de la vida social y como corolario el inicio del embargo económico por parte de Estados Unidos en octubre de 1960 como iniciativa del presidente Dwight D. Eisenhower para intentar doblegar la vocación socialista del incipiente gobierno rebelde.

No obstante, la Revolución tenía un mapa de ruta claro. En 1962 se dio a la tarea de emprender el Programa de Inmunización de Cuba, y con esto su primera gran campaña de vacunación. Para entonces, las enfermedades transmisibles —entre ellas las prevenibles por vacunas— eran la principal causa de morbilidad y mortalidad en la población infantil.

Gracias a esta primera campaña la isla se convirtió en el primer país en erradicar la poliomielitis. Dio así frutos un esfuerzo que convocó a todos los sectores del país; empero, en el balance posterior a este esfuerzo los líderes revolucionarios coincidieron en que no podían conformarse solo con aplicar vacunas, sino que debían producirlas con total soberanía. Esto porque en un país bloqueado cualquier recurso que no es autónomo es automáticamente finito.

De modo que, apostando a una política pública estructural de innovación médica, con el pasar de los años se fue construyendo una plataforma que hoy agrupa a 32 empresas estatales donde hacen vida más de 10 mil trabajadoras y trabajadores con dedicación exclusiva a la producción de medicinas y vacunas.

A partir del esquema usado en el país antillano para la inmunización colectiva contra 13 enfermedades, de once vacunas que se aplican, ocho son producidas de forma soberana dentro del territorio y con sus propios recursos. Su cobertura de inmunización es superior al 98 por ciento, todo esto avalado por la OMS, afirman datos del grupo BioCubaFarma. Entre los avales de la isla en lo que respecta a esta materia se cuentan la vacuna antimeningocócica BC, única en el mundo con eficacia probada para combatir la meningitis B y C; la Heberbiovac HB, vacuna preventiva recombinable contra la hepatitis b, y más recientemente dos fármacos contra el cáncer: el CIMAher, medicamento inmunoterapéutico contra el cáncer de páncreas y el CIMAvax-EGF, primera vacuna terapéutica contra el cáncer de pulmón de células no pequeñas.

“Su organización y ejecución ininterrumpida han permitido que seis enfermedades, dos formas clínicas graves y dos complicaciones graves estén eliminadas, y las restantes mantengan tasas de incidencia y mortalidad que no constituyen un problema de salud”, dicen en artículo publicado en la Revista Panamericana de Salud en 2018 titulado Experiencia cubana en inmunización, 1962–2016.

Anualmente, en Cuba se administran, en promedio, 4.800.000 dosis de vacunas simples o combinadas incluida una pentavalente cuyos cinco componentes se producen en el país. Resultados recientes de investigaciones cubanas han incidido en el Programa Mundial de Erradicación. La vacunación universal antihepatitis B a las 24 horas después del nacimiento se cumplió 19 años antes de la meta fijada por la OMS empleando una vacuna nacional.

“En Cuba, la vacunación es gratuita, de acceso universal, está integrada en la atención primaria de salud, y el compromiso y la voluntad política con la salud de la población se vehiculizan mediante un sistema de salud integral. La información y la vigilancia epidemiológica son sistemáticas, confiables y sensibles. Se alcanzan coberturas de vacunación por encima de 98% en todas las vacunas y la población tiene un nivel inmunitario alto”, destaca el texto.

Vacunas que suman al PIB

También es importante decir que los fármacos cubanos no solo están dedicados a satisfacer su demanda interna sino igualmente a la exportación, con criterio humanitario pero también comercial. Los ingresos de la isla por la venta de medicamentos forman parte importante de su producto interno bruto.

Los profesionales cubanos han recibido diez medallas de oro de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) durante 26 años; sus productos biotecnológicos se exportaban a 49 países antes de la pandemia, incluidas las vacunas utilizadas en los programas de inmunización infantil en América Latina.

Experiencias en países de los cinco continentes hablan de la efectividad de los fármacos cubanos. Incluso en Estados Unidos, donde desde 2017, específicamente en la ciudad de Nueva York se trabaja con el medicamento Cimavax para el cáncer de pulmón con resultados exitosos.

Con ese prontuario Cuba llega a marzo de 2020, cuando el nuevo coronavirus toma al mundo por asalto. Conscientes de la necesidad de trabajar en una vacuna soberana, se unen tres equipos, el del Instituto Carlos Finlay de Vacunas (IFV), que lidera, junto a laboratorios del Centro de Inmunología Molecular y la Universidad de La Habana. La partida fue cantada por el propio presidente Miguel Díaz Canel en reunión con el grupo élite el 19 de mayo de 2020. Desde entonces, cinco vacunas se han desarrollado y dos ya están a punto de ser aprobadas para su uso masivo, incluyendo una que será producida en Venezuela.

Detalla un reportaje de Cuba debate que Cuba produce cinco vacunas en dos instituciones diferentes como un plan estratégico para no competir en recursos y lograr un rango de acción más amplio.

Son: las vacunas Soberana 1, Soberana 2 y Soberana Plus, del Instituto Finlay en alianza con el Centro de Inmunología Molecular (CIM) y el Centro de Biopreparados; y los sueros Abdala y Mambisa, provenientes de los laboratorios del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB).

De estas vacunas, ya están en fase 3 de pruebas la Soberana 2 y la Abdala. Esta última se producirá en laboratorios venezolanos para sumarse al esquema de inmunización nacional. Además, también está previsto que se envíen a México, Jamaica, Vietnam, India, Pakistán así como a los 55 países de la Unión Africana.

Todo indica que las vacunas cubanas, únicas hasta ahora desarrolladas en América Latina, se encaminan a instituirse como las vacunas de los pueblos del Sur. Otra página más para la historia de la medicina cubana, un portento de la innovación en resistencia.

Sexta vacuna

Además de los cinco sueros cuyo desarrollo ya está encaminado, Cuba prepara una sexta vacuna en colaboración con China, y está especialmente pensada en atacar las nuevas cepas del virus que puedan aparecer progresivamente.
El CIGB de Cuba se ha asociado con colegas del gigante asiático para trabajar en un nuevo suero llamado Pan-Corona, que utilizará partes del virus que se conservan, no expuestos a variaciones, para generar anticuerpos, combinados con partes dirigidas a respuestas celulares.

En este proyecto los cubanos aportan la experiencia y el personal, mientras que los chinos aportan los equipos y recursos. La investigación se llevará a cabo en el Centro Conjunto de Innovación Biotecnológica de Yongzhou, en la provincia china de Hunan, que se instauró el año pasado con equipos y laboratorios diseñados por especialistas cubanos.

Gerardo Guillén, director de ciencias biomédicas del CIGB, afirmó que la propuesta “podría proteger contra emergencias epidemiológicas de nuevas cepas de coronavirus que puedan darse en el futuro”, reseñó Cubadebate. El proyecto se basa en casi dos décadas de colaboración en ciencias médicas entre Cuba y China, incluidas cinco empresas conjuntas en el sector biotecnológico.