Una sábana blanca en el balcón

JOAQUÍN MAYORDOMO | Es curioso: cuidamos el coche, al que “religiosamente” llevamos al taller cuando se nos propone en el manual de instrucciones; sacamos al perro a pasear cada día sin que nadie nos mande; nos preocupamos a diario de nuestro atuendo, a veces de forma obsesiva…

Cuarto Poder

Pero descuidamos la salud. Y ahora parece que también “descuidamos” a los profesionales sanitarios que nos cuidan y cuidan de ella. Como todo el mundo sabe, la sanidad madrileña está en huelga. Y, a pesar de su atomización sindical —los sindicatos de clase (CC OO, UGT, CSIT-UP) y los profesionales (SATSE, de enfermería; AMYTS, de médicos; y USAE, de auxiliares de enfermería) e incluso la Asociación de Facultativos Especialistas de Madrid (AFEM)—, todos , todos se han puesto de acuerdo para protestar por el desmantelamiento del sistema sanitario público. Porque se trata de su supervivencia. Y es que si Madrid pierde, España seguro que perderá también.

Ayer, varios miles de sanitarios en huelga se acercaron a la Asamblea de Madrid donde se debatían los presupuestos del próximo año. Algunos de ellos accedieron a las tribunas de visitantes. Y a sus señorías, quizá porque les sacaron los colores, no le gustó tanta presencia de “batas blancas” por lo que inmediatamente suspendieron la sesión y ordenaron el desalojo. Antes, en la calle, al menos un manifestante fue detenido; un síntoma claro de que la represión cobra cuerpo. Y la crisis se ahonda. Los sindicatos de la Mesa Sectorial han convocado dos nuevos días de huelga: los día 19 y 20 de este mes. Es decir, los ciudadanos de Madrid, con sus sanitarios al frente, parece que no van a ceder a las pretensiones del Gobierno del PP de privatizar su salud.

El Plan de Medidas de Garantía de la Sostenibilidad del Sistema Sanitario Público, presentado el 31 de octubre pasado junto a los Presupuestos de 2013 de la Comunidad de Madrid, contempla, entre otras propuestas, la privatización de 6 hospitales públicos y de 27 centros de salud. Y dado que tanto el presidente, Ignacio González, como el consejero de Sanidad, Javier Fernández-Lasquetty siguen reiterando su disposición a llevarlo adelante y a no negociar —ni “a bajarse del burro”, como se suele decir—, a los madrileños no les va a quedar mas remedio que luchar hasta el fin contra el atropello, si no quieren ver pisoteado uno de sus derechos; el derecho a tener una asistencia sanitaria, universal y gratuita para todos.

Sí, porque atropello es el desmantelamiento de nuestro Sistema Sanitario Público (SSP); uno de los mejores del mundo, al menos hasta hace unos meses. Y no se hace por una cuestión de eficacia o ahorro económico (que vaya a costarle al contribuyente menos dinero la sanidad si ésta fuese privada) como quieren hacer creer, sino por algo más grave, de profundo calado y, desde luego, más injusto. Se privatiza por una cuestión ideológica y de poder. “Le recuerdo que nosotros somos el Gobierno apoyado por un 53% de los madrileños”, ha declarado Fernández-Lasquetty a El País, por si a alguien le quedaban dudas de lo que piensa hacer el PP. Y si algún día se sentara a hablar con el personal sanitario, sólo lo haría, explica, para ver “cómo se puede aplicar el plan”, concluye el consejero.

Quienes ostentan actualmente el poder en la Comunidad de Madrid, el PP y los lobbys económicos que le apoyan, no están dispuestos a dejar pasar la ocasión de hacer negocio y sacar provecho de una situación de debilidad económica como la que ahora atraviesa el Estado español. Dicho en román paladino, es como si hubiese una colonia de buitres aguardando a que se debilite la presa para atacarla. Así de sencillo. ¿No es indignante? ¿No es cruel que quieran hacer negocio con algo tan serio como es la salud, la enfermedad, el dolor?

Es falso que al Estado le cueste menos dinero la gestión de los hospitales y centros de salud si los gestiona una empresa privada. Existen ejemplos que así lo acreditan. Si el Estado paga menos por asegurado (aseguran los gobernantes del PP) a quienes se quedan con estos centros para explotarlos (no se olvide que la razón principal de una empresa privada es obtener beneficios) que cuando se trata de un hospital público, es, seguro, porque las prestaciones que el usuario recibe son menos que las que recibiría si el hospital fuera público… o porque la empresa privada “estrujará” la plantilla, o porque a sus trabajadores les pagará mucho menos y les hará trabajar más. Así fue en Alzira, uno de los primeros “ensayos” de privatización que se hicieron en España en 1999, y así ha ocurrido en otros hospitales, como el Hospital de Alcorcón, y ocurrirá en el futuro en todos aquellos centros hospitalarios que caigan en manos privadas que, insisto, son manos a las que sólo les mueve el negocio, pues nadie se cree que invertirán capital en salud, si no es para obtener beneficio.

En España, la sanidad pública, como acaba de decir Esperanza Aguirre, está a punto de morir de éxito. Y sus gestores políticos, en vez de tomar medidas para que esto no ocurra, promoviendo el rigor, exigiendo la profesionalidad, controlando el gasto, fomentando la inspección, pidiéndole a los profesionales la correspondiente dedicación y a los usuarios más respeto a “su” sistema sanitario, lo que hacen es tirar por la calle de en medio y desmantelar el sistema y, en un última instancia, como si de una feria se tratase, ofertárselo a la rapiña depredadora del capital. Es cierto que se han cometido errores en la gestión del SSP; todo el mundo apreciaba la sanidad pública española pero muy pocos la cuidaban. Durante años ha sido un saco sin fondo en el que no había manera de controlar el gasto. Desde el descontrol en el uso del material fungible, pasando por el dispendio y abuso en la dispensación de fármacos, hasta llegar, en algunos casos, a construir hospitales allí dónde no hacían falta, sólo por contentar a unos pocos. Parecía que nunca iba a llegar el momento de apretarse el cinturón. Durante años el crecimiento en el gasto superó con creces el crecimiento del PIB; la deuda iba engordando hasta convertirse en endémica y así, es cierto, ya no se puede seguir. Pero, de ahí a enarbolar la bandera del “esto no sirve, esto no funciona” para proceder a la privatización de la sanidad, hay un trecho. Y esto es lo que hoy está en juego en Madrid y lo que los profesionales sanitarios madrileños no parecen dispuestos a permitir.

De modo que, ahora, en tanto que la Administración madrileña censura, reprime o quita las pancartas que les molestan, los profesionales sanitarios han pedido a la población que coloque en sus balcones y ventanas sábanas o ropa blanca, con el fin de llamar la atención sobre la situación. ¿Se imaginan Madrid saliendo en todos los informativos del mundo, “decorado” con sábanas blancas? ¿Y si fuera así en toda España? Que el ciudadano-usuario que cree en la sanidad pública se conciencie y no deje solos a sus médicos, enfermeras y personal sanitario inmerso en esta batalla. Ese es el mensaje de quienes hacen la huelga. No sea que ocurra como cuando antes de celebrarse las últimas elecciones generales circulaba el rumor de que “había que votar al PP porque eran ellos, los populares, los que tenían el dinero y, consiguientemente, los que crearían después, cuando ganasen, los puestos de trabajo”. Pues ya ven…

Si se colocasen sábanas blancas en todos los balcones de España como respuesta a la privatización sanitaria que promueve el PP, quizá se pudiese parar esta marabunta. No será más que un gesto pacífico frente a las prohibiciones y el cinismo verbal de los populares, pero quizá suficiente. El Madrid sanitario está mostrando estos días al resto de España qué es resistir a la sinrazón y a la injusticia.