Recortar el gasto público, una idea realmente mala

Luis Salas Rodríguez

Imaginemos que usted es de los que piensan que en este contexto de “crisis” el gobierno debe reducir el gasto público. Y es que ¿quién no entiende esto? Es como lo que pasa en una casa correctamente administrada: si hay menos ingresos, deben haber menos gastos, no más. No hay vuelta que darle: necesitamos un gobierno que se comprometa a reducir el gasto e incluso tener superávits. Eso lo dijo un “experto” y una candidata de la oposición. De tal suerte, para usted, debemos darle una oportunidad para gobernar, o al menos, tener poder  de limitar la política de “gastos” del gobierno en la Asamblea Nacional, porque, evidentemente, se trata de gente que sabe y está en sintonía con lo que usted piensa.

Pero veamos que tan buena idea es.

Pues bien, este razonamiento según el cual en período de crisis se impone la austeridad presupuestaria expresada como recortes y ajustes, calza perfectamente en la clasificación de lo que Paul Krugman –Nobel de economía en 2008- llama grandes ideas realmente malas. Una gran idea realmente mala es aquella que, para serlo, debe cumplir con los siguientes requisitos: En primer lugar, apelar a los prejuicios de la Gente Muy Seria, haciendo lucir a quien la defiende más inteligente y listo que el resto de los mortales. En segundo lugar, recurrir a figuras retóricas -preferiblemente metáforas- de gran envergadura para hacerse a entender, pero haciendo el esfuerzo de rehuir los detalles técnicos que deberían validar la lógica de lo planteado. Y por último, pero no menos importante,  absolver a los intereses corporativos y a la gente rica de toda responsabilidad sobre lo que haya salido mal, y pedir en cambio que sea la gente corriente la que tome decisiones difíciles y haga los sacrificios.

Sin embargo, lo más asombroso de las grandes ideas realmente malas es que por muchas pruebas en contra que se presenten, por muy estrepitosa y frecuentemente que las predicciones basadas en esas ideas hayan fallado, siempre regresan. Y siguen siendo capaces de deformar la política.

La inconveniencia de la conseja según la cual hay que disminuir el gasto público para reducir el déficit fiscal o de que el Estado debe ahorra en un contexto de disminución de ingresos fiscales, puede explicarse fácilmente con la paradoja de los agregados de Keynes. La paradoja de los agregados es una versión dentro de la teoría económica, de las falacias de composición en el mundo de lógica. Una falacia de composición es aquel tipo de razonamiento que parte del error de suponer que lo que es bueno o funciona para una parte, lo es o hace necesariamente para el todo. La falacia, en este sentido, es suponer que el comportamiento individual que en un contexto de “vacas flacas” puede ser beneficioso para un agente, lo es del mismo modo cuando es aplicado por todos los agentes, incluyendo al Estado. Es decir, siempre será deseable que los individuos ahorren porque esto, en teoría, genera el capital suficiente para que la inversión se dinamice y se desarrolle la producción. No obstante, si todos los agentes en la sociedad deciden adoptar ese comportamiento a la vez, entonces el exceso de ahorro se traduce en déficit de inversión que deprimirá el consumo, y por lo tanto, las ventas de las empresas y el empleo, con lo cual el ingreso de los hogares se reducirán dando como resultado un nivel de ahorro agregado menor al que inicialmente los individuos cada cual por su lado deseaban.unnamed

De la misma forma, es natural que un agente sea más precavido en momentos de inestabilidad económica y reduzca su consumo e inversión. Ahora bien, de llegarse a la situación antes descrita donde nadie consume, las empresas no venden, no invierten y por lo tanto el ingreso y el consumo nacional disminuyen, ¿cómo romper con ese círculo vicioso para que no profundice la crisis? La única forma es que alguno de los agentes de la sociedad haga exactamente lo contrario a los demás, es decir, se necesita que alguien se endeude, consuma e invierta, de forma que rompa el círculo vicioso y recupere la confianza de la economía. Y el único agente que lo puede hacer es el Estado a través del gasto público.

No está de más a este respecto aclarar dos cositas. La primera, que la expresión tecnócrata “gasto público” suele incluir muchos renglones que no deben contar como gastos sino como inversión, así sea el caso que su retorno a las arcas del Estado no sea monetario en sentido estricto o en el corto plazo. Ese es el caso de la salud y la educación, así como las pensiones  y muchos subsidios. Y la segunda, que contrario a lo que suele pasar con una familia en una situación difícil o que ve disminuir sus ingresos, en el ámbito de la economía nacional es el volumen de gastos el que determina el nivel de ingresos y, por tanto, las posibilidades de ahorro. Esta es la paradoja de la austeridad, lo que los economistas críticos europeos llaman el austericidio. Y es que como se dijo líneas atrás, la austeridad deriva en una baja de las ventas que lleve a las empresas a reducir personal y posponer sus planes de inversión, provocando una baja en el nivel general de los ingresos, que termina derrumbando el presupuesto y ahorro nacionales. Esto no quiere decir desde luego que un Estado no deba ser responsable presupuestariamente hablando o que pueda gastar al infinito y no ahorrar. El Estado debe y puede ahorrar, debe ser eficiente y planificado en el gasto y la inversión, lo que incluye evitar gastos superfluos o innecesarios. Pero mientras una familia normal por lo general sólo puede ahorrar más reduciendo el consumo, el país y el Estado crea posibilidades de ahorro aumentando su inversión. A lo que debe estar especialmente atento es a la diversificación de las fuentes recaudativas y la lucha contra la evasión fiscal.

Así las cosas, si usted es un convencido de esta gran mala idea piénselo mejor. Tal vez, por cierto, le interese saber que, en mayor o menor medida, todos los países tienen déficit fiscales. En el caso de los Estados Unidos, por ejemplo, es de 4% del PIB, diez puntos por debajo del venezolano. Sin embargo, la diferencia entre ellos y nosotros no la hace la disciplina fiscal. Por vía de esta última el gobierno de Obama ciertamente se ha planteado como meta recortar 1,2 billones de dólares hasta el 2023 solo por concepto de salud y educación. Sin embargo, a la reducción déficit lo acompaña un incremento sustancial de la deuda pública, la cual actualmente se ubica en torno al 96% del PIB. Y si le sumamos la privada externa en un 106%. Pero la de otro país hipercapitalista, hiperdisciplinado y del primer mundo como Inglaterra de hecho es mayor: 406%. Y en el caso de los austeros alemanes de 142%. En cambio, la deuda externa venezolana asciende cuando mucho al 30% del PIB. De tal suerte, puede que después de todo no seamos tan indisciplinados ni botaratas como nos pinta, siendo la diferencia más bien la negativa de poner a sufrir a las mayorías para pagar los privilegios de las minorías, que es la tendencia en casi todas partes del mundo.