¿Otro cáncer más?

MARCOS SALGADO | Los periodistas acreditados en la Casa Rosada en Buenos Aires jamás imaginaron que la convocatoria del vocero presidencial era para tamaña noticia. De hecho, ni siquiera imaginaron que hubiera algo parecido a una noticia en aquella noche previa al año nuevo, con una ciudad y un país preparándose para la liturgia pagana del fin de año, apenas saliendo de la resaca de la Navidad.
Pero no. El vocero sorprendió con la lectura de un breve mensaje, firmado por los médicos de la presidenta, donde se anunciaba que se le detectó a la presidenta Cristina Fernández “un carcinoma papilar en el lóbulo derecho de la glándula tiroides”. Un carcinoma no es otra cosa que cáncer, no es otra cosa que maligno. Cristina Fernández también con cáncer.

Algunos medios se lanzaron a apagar la noticia (el título de la edición digital de Página/12 “La presidenta de licencia médica del 4 al 24 de enero” pasará a la historia como un obra maestra del no-periodismo), otros -como el “destituyente” Clarín- se ocuparon de que fulgurara en el título la palabra cáncer. Sólo por embromar.

El comunicado oficial fue claro, conciso y no dejó lugar para las especulaciones. La presidenta se opera el 4 de enero, estará de licencia hasta el 24 y el cáncer está localizado y no presenta ramificación alguna. Se sabe hasta quién la operará: una eminencia de la oncología, especialista en tumores en cuello y cabeza.

Así, la estrategia comunicacional de Cristina coincidió con la forma que el ex presidente del Brasil, Luis Inacio Lula Da Silva eligió comunicar su cáncer en la garganta (el diagnóstico en la mano y antes de empezar tratamiento). Así lo comunicó también el presidente del Paraguay Fernando Lugo, en 2010. Dilma Roussef, actual presidenta del Brasil, allá por 2009 y por entonces candidata, eligió un camino intermedio: avisó cuando estaba en mitad del tratamiento contra un cáncer linfático.

Algo parecido a Dilma hizo el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien en cadena y desde Cuba se ocupó personalmente de avisar que sería sometido a quimioterapia para evitar la propagación de células cancerígenas.

Lugo y Dilma ya tienen el alta. Chávez mejora pero tiene que seguir con los controles. Lula está en pleno tratamiento. Todos sometidos a quimioterapia. En el caso de Cristina, no se anuncia esa vía, sí la extirpación del tumor, la semana que viene.

Si bien todos los casos dejan -en algunos más, en otros menos- poco lugar para las especulaciones (interesadas, angustiadas, como sean y de donde vengan) la noticia del cáncer de Cristina reabre y proyecta otra especulación: ¿es demasiada casualidad? ¿todos mandatarios no alineados o francamente enfrentados con la hegemonía estadounidense en la región y todos con cáncer?

Hasta los más reacios a teorías conspiranoicas tuvieron (tuvimos) que revisar criterios con el cáncer de Lula, y ahora, con Cristina, cartón lleno.

¿Existe alguna posibilidad cierta de que no sea casualidad? ¿Antes los presidentes se enfermaban menos de cáncer? ¿Por qué no se enferman, también, los presidentes de derecha? Ensayemos algunos escenarios no conspiranoicos.

El cáncer crece, los casos son cada vez más en todo el mundo. Aunque los científicos lo explican por el crecimiento de la población mundial y no por la difusión específica de la enfermedad. Advierten que para el 2020 el 60% de los nuevos casos (unos 15 millones por año en todo el planeta) se registrarán en el mundo “en desarrollo” (es decir, especialmente de este lado).

Es conocida la asociación entre el tabaquismo y el cáncer de pulmón, y hay estudios que aseguran que, por caso, la mala alimentación puede asociarse al cáncer de colon. Sin embargo, nada de esto alcanza para explicar la seguidilla de cáncer en presidentes y presidentas latinoamericanos.

¿La conspiración, el envenenamiento, la radiación dirigida cobra entonces fuerza? No con un impulso vital porque, en rigor, no hay nadie que pueda arrimar al menos un elemento (sino de prueba, al menos de cierta convicción) que nos lleve a pensar que se trata de una conspiración dirigida contra las democracias (desde transformadoras a díscolas) de América Latina. Al menos por ahora.

Por el contrario, sí hay coincidencia en que la detección temprana del cáncer es muy importante para la recuperación posterior. Este parece ser el caso de Lula, Lugo y Cristina. No está claro si fue así con Dilma -aunque su recuperación es evidente- y no fue así en el caso de Chávez, quien demoraba sus chequeos, según el mismo lo indicó después. Aunque en el caso del líder bolivariano, sus apariciones públicas y sus propias referencias al tema confirman que el tratamiento surtió buen efecto.

¿Se puede concluir entonces que en estos casos de presidentes, ex presidentes y candidatos influye la detección temprana del cáncer y -también- la atención de calidad, que -lógicamente- debe aplicarse a líderes nacionales o regionales? ¿O será que hay que preocuparse un poco menos, porque ya el temido cáncer no es tan maldito ni tan definitivo cuando se lo ataca a tiempo? Una perspectiva tranquilizadora que no contesta todo, y aunque no debería descartarse así porque sí, no alcanza.

Dudas y más dudas. Es verdad. Demasiados atolladeros para los no conspiranoicos (los conspiranoicos, en ese sentido, la tienen más fácil).

Así que en estos días especiales, días de resacas pasadas y futuras, días especiales, además, para las y los que deseamos que todo esté bien para Cristina, para Chávez, para Lula. Tal vez, y mientras estos buenos deseos se materializan, habría que pensar más en cómo lograr que sean los pueblos los que asuman los liderazgos de fondo. Así estaremos más blindados contra la conspiración de los que podrían radiar por aquí y por allá porque ya hicieron mucho más que eso, y en todo el mundo, y por décadas demasiado largas.

Mientras seguimos pensando, brindamos con estos presidentes y presidentas. Más que nunca en estos días de brindis repetidos, hay que decir una y otra vez ¡salud!