¿Déficit o exceso de industrialización?

Luis Salas Rodríguez |

Parece un oxímoron o una pregunta irónica, pero no: sí existen los neoliberales sinceros, los que dicen la verdad y no se andan por las ramas.

La otra vez en este portal lo señalamos a propósito de Von Mises, el gurú del neoliberalismo. En al menos algo no mintió: cuando explicó, en La Acción Humana, que el lugar común según el cual las devaluaciones tienen como intención hacer más competitivas las economías, es un recurso ideológico utilizado para no admitir que su propósito es la reducción del nivel de los salarios reales de los trabajadores y el peso de las deudas empresariales a largo plazo.

En esa misma tónica franca debe leerse un reciente artículo publicado por el economista Adrián Ravier, en el diario argentino El Cronista Comercia. “Desindustrializar Argentina”, tal cual se llama el artículo en cuestión. Y en él, Ravier, doctor en economía aplicada, realiza un planteamiento que por rocambolesco que parezca, es de lo más digno de atención que se ha escrito en materia económica en los últimos tiempos.

Ravier comienza con un diagnóstico sorprendente: Argentina padece un “exceso de industrialización”. Y para apoyar su temeraria sentencia “muestra” que el peso de la industria en el PIB es superior al de una serie de países desarrollados. De ahí concluye que la industria argentina es una carga para los demás sectores, que deben sostenerla soportando elevados impuestos, lo que genera informalidad laboral. Por último, propone eliminar “controles de precios y salarios, políticas arancelarias y para-arancelarias, regulaciones y subsidios, burocracia y corrupción” y dejar que los empresarios “en forma espontánea” se adapten a la “robotización”, la “globalización” y a la “era digital”.

Para cualquiera familiarizado con la lectura económica estándar ‒y no digamos para las venezolanas y venezolanos atormentados con la idea según la cual todos nuestros males actuales devienen justo de lo contrario: un déficit de industrialización‒ tales señalamientos asombran, pues se supone que todo proyecto económico busca precisamente industrializar las economías, de manera de reducir la dependencia externa y evitar que la gente “gaste lo que no tiene”, que se nos dice es lo que pasa en economías “parasitarias” como la nuestra, distorsionadas por “el populismo castrador de la iniciativa privada y responsable de que no se liberen las fuerzas productivas”.

Ahora, dejando de lado ciertas taras que, en efecto, caracterizan la industria manufacturera argentina tanto como la latinoamericana en general (concentración oligopólica, atraso y dependencia tecnológica, etc.), lo cierto es que del planteamiento de Ravier pueden hacerse al menos dos lecturas.

La primera y más obvia, es que se trata de un extremista del librecambismo decimonónico fanatizado por la prédica que convirtió al neoliberalismo en un dogma que no tiene nada que envidiarle al fundamentalismo religioso tipo ISIS, más allá del estilo claro. Esta es la lectura que realiza el muy buen economista, también argentino, Andrés Asiain en Página 12, quien lo acusa de no reflexionar sobre las consecuencias de la robotización, globalización y la “tercera revolución industrial” sobre el empleo en los servicios que dejan de estar protegidos de la competencia externa y empiezan a ser ofrecidos directamente desde el exterior.

Con toda la razón del mundo, Asiain le cuestiona cómo en sectores como el comercio, la oferta audiovisual, servicios profesionales, financieros, de atención al público, por nombrar algunos, son crecientemente sustituidos por software u ofertados digitalmente desde el exterior, de ahí que la aplicación del libre mercado en el siglo XXI destruirá empleos no solo en la industria sino también en los servicios, empujando masivamente a la población hacia el desempleo y la informalidad.

Se podría agregar a esta crítica que, obviamente, Ravier es indolente al triunfo de Trump en los Estados Unidos y al Brexit, en cuanto son síntomas de los malestares causados por esta dogmática ultraliberal. Sin embargo, por más verdad que haya en todo esto, creemos posible hacer una lectura más atenta de sus planteamientos.

Así las cosas, de Ravier y sus “locas” ideas –guardando las distancias–, puede decirse algo similar a lo que en días pasados Julian Assange comentaba de Trump: que su problema es que se trata de un lobo con piel de lobo. O sea, así como Trump es un presidente y empresario norteamericano, cuyo defecto a ojos de la opinión pública es no estar disfrazado con el ropaje multicultural de Obama, o el “feminismo” políticamente correcto de la Clinton, dado lo cual se reserva el lujo de decir lo que se le viene en gana, revelando lo que en realidad piensa y desea el norteamericano promedio en materia política, racial, sexual, etc., lo que expresa Ravier en su texto, tal vez por exceso de confianza o quizá por déficit de cintura política, es lo que verdaderamente piensan los neoliberales y provocan sus políticas.

Y es que si uno revisa la experiencia latinoamericana en los 80 y 90, si se compara con lo que fue esa misma experiencia en Estados Unidos, así como con lo que está ocurriendo en Europa (Grecia por caso), y por su puesto, con lo que está pasando en la propia Argentina de Macri, habría que convenir que, en sus efectos reales más allá de lo que manifiesten discursivamente, lo que el neoliberalismo causa en nuestros países con su recital de repliegue del Estado (principio de no intervención en la economía) y sumisión de la sociedad frente a los intereses empresarios (a los que solo estimula la maximización individual de sus beneficios), es la desindustrialización. De allí que Ravier en su inocencia o cinismo, lo que está haciendo simplemente es decir la verdad del neoliberalismo y las políticas desregulacionistas que aún hoy, y pese a haberse comprobado cientos de veces en la práctica que no funcionan para lo que se suponen deben funcionar –estimular las economías– se siguen recomendando y aplicando con la misma energía de siempre.

Y cuando decimos cientos de veces no estamos exagerando. Así las cosas, según varios estudios, entre ellos los del economista canadiense Michel Chossudosvky, desde 2008 hasta ahora los bancos centrales de todo el planeta han bajado las tasas de interés unas 637 veces, sin haber conseguido una recuperación económica sostenida, sino más bien todo lo contrario. 637 veces, no una ni dos ni tres ni veinte: 637.

¿Y cuántos planes de ajuste económico seguido de políticas de estímulo neoliberales se han aplicado y aplican otra vez en Latinoamérica sin resultados positivos?

Lo que hace que uno se pregunte: ¿será que el dogmatismo es tan intenso que no se dan cuenta de su fracaso?, ¿o será más bien que, como decía Foucault a propósito de las cárceles, tal fracaso es solo aparente en la medida en que en el fondo se procuran otros fines distintos a los manifiestos? Por ejemplo: que las economías latinoamericanas se mantengan desindustrializadas o se desindustrialicen las que lo están, de modo que puedan ser simples receptoras de las importaciones de los monopolios globales, que por lo demás se han apoderado de la poca industria existente, tal y como pasó en Argentina y en el aún más patético caso venezolano.

Nada nuevo bajo el sol, dirán algunos con toda razón: división internacional del trabajo, que le llaman.

Tal vez Ravier nos haya dado una clave para la respuesta.