Adiós a Nora Castañeda, Econuestra

“Por más egoísta que se pueda suponer el hombre, existen evidentemente en su naturaleza  principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de estos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla”
Adam Smith

Luis Salas Rodríguez

Conocí a Nora Castañeda en 2007, cuando me tocó ser director general de la Misión Madres del Barrio. Nora formaba parte de la Junta Directiva de la Misión, junto a otra serie de grandes mujeres como María León, Lídice Navas y Ludyt Ramirez. En ese entonces la misión la presidía otra gran mujer y amiga: Gioconda Mota, su fundadora y arquitecta junto al presidente Chávez.

Nora –como Lídice, María, Ludyt, Gioconda y otras tantas mujeres de su clase- estaba hecha de un material muy especial. Podía decirse que era una suerte de mezcla de infinito amor por sus semejantes -pero sobre todo por sus semejantes en las situaciones más difíciles- con una indoblegable voluntad para luchar por ellos y ellas junto a un talento de otro mundo para hacerlo. Fue ese mezcla la que la llevó a crear y dirigir Banmujer, un ¿banco? muy especial no inspirado en los principios del lucro especulativo y la acumulación individual, sino en producir un cambio radical en la autopercepción y valoración de las mujeres para mejorar su condición de protagonizar su propio destino y el de su país.

Nora fue economista. De hecho, doctora en ciencias económicas y además docente de economía por muchos años, lo cual es mucho decir con respecto a sus capacidades intelectuales y manejo de los temas económicos. Y sin embargo, pocos y pocas economistas fueron tan poco economistas en el sentido convencional del término como ella.

Nora fue, diría yo, una econonuestra. Tanto en el sentido clasista de ser una de las nuestras como en el de tener una visión de las prácticas económicas no individual, no de lo “mío” y lo “mía”, sino de lo de todos y todas. Y no se trataba solo de un problema de justicia social. Sino de la comprensión muy acabada de que ese pensamiento y esa práctica de lo “mío” y lo “mía”, del mundo basado en el egoísmo y la competencia y de la vulgaridad asociada a la desesperada búsqueda del dinero y el poder que da, es precisamente lo que lo tiene tal y como está.

Cualquier vulgar apologeta del capitalismo de los que tanto abundan, cualquiera de aquellos y aquellas “expertos” y “expertas” a sueldo de las peores causas, dirá que pensaba así pues se trataba de una mujer de izquierda, de una “comunista”. Y ciertamente lo era sin negarlo ni mucho menos. Pero esa forma de pensar y de ser se encuentra de hecho en el corazón de la reflexión económica, antes de que se transformara en econo-mía, versión vulgarizada e interesada de una disciplina que está para mejores cosas.

Además de la cita Smith que encabeza esta nota podemos citar a otro intelectual burgués: John Stuart Mill: “Confieso que no me gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar; y que el pisotear al que se queda, empujar y dar codazos al de al lado y pisarle los talones al que va adelante, que son característicos del tipo actual de vida social, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana; para mí no son otra cosa que síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial”.

O al propio Keynes, al que tampoco puede acusarse ni mucho menos de ser de izquierda: “El afán del dinero, sólo por tenerlo, y no como medio para lograr los goces y realidades de la vida, será reconocido por lo que es: una morbidez algo asquerosa, una de esas propensiones patológicas propia de criminales que se relegan con repugnancia a los especialistas en patologías mentales”

De Nora aprendí una frase que siempre recuerdo como un mantra. No era suya, sino de otra gran econonuestra: Joan Robison: “La principal razón para estudiar economía es evitar ser engañado por los economistas”.

Gracias por todo lo hecho y enseñado a tantos y tantas, Nora. Honor y gloria. Hasta la victoria siempre.