Hablando de colas

Mariana Ávila

Pero el tema de las colas o filas como puede llamarse en distintos lugares de América Latina está asociado con un fenómeno que comenzó siendo producto de la reacción frente a un hecho, como lo fue el desabastecimiento de algunos productos de alta demanda popular, para convertirse en un fenómeno social y hasta cultural que algunos han decidido llamar “El Habituamiento a las colas” término que aún cuando no ha sido admitido por la RAE cala perfectamente en el nuevo modelo de conducta de un grueso sector entre los venezolanos.

Si acudimos a cualquier diccionario podemos encontrar que el Hábito es la conducta que se repite en el tiempo de modo sistemático. Y si de contrastar con los hechos se trata basta con pasear por Caracas o por el interior del país para ver largas colas de personas esperando para comprar algunos de los productos “escasos” o de “difícil” obtención una y otra vez. Pareciera que el hábito de las colas se les ha convertido en una profesión.

Sumarse a una de estas colas les ha tocado a todos o al menos a una significativa mayoría, por decisión, por obligación o por imitación. Y sí, qué de historias, las que se mueven entre este cúmulo de gente que incluso se suma a una fila sin siquiera saber qué se encontrará al final de la misma.

Pasearse por los mercados creados por el Gobierno donde los costos de los alimentos se encuentran hasta en un 80 por ciento por debajo de las cadenas de comercios privados, es estar frente a la postal de un pueblo que no tiene que comer. Pasar por los mercados privados es repetir la escena. Sin embargo, si hay algo cierto, es que en este país nadie se muere de hambre.

Esta realidad no es solo comprobable con las cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística que referencia un nivel de pobreza por debajo del 6 por ciento, cabe destacar que en Venezuela no existe ningún porcentaje de la población en pobreza crítica o extrema. Pero si no queremos creer en datos, de un paseo por los restaurantes del este de la capital o por los lugares de comida rápida y observe que están repletos, me pregunto si a esto se le llama hambre.

Recientemente la oposición venezolana realizó muy al estilo de Chile en la década de Allende, la marcha de las Ollas Vacías. Una denominación tan incongruente como los llamados que hacen a desconocer a un Gobierno electo por el voto popular. En Venezuela tampoco hay ollas vacías.

En Venezuela nos encontramos con una población que se creyó la historia del fin y que se sumó a la campaña promovida por los opositores de decir que en este país vamos camino a Cuba, nación ésta que por más de 50 años ha sido bloqueada por Estados Unidos, realidad muy lejana a Venezuela en donde aún cuando la inflación se come los salarios los cupos en las agencias de viajes se agotan como pan caliente.

En Venezuela nos encontramos con un Gobierno que ha errado. Pero que no tiene a un pueblo sometido al hambre. La inversión social en esta nación suramericana es una de las más grandes del continente.

En Venezuela nos encontramos con un poder económico que hace fuerza para lograr esta escasez selectiva pues los productos desaparecen y aparecen como por arte de magia.

Nos encontramos frente a ingentes esfuerzos de distribución de alimentos que se vuelven invisibles frente a una demanda indeteneible. Ante esto no hay distribución o plan alguno que supere el nerviosismo generalizado y el negocio de revenderle a los que creen en la historia del fin.

Interesante resultaría ver los cuadros de ganancias de empresas como Polar que solo en el mes de Enero ha distribuido más de 74 millones de kilos de alimentos. La muy famosa Harina Pan con la que se hacen las arepas dura en los anaqueles mucho menos que una panela de hielo.

En Venezuela falta decisión para abandonar este mal creado hábito de hacer colas para “sobrevivir”. En Venezuela hay que volver a la normalidad. Ojalá la oposición así lo permita.