La campaña electoral en Brasil

Marina Silva, candidata sobrevenida que sacude el panorama electoral en Brasil. (Foto: Agencia Brasil)

El accidente ocurrió en la ciudad de Santos, litoral del Estado de San Pablo el 13 de agosto de 2014. Nadie esperaba nada parecido. Su candidata a vicepresidente, Marina Silva es neopentecostal y ex ministra de Medio Ambiente de Lula. Dejó el gobierno en 2010 y en las elecciones presidenciales de ese año se enfrentó a Dilma Rousseff y alcanzó la tercera posición con más de veinte millones de votos. Ahora, como candidata a presidente del PSB, partido que era parte de la base del gobierno central hasta el fin de 2013, representa una preferencia de votos como alternativa al lulismo. Vale una observación con tono de autocrítica, nunca anticipamos un escenario con el abandono de algún candidato, ni menos a partir de un desastre como éste. Todo analista debería tener este escenario en cuenta, aunque con menores posibilidades.

Marina tiene chance, pero ¿a qué precio?

Entiendo que la estructura del PSB está contra la pared, poniendo a Marina Silva como punta de lanza. Ella ha sido nominada como cabeza de lista, pero a partir de aceptar las alianzas a puerta cerrada, que incluyen palenques tucanos en algunos estados como en San Pablo. Quien va a opera como garantía de la alianza es el Ejecutivo Nacional del PSB, que ya desautorizó supuestas candidaturas individuales, proyectándola como la “candidata natural” (como en el caso del hermano de Eduardo Campos).

Vamos a suponer que ella tenga un buen desempeño en la campaña que la lleve a la segunda vuelta. En el caso de que llegue a segunda vuelta sus chances de victoria son reales, pues su campaña tendría al absurdo aporte de la oposición paulista y sus aliados incondicionales. Marina tiene el rechazo de estos mismos aliados, pero la aventura de la victoria puede ser más envolvente que los reparos de distintos órdenes.

En el caso de que la probabilidad más remota ocurriera, su victoria en una segunda vuelta daría una oportunidad para que ella pueda librarse del partido y construya una base propia y un partido a su alrededor sería inmensa y estaría a la orden del día. Así puede ser beneficioso para los caciques del PSB que ella acuda a la elección más atada, y de este modo forzar una buena negociación para la segunda vuelta y una composición ministerial obligatoria con el partido vencedor. El proyecto de Campos era el del PSB para 2018, ahora sería plantar el nombre y forzar una tercera vía de discurso (meta fallida tanto para Campos como para Marina).

Lulismo, sindicalismo y posibilidad de reelección

(13 de agosto de 2014, Porto Alegre, estimad@s lector@s, el texto siguiente fue escrito el día anterior de la caída del avión y consecuente fallecimiento de Eduardo Campos. La parte de él dónde me refiero a su candidatura queda como memoria de la historia inmediata)

Estamos en pleno año electoral, y en el momento en que escribo estas líneas faltan menos de dos meses para la contienda. Existe la real posibilidad de reelección de la presidenta Dilma Rousseff (PT) y con esto se concretaría un hecho inédito de doble reelección. Dos debates se entienden como necesarios para trazar tanto un análisis del escenario electoral como una consecuente crítica de izquierda. El primero aborda el escenario electoral y las candidaturas oficiales de la derecha, además del propio riesgo de no conseguir un segundo mandato. El siguiente trata de la comparación del espacio político ocupado por el lulismo como una “continuidad discontinua” del sindicalismo contemporáneo.

El escenario electoral de 2014

El proceso en las urnas de 2014 tiene el siguiente perfil. La situación –favorita– está marcada por la alianza del PT con el PMDB, aunque los correligionarios del vicepresidente Michel Temer sean en la práctica una coalición de oligarquías estatales, cuya cúpula controla la Convención y el muy disputado tiempo de TV. La alianza con el Partido Progresista (en escala nacional se trata de ARENA, partido que apoyara la dictadura y que nos se fue de aquel naufragio llamado PDS, nuevo nombre del partido de apoyo a la dictadura y que sufrió una fisura en 1984) sigue el mismo patrón –control desde la cúpula e intereses estatales difusos– tal como la composición de la poco leal “base aliada”.

La hegemonía del ala de centroizquierda del gobierno hizo fugarse a un aliado histórico, el PSB de los herederos poco orgánicos del líder histórico Miguel Arraes (gobernador del Estado de Pernambuco que fue destituido por la dictadura el 01 de abril de 1964), quedando en Eduardo Campos y su vice Marina Silva (cacique de un partido no legalizado) la voluntad de tentar una especie de “tercera vía” nacional. El discurso de Marina (avalado por su desempeño en 2010) como ex ministra de Medio Ambiente de Lula y sobreviviente de Acre de los conflictos entre seringueros no coló en el ex gobernador de Pernambuco, Eduardo Campos. Para suerte de los seguidores de Luiz Inácio (Lula) las posibilidades de que Campos y Marina fueran a segunda vuelta eran pequeñas. En caso de que ocurriese, esta posición de media-oposición recibiría el apoyo masivo de grupos de derecha (la más a la derecha), pudiendo llegar hasta un empate técnico.

Desde la derecha (totalmente alineada con Occidente) la oposición al lulismo se da en la capa tucana de pura sangre, con Aécio Neves (senador y ex gobernador de Minas Gerais) y el senador paulista Aloysio Nunas, con la esperanza de que al menos el partido de Fernando Henrique Cardoso (ex presidente de Brasil de 1995 a 2003) y José Serra (ex ministro de Fernando Henrique y ex candidato a presidente en dos ocasiones) llegue unido a la elección. Los dos mayores colegios electorales del país (Minas Gerais y San Paulo) son el blanco prioritario del PSDB que viene haciendo gobiernos estatales en Minas y gobierna San Paulo en forma ininterrumpida desde 1994. Acompañando al tucanato (tucano es el apellido de quien está afiliado al PSDB), además del capital financiero y los mayores grupos de medios (Con el Estadal al frente, seguido de la Hoja y Globo) está la parcela sobreviviente de la UDN (antiguo partido de derecha de Brasil, apoyo del golpe militar de 1964) revivida en los Demócratas (DEM, nuevo nombre del Frente Liberal, PFL) tan democráticos como los correligionarios de Carlos Lacerda (ex gobernador de Rio de Janeriro y golpista en 1964) y del brigadier Eduardo Gomes (ex candidato a presidente en dos ocasiones por la UDN).

Aecio repite básicamente las mismas tesis de los años 90, ahora con dos agravantes. Uno es positivo para los neoliberales, pues luego de más de una década en el Poder Ejecutivo el PT se transformó en una caricatura (grotesca) de sí mismo, siendo cada vez más parecido a los oligarcas con los cuales se asocia, aunque levante la bandera de algún grado de soberanía, combinada con tímidas políticas sociales. El agravante para los tucanos está en la comparación con el gobierno. No hay como comparar dentro del marco de gobiernos capitalistas sin ninguna predisposición a romper total o parcialmente con el orden establecido, lo hecho por Fernando Hernrique Cardoso con Lula y sus herederos. Apenas haciendo lo obvio el lulismo dio respuestas comparables a las de Getulio Vargas en sus momentos de auge.

La desorganización del tejido social y la fragmentación de la izquierda electoral

Delante de tamaña ventaja, ¿Cómo pensar todavía en una segunda vuelta apretada y con alguna chance de victoria neoliberal sobre la alianza de la centro izquierda con las oligarquías? Una pista está en el control del aparato mediático, otra se localiza en la desorganización casi completa del tejido social oriundo del reformismo radical de los años 80. La desorganización es tal que no se consiguió retomar ninguna central sindical aglutinando los restos de la izquierda en el país. Lo mismo se da en la esfera electoral. Tres candidaturas asoman en la construcción partidaria (PSOL, partido reformista que tienta ocupar el lugar del antiguo PT en el escenario electoral, PSTU, partido troskista-morenista y PCB, fracción restante del antiguo partido de línea moscovita que hoy está reconfigurado como una nueva izquierda) y no el montaje de un Frente de Izquierda (aunque fuera en el escenario electoral). Sería interesante para la política brasilera una gran coalición de izquierda en las urnas, pues esto facilitaría dos separaciones necesarias para la acumulación que vino luego de las protestas de 2013 y la actual represión política de 2014.

Primero separaría las izquierdas electorales de las no-electorales. La opción de formar parte del juego de la democracia representativa siempre fue un divisor de aguas en el pensamiento socialista, y sigue siéndolo. La segunda división sería dentro del gran campo de las izquierdas electorales. En ella habría la división de las de matriz libertaria de aquellas que son estatistas o de perfil jerárquico. En este campo el Brasil hoy ofrece la posibilidad organizativa del especifismo anarquista (a través de la Coordinación Anarquista Brasilera) y del maoísmo a través de movimientos como el MEPR o el periódico La Nueva Democracia (movimientos de inspiración maoísta). Facilitaría la opción política de los brasileros la subdivisión política aquí pregonada. Pero el hecho es que la “fragmentación maldita”, fenómeno social de los años 90, se nota hoy en la esfera política específica.

Apuntando conclusiones: lulismo y varguismo

Tanto la desorganización de las grietas del PT y sus aliados, antes y después de Luiz Inácio Lula da Silva el 1 de enero de 2003, como la fragmentación sindical –ésta sí obra nefasta del ex líder metalúrgico que según el mismo “nunca fue de izquierda” – pueden ser leídas como victorias políticas del lulismo. En la campaña de 2002 la ausencia de la pauta del ALCA en la campaña vino junta a la Carta al Pueblo Brasilero (documento que Lula escribió en la campaña de 2002 para tranquilizar a las clases dominantes brasileras) y la alianza con el empresario minero José Alencar como vicepresidente (senador minero y que fue vicepresidente de Lula en sus dos gobiernos). La escuela del pragmatismo político sumada al modus vivendi de los de arriba, se mimetizaron de tal modo en el PT que este ni siquiera tuvo un ala izquierda consolidada en la segunda mitad del primer mandato. Diez años después tenemos en Brasil dos nuevas realidades.

Se masificó en 2013 una nueva forma de protesta bastante similar a la que viene ocurriendo en otras partes del mundo. Esta acumulación, aunque parcial puede ser disputada por la fragmentada izquierda electoral y las fuerzas que no participan del juego, conforme a lo expuesto arriba. El mismo patrón de lealtad y acumulación difusa se verifica en la masa de millones de brasileros (en torno a los 44 millones) atendidos por las políticas sociales, como vivienda, renta mínima, estudios y empleo directo. Como la inclusión y el reconocimiento de los derechos no tuvieron un receptor más allá del propio líder carismático, el lulismo se transformó en la tumba del PT histórico. Fue lo inverso del Partido de los Trabajadores Brasilero (PTB) sin Getulio Vargas. A lo largo de diez años antes del golpe del 64 el “trabajadorismo” (especie de versión brasilera del peronismo oficial) se transforma en un pacto capital-trabajo con énfasis electoral y chance de victori. El partido (el antiguo PTB de Brizola, João Goulart y Alberto Pasqualini) creció al pie de la tumba del dictador que lo fundara. Con Luiz Inácio, el partido otrora reformista se diluyó en alianzas de ocasión y en el pacto oligárquico. Existe una reserva electoral propia de América Latina, que es frágil tal como sería de esperar, sin una organización de base a la altura de los millones de incluidos en el mundo del consumo y el empleo. Esta masa puede garantizar la reelección pero resbala en la identificación de las realizaciones del partido de gobierno.

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