Argentina: El futuro -el cambio climático- está llegando

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JUAN GUAHÁN|El dolor por las inundaciones que hoy atraviesa a gran parte de los argentinos reconoce múltiples causas. Lo más común es atribuirlo a una “tragedia climática”. Sin quitarle importancia a ese modo de entender lo ocurrido, es bueno pensar que en esto hay algo más que eso: la incidencia del cambio climático que ya está entre nosotros, obras sin hacer o sin la suficiente planificación, ausencia de previsión ante las catástrofes y “la culpa es del otro” cuando éstas se producen.

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Cuando se dice que ¡El futuro está llegando! Se está significando que sin cambios profundos, en la vida económica, la organización social y nuestro comportamiento cultural, estaremos penetrando en esta dramática realidad de la cual lo hechos de esta semana son un doloroso y trágico anticipo.

¿De qué estamos hablando? De lo que surge de la inmensa mayoría de los análisis y consideraciones que se han hecho, en estos días, sobre lo acontecido.

Que lluevan cerca de 200 milímetros en menos de dos horas en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires o los cercanos 400 mm. en unas 7 horas en La Plata y sus inmediaciones, son hechos de escasos antecedentes o directamente inéditos, lo cual los hace difíciles de explicar. Aún menos común es que se produzcan decenas de muertos e inconmensurables daños económicos a decenas de miles de vecinos.

Todo ello ha ocurrido en un área densamente urbanizada donde vive casi la mitad de los argentinos. Hoy es imposible saber de qué modo, lo ocurrido, influirá en el futuro de los acontecimientos y si dejará rastros en el alma de los  argentinos o si, dentro de un par de semanas, será –para los que no hayan estado directamente involucrados- apenas un feo recuerdo, como si fuera uno de los tantos programas televisivos de alguna emisora de moda.

De todos modos es imposible sustraerse a la tentación de escribir sobre los elementos constituyentes de este hecho. Cada uno sabrá sacar las conclusiones de fenómeno y de estas consideraciones.

LA “TRAGEDIA CLIMÁTICA” Y EL CAMBIO CLIMÁTICO

“Que se combinen dos sistemas meteorológicos, uno de alta presión a baja arg inundaciones3altura y otro de baja presión en los niveles altos, es una contingencia de escasa probabilidad. El primero trae humedad del Atlántico y el segundo la inestabiliza drásticamente. Consecuencia: precipitaciones de extraordinaria intensidad”. Esta es la explicación técnica de lo ocurrido. Los que están conformes con ella consideran que se dio esa “escasa probabilidad”.

Allí nace la historia de una “tragedia climática”. Aceptado esto lo demás claro: la responsable es la naturaleza. Alguna maldición dirigida a la contingencia climática le dará un masivo sesgo popular a este razonamiento. Sin embargo hay otras explicaciones. Éstas, por ahora, no han ido mucho más allá de cenáculos de grupos denominados “ambientalistas”. Sus razonamientos suelen formar parte de algunos discursos electorales.

Desde hace varias décadas se está hablando de la agresión, a la naturaleza, que suponen diversas actividades humanas. Se dice que sus efectos son los cambios climáticos. Desde hace un tiempo, más cercano, se observa el despliegue de diversos fenómenos extremos (lluvias, vientos, movimientos sísmicos, tsunamis) que se reiteran en períodos cada vez más breves y con mayor intensidad. Cada uno de esos fenómenos tiene una aislada explicación racional y técnica, pero siempre queda la duda acerca de las razones por esa reiteración y aceleramiento. Ahora se están publicando las informaciones que dan cuenta del incremento de las lluvias en los últimos años.

Pues bien, parece necesario ponerse a pensar si esto no forma parte del famoso “cambio climático”. Ese es el futuro que ya llegó y lo tenemos  bajo la forma de tragedia en muchas de nuestras vidas cotidianas. Pareciera que la naturaleza nos advierte que las actuales manifestaciones civilizatorias van en contra de la naturaleza. Nuestra cultura se construyó guiada por el principio de “dominar la naturaleza”, cuando en realidad el objetivo debería ser “hermanarse” y “asociarse con la naturaleza”. En estos tiempos donde el Papa Francisco ocupa el centro del escenario mundial, recordemos unas palabras de San Francisco de Asís, quien le diera el nombre al actual Papa: “Loado seas, mi señor, con todas tus criaturas, especialmente el loado hermano sol,… Por la hermana luna y las estrellas… Por el hermano viento, y por el aire y el nublado y el sereno y todo tiempo…Por la hermana agua…Por el hermano fuego… Por nuestra hermana la madre tierra”

EN LAS OBRAS EL DINERO MANDA

La gravedad del fenómeno producido no es, como algunos piensan, algo arg inundaciones2imprevisto. Es el producto de una larga construcción social e histórica, donde el eje no ha sido puesto en el desarrollo humano y el respeto a la naturaleza, sino en la más rápida y eficaz forma de enriquecimiento individual. Por citar un ejemplo podemos decir que un intendente de Buenos Aires, hace bastante más de 100 años atrás, autorizó lotear terrenos en bajos inundables, lo que ya estaba prohibido en las leyes de Indias, en tiempos de la Conquista española.

De allí en adelante no faltaron imitadores, multiplicados en las últimas décadas, que “urbanizaron” las áreas de los 5 arroyos que atraviesan la capital Argentina. Ese modo de enriquecer a los amigos del poder ser repitió en otras ciudades. Ahora, más de un siglo después de lo dispuesto por aquel intendente porteño, un docente de Hidrología de la Universidad de La Plata recuerda que, “a los arroyos hay que devolverle el territorio que tienen naturalmente”.

Otro docente de las universidades de General Sarmiento y La Plata concluye que el área metropolitana y La Plata, “tuvieron un crecimiento irrespetuoso: se ocuparon cuencas de ríos, de arroyos, no se dejaron espacios verdes para drenaje de aguas, y los sectores populares tuvieron que ir a vivir en la mierda del borde de los arroyos, como en El Gato, (en La Plata) donde hubo esta vez varios muertos”. Todo esto obedece a las “necesidades del mercado”, es decir a las decisiones de los que quieren y pueden ganar más plata.

También están las obras por “necesidades sociales” o “conveniencias políticas”. Estas son de las más variadas: autopistas, complejos habitacionales, centros recreativos u otras obras públicas. En todos los casos se impone la urgencia política (para que la obra se vea) y los menores gastos por encima de la planificación que atienda a las exigencias de la naturaleza.

Tampoco faltan las construcciones privadas que se hacen violando los Códigos de Edificación o aprovechando sus modificaciones efectuadas “a gusto del consumidor”. Este conjunto de actividades se efectúa menospreciando los cambios ya producidos en la naturaleza por la acción humana y que ha motivado el ya comentado “Cambio Climático”.

LA PREVENCIÓN: UNA MATERIA OLVIDADA

Hasta ahora se han mencionado los motivos estructurales que alimentan las tragedias ocurridas. Pero también hay razones mucho más cercanas, directas y elementales. Se trata de una cultura, sólidamente instalada, que privilegia lo propio individual e inmediato, con escasa preocupación sobre lo común y futuro. Este modo de ser, muy propio de las grandes urbes, se complementa con generalizadas muestras de solidaridad, una vez que la tragedia se ha desatado. Todo ello crea las condiciones para que el cortoplacismo ocupe el lugar de la planificación generando una común desidia estatal y una débil organización social. arg solidaridad inundaciones1

En nuestras sociedades la prevención ocupa, salvo unos pocos casos, un lugar olvidado. Cuando la tragedia ya ocurrió todos, hasta buena parte del aparato estatal, se preocupan por lo acontecido y que fuera ignorado. Producido el siniestro aparece el Estado, mitigando consecuencias que encubren ausencias. La inexistencia de un sistema de “defensa civil” que organice al conjunto de la sociedad para momentos de crisis se hace notoria en la gigantesca desorganización que se evidencia durante el desarrollo de estos fenómenos y le quita eficacia a su atención posterior. Esto se paga con la innecesaria pérdida de vidas humanas y la multiplicación de daños que se podrían haber evitado. “Lo atamo con alambre” parece ser la consigna que guía la acción de quienes se “desviven” por gobernar.

LA CULPA ES DEL OTRO

Todo lo dicho es un llamado de atención a nuestro modo de organización social, pero si algo faltaba para completar el panorama es la actitud con la que los funcionarios públicos reaccionan ante este tipo de sucesos. Coherentes con su visión del poder como algo de su propiedad, tratan de permanecer ajenos a aquellos hechos que pueden cuestionarlo. En función de ello la responsabilidad por las malas noticias siempre es “del otro”. Esto no es un problema de tal o cual funcionario. No, ello constituye una característica específica del actual modo del ejercicio de la administración pública.

Esto, como no podía ser de otro modo, fue tan claro, evidente y vergonzoso -en estos días- que no merece mayores comentarios. El rechazo público a este inicial modo de obrar  hizo que algunos cambiaran su actitud, por lo menos en estos días.

En estas líneas no se ha hecho ninguna mención personalizada, porque las cuestiones señaladas no son el problema de una u otra persona. La calidad personal de unos u otros puede ahondar o menguar los efectos de una concepción que sí es vergonzosa y viene de lejos.

Ello no quita que, en los últimos tiempos, este tipo de sucesos se esté repitiendo llamativamente. Las inundaciones en Santa Fe, el alud de Tartagal, las muertes de Cromagnon, la masacre ferroviaria de Plaza Once, los reiterativos asesinatos de jóvenes por el “gatillo fácil” policial o por los enfrentamientos entre “soldados” al servicio de los traficantes de drogas y de miembros de pueblos originarios para ampliar las fronteras agropecuarias, indican el alejamiento, ausencia o complicidad de un Estado cuya administración es ejercida por expresiones de un sistema político en decadencia.

Los invisibilizados por la exclusión social, los jóvenes sin futuro y los ancianos indefensos parecen ser las víctimas propiciatorias de esta situación. Como un símbolo de lo dicho, más de la mitad de las vidas que se fueron con el agua, en La Plata, tenían más de 70 años.