2017, el año que nos dijeron que la pobreza es cool y la precariedad es trendy

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@PABLOMM-Observatorio de la posverdad|

George Orwell imaginó una arcadia distópica donde la perversión del lenguaje funciona como una herramienta de control mental para enaltecer el fervor de los convencidos y corregir los pensamientos disidentes.

En 1984 Londres es una ciudad plomiza en la que el autoritarismo del Partido controla hasta los aspectos más triviales de la vida de sus ciudadanos. George Orwell imaginó una arcadia distópica donde la perversión del lenguaje funciona como una herramienta de control mental para enaltecer el fervor de los convencidos y corregir los pensamientos disidentes. 

Una simplificación de las palabras bautizada como neolenguaje que ha traspasado las páginas de la ficción para germinar en el argumentario político y en el discurso de los medios de comunicación. De esta forma, dilapidar 2.000 millones en carreteras fantasmas es una “inversión” en infraestructuras, rescatar a la banca, una “inyección” de liquidez, pero aumentar un 2% el presupuesto para la dependencia, un “gasto” social. Refuerzo positivo para enmascarar las tropelías y semántica perniciosa para demonizar los anclajes del estado del bienestar.

2017 ha sido el año de la infamia en el que la prensa ha engrasado la máquina del fango para disfrazar la miseria y la precariedad con un neolenguaje de terminología barroca y anglicismos hipsters.

1. Nesting, sinkies y coliving.

“No salir de casa rebaja la ansiedad e ilumina la mente”. Es el eslogan del nesting, un palabro fabricado por una consultoría internacional para renombrar el hecho de quedarse todo el fin de semana en casa porque el salario de miseria de tu contrato basura no permite el alarde de tomarse una cerveza.

Sinkies, acrónimo de “single, income, no kids” (solteros, con ingresos y sin hijos): jóvenes que viven en pareja, sin planes de tener hijos, que trabajan pero que juntando sus salarios no llegan al umbral de un ingreso decente. Es la primera generación europea en décadas que vivirá en peores condiciones que sus padres.

De los creadores de coworking (espacio de trabajo compartido) llega ahora el coliving, una tendencia, o eso dicen, procedente de las grandes urbes de occidente y que consiste en compartir el espacio vital (hostales y albergues) entre los emprendedores que trabajan juntos en un mismo recinto. Es una consecuencia más de la precariedad laboral y los bajos salarios que impiden a los jóvenes una emancipación plena.

2. Job sharing, trabacaciones y salario emocional.

Los mini jobs, que tan útiles han resultado para maquillar las cifras del paro durante la crisis económica, han evolucionado hacia el job sharing; compartir puesto de trabajo y por supuesto salario. Es decir, dos cabezas al precio de una.

Arropado con el mantra de que el dinero no lo es todo, ha desembarcado en nuestras vidas el bautizado como salario emocional. El empleador ofrece una menor remuneración a cambio de flexibilidad de horarios, conciliación familiar y buen ambiente de trabajo. O sea, convertir lo que debería ser exigible a cualquier empresa en un privilegio para el trabajador.

Las trabacaciones es el nuevo argumento de un discurso antiguo. El descanso es una conquista de los trabajadores cuya defensa está más vigente que nunca en una época de ataques constantes a los derechos laborales donde todo se mide en cifras de productividad. Este nuevo concepto supone dedicar parte del tiempo de las vacaciones a realizar tareas de trabajo, por miedo a un despido o a no cumplir con las expectativas del jefe.

La prensa se pregunta si trabajar 12 días seguidos es saludable, mientras los expertos de no se sabe qué aseguran que, además, es necesario hacerlo con estrés.

3. Los millennials no quieren nada.

Los treinteenagers, como su propio nombre indica, son personas en la década de los treinta que viven como adolescentes: sin casa, ni hijos, ni trabajo “pero felices”. Es la nueva fórmula que han encontrado los medios para difuminar el grave problema del desempleo entre los estratos más jóvenes de la población.

Los millennials tampoco quieren jubilarse, a diferencia de los altos ejecutivos, que siguen recibiendo una compensación millonaria cuando lo hacen.

4. Infravivienda.

La pobreza energética afecta a cinco millones de personas en España y es causante de la muerte de 7.000 personas al año, según un estudio de la Asociación de Ciencias Ambientales. El pasado mes de noviembre el uso de unas velas provocó un incendio con cuatro heridos en Alcorcón. La fórmula para evitar este tipo de tragedias pasa por la regulación del precio de la energía y la prohibición de los cortes de luz; sin embargo, el diario El País recomienda sellar puertas y ventanas, bajar las persianas y “gestionar bien el termostato”.

Las llamadas tiny houses se han convertido en una moda en Instagram. Fotos minimalistas con filtros ambientales que transforman una infravivienda en una tendencia en redes sociales. Lejos de la mentira idealizada de una vida de desapego, la realidad que esconde malvivir en una habitáculo de apenas 6 metros cuadrados son trastornos de ansiedad, soledad y desorden.

Si no te convence echar raíces en un espacio más reducido que el de una celda puedes probar suerte con una autocaravana. No tener acceso a una vivienda no te impedirá ser feliz.

Ya lo advertía el suplemento Verne de El País: “No se puede tener todo en la vida y en el alquiler tampoco”.

5. Friganismo.

La normalización de la pobreza en los medios de comunicación comenzó a fraguarse a finales del 2016. Fue entonces cuando descubrimos que comer de la basura es una moda entre los hipsters y que además tiene nombre de sesuda corriente filosófica: friganismo. En aquellas mismas fechas, miles de personas hacían colas en los comedores sociales mientras organizaciones de defensa de la infancia advertían que 1 de cada 3 niños en España padecía malnutrición.

Winston Smith acabó amando al Hermano Mayor. Había sucumbido ante el poder omnipotente de la tiranía y la perversión de la neolengua. Orwell escribió la novela como advertencia para las generaciones venideras; el uso de las palabras nunca es gratuito. Los medios de comunicación dependientes del capital son una pieza más del engranaje de los grandes poderes fácticos, que esconden tras un discurso aparentemente inocuo la simiente con la que pretenden dar un cariz de normalidad a las desigualdades estructurales. El primer paso para doblegar la resistencia es convencer a los que resisten de que no hay nada por lo que luchar y en esa tarea la palabra es un arma poderosa. Se trata de la imposición del pensamiento positivo como corriente dominante, para rebajar nuestros anhelos y anestesiar nuestras frustraciones.

Y es que la vida pude ser mejor si no te quejas.